Adrián Mac Liman*
Hace unos meses, cuando Moscú parecía dirigir su mirada con aparente timidez y cautela hacia el continente asiático, un politólogo estadounidense lanzó la advertencia: “Cuidado, Putin tiene intención de recomponer el imperio”. Ficticia o real, la advertencia no cayó en saco roto. El establishment político de Washington aprovechó el grito de alarma del kremlinólogo de turno, argumentando que Rusia no podía ni debía ocupar un lugar preponderante en Asia, continente llamado a convertirse, según el guion preestablecido, en el nuevo y fiel vasallo de Estados Unidos. De hecho, Washington y sus aliados —Japón, Filipinas, Corea del Sur— se habían repartido los papeles. Quedaba la gran incógnita: China. ¿Se sumaría Pekín al equipo ganador ideado por los estadounidenses?