Por: Plinio Esquinarila
Se aprobó en un debate aburrido e ignaro el proyecto de modernización de la refinería de Talara en las comisiones de Energía y Minas y Presupuesto del Congreso. La demagogia nos ha creado una tremenda carga a futuro, porque —no obstante que tiene financiamiento del Tesoro Público— Petroperú no podrá asumir la deuda de garantía del Estado por US$1.000 millones, que implica pagos de US$200 millones al año, conociendo sus abultados déficits históricos e incluso sus pasivos que ya carga este año. La pagaremos los contribuyentes.
Al margen del precio desmedido de la futura obra o las dudas sobre las dos empresas que hicieron el proyecto y lo validaron por un monto de US$3.500 millones, que con seguridad llegará a US$4.000 millones, lo más rescatable en este debate no es el inicio, con Talara, del emprendimiento de las megaobras que estaban paralizadas por el enfriamiento de la economía propiciado por el Ejecutivo, como Majes-Siguas II, el gasoducto, el polo petroquímico del sur… No. Nadie puede estar en contra de esos y otros grandes proyectos. El problema es si vale la pena encaminarse en un pequeño proyecto, no precisamente por el monto, porque pequeño es si refinara apenas 95.000 barriles diarios de crudo, no siendo el Perú ni de lejos un país petrolero. ¿O no saben que las refinerías promedio en el mundo, no las grandes, refinan entre 600 mil o 700 mil barriles diarios?
¿Quién le ha hecho creer a Merino o a Castilla que somos un país petrolero para meternos en el emprendimiento burocrático económicamente hablando más grande del Perú moderno? No es cierto. ¿Han olvidado ese elefante blanco del Oleoducto Norperuano, cuando el velasquismo nos hizo creer que éramos un país petrolero por excelencia a partir de Capirona y Pavayacu en operaciones de selva, pero que la realidad nos ha refregado, una y mil veces, que no nadamos en petróleo? Esto no es pesimismo, sino realismo. Si el Perú actual crece, no es por el petróleo, que es una carga, sino por el gas, que debería ser hace tiempo nuestro patrón energético y eso se ha detenido. Con el agravante que obligarán a postergar los demás proyectos energéticos tal vez hasta el próximo gobierno.
Sinceremos entonces las cosas. No somos un país de "oro negro", porque de los 200 mil barriles diarios que consumimos, importamos 135 mil barriles diarios de Ecuador y Angola. Y de los 62 mil barriles diarios que producimos, más de la mitad no podemos refinarlos. Nos dirán que con la nueva refinería se los puede procesar, incluido los crudos de los nuevos yacimientos de selva, como el lote 67. Risible. Nos dirán que incluso es mejor tenerla, como en Chile, para refinar los crudos a importar. Pero en la misma lógica de los áulicos políticos y técnicos de Energía y Minas, preguntamos: ¿si la actividad refinera es el eslabón menos rentable de la cadena de hidrocarburos, para qué cargar US$3.500 millones si se puede privilegiar el gas y otras fuentes de energía sin dejar de hacer la modernización básica de Talara, tal como en su momento se planteó, sin estar agregando adefesios mil que solo inflan, junto con las consultorías, el monto del proyecto?
Post scriptum.- Hubo un legislador que ayer, en el debate congresal, hablaba de soñar hasta con el espacio respecto de Talara. Debe saber este impresentable que la humanidad demoró más de tres mil millones de años para llegar a nuestro estado actual en materia energética, donde el petróleo es una antigualla vulgar. Por eso la escala de Kardashev, desarrollada por el físico cuántico Michio Kaku, nos dice que una civilización espacial Tipo I usaría los recursos de su planeta, como el petróleo, que es lo más primario junto con el gas y el carbón. Una Tipo 2 usaría la energía de su sistema solar o su estrella. Y las de Tipo 3 usarían la energía de su galaxia, por ejemplo, su agujero negro, cuya energía es infinita
La Razón, 12,12,2013