por Éric Toussaint
CADTM
Desde que la Unión Europea fue duramente golpeada por la crisis de la deuda y que varios países se sienten ahogados por sus acreedores, la perspectiva de una cesación de pagos aparece en el horizonte. Una mayoría de economistas de derecha y de izquierda considera que se debe evitar el no pago de la deuda. La Troika otorgó créditos por la vía urgente a Grecia (mayo de 2010), a Irlanda (noviembre de 2010), a Portugal (mayo de 2011) y a Chipre (marzo de 2013) bajo el pretexto de evitar una cesación de pagos que habría tenido, dicen, efectos catastróficos para las poblaciones de esos países. Sin embargo, encontramos en varias investigaciones económicas sólidos argumentos a favor de la decisión de suspender el pago de la deuda. Además, actualmente, es difícil negar que las condiciones que acompañaban a esos créditos, así como el aumento de la deuda, afectaron en forma dramática a esos pueblos, comenzando por el griego. Es el momento de comprender que una suspensión del pago de la deuda puede constituir una elección justificada.
Joseph Stiglitz, premio del Banco de Suecia en economía en memoria de Alfred Nobel en 2001, presidente del consejo de economistas del presidente Bill Clinton de 1995 a 1997, economista jefe y vicepresidente del Banco Mundial de 1997 a 2000, aporta serios argumentos a aquéllos que abogan por la suspensión del reembolso de las deudas públicas. En un libro colectivo [1] publicado en 2010 por la universidad de Oxford, Stiglitz afirma que Rusia en 1998 y Argentina durante los años 2000 ofrecieron la prueba de que una suspensión unilateral del reembolso de la deuda puede ser benéfica para los países que tomaran esa decisión: «Tanto la teoría como la práctica sugieren que la amenaza del cierre del grifo del crédito probablemente haya sido exagerada» (p. 48).