Iraq, cinco años después

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Por Xavier Caño (*)

Veinte de marzo; cinco años de la invasión de Iraq. Buen momento para ver de qué ha servido. Las miles de muertes violentas en Iraq, desgranadas día a día durante cinco años, han acostumbrado a los telespectadores del mundo a no tenerlas en cuenta, pero la cruda realidad es que las muertes no han cesado de aumentar desde las 450.000 en los primeros tres años de guerra hasta las 600.000 de hoy. La inmensa mayoría, civiles desarmados.


Según el Comité Internacional de la Cruz Roja, la situación humanitaria en Iraq es de las más críticas del mundo, aunque haya más seguridad en algunas zonas. Un 60% de la población activa se encuentra en paro y, más allá de mejoras en seguridad, la destrucción del tejido social que la guerra ha conllevado ha dejado a los iraquíes desamparados y millones de iraquíes están abandonados a su suerte.  Casi la mitad sobrevive con menos de un dólar al día, el umbral de la pobreza extrema, y seis millones de personas necesitan ayuda humanitaria, el doble que en 2004. Y, para rematarlo, el Banco Mundial presiona al gobierno iraquí para que suprima las raciones gratuitas que distribuye entre los ciudadanos necesitados, que son muchísimos.

Más de 4 millones de iraquíes (una séptima parte de la población) se han visto obligados a abandonar sus hogares a causa de la violencia; dos millones están desplazados en Iraq, y el resto, refugiados en países vecinos. Una media de 60.000 iraquíes abandona el país cada mes. 

Millones de iraquíes tienen poco o ningún acceso al agua potable o a servicios sanitarios y muchas familias han de gastar un tercio de salario mensual para comprar agua potable. Los servicios médicos en Iraq están peor que nunca y los que hay son muy caros para la mayoría. Los hospitales de Iraq carecen de personal suficiente así como de medicinas básicas, sólo hay de 30.000 camas hospitalarias, cuando se necesitan 80.000, y la mitad de médicos iraquíes han muerto o abandonado el país.

La violencia ha descendido en algunas zonas desde hace ocho meses, pero el comandante militar de EEUU en Iraq, David Petraeus, dice que los avances en seguridad son frágiles y podrían revertir con facilidad. Decenas de miles de iraquíes están presos, con un horizonte muy incierto, en un centro de detención cerca de Basora.

Muchos ciudadanos iraquíes están convencidos de que nadie está seguro en Iraq, sea suní o chií, porque quienes tienen armas imponen su ley. Varias milicias de diferente signo, más grupos armados de delincuentes secuestradores, actúan con casi total impunidad. Y las bombas que no cesan. Y todo para que esta guerra le haya costado a EE UU, según el premio Nobel de Economía, Joseph Sitglitz, tres billones de dólares.

Ese es el balance real de la invasión de Iraq. Una invasión por unas inexistentes armas de destrucción masiva de Sadam Husein y sus pretendidos vínculos con Al Qaeda. Al balance hay que sumarle que Iraq no ha sido semillero de terroristas hasta después de la invasión.

Como nos ha recordado recientemente Stiglitz, “esta guerra sólo ha tenido dos vencedores: las compañías petrolíferas y los contratistas de defensa. El precio de las acciones de Halliburton, la compañía petrolífera del vicepresidente Dick Cheney, se ha disparado”.

Tal vez por eso, Cheney en una reciente visita a Iraq dijo que “la guerra ha sido una empresa difícil, desafiante, pero no obstante exitosa. Bien ha valido el esfuerzo”. Para él y sus amigos sí, desde luego.

Creo que los ciudadanos hemos de procurar por todos los medios proclamar sin cesar que los Bush, Cheney y otros de parecida calaña en un mundo algo más justo estarían en la cárcel. Decirlo alto y claro no es mucho, pero, por lo menos, que no pretendan ir de buenos y respetables. Aún tenemos la palabra y la libertad de expresión para desmentirlos sin cesar.

(*) Escritor y periodista
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