El mito de la decadencia europea
Por Daniel Innerarity (*)
Se ha extendido como lugar común la idea de que Europa ya no es lo que era en el escenario internacional y el siglo XXI estará dominado por Estados Unidos y China. Una buena parte de los analistas, tomando como punto de partida el lento crecimiento económico y demográfico de Europa, así como su debilidad militar, han sentenciado que el futuro pertenece a América y Asia.
El National Intelligence Council Global Trends Report de Estados Unidos predijo que, para 2050, Europa sería “un gigante que se tambalea, distraído por sus discusiones internas y por las agendas nacionales en competición y menos capaz de traducir su fortaleza económica en influencia global”. El Viejo Continente sería una fuerza geopolítica agotada en el mundo contemporáneo.
Pocas predicciones han sido tan claramente formuladas y tan rotundamente desmentidas por la realidad. Desde 1989 Europa ha vivido dos décadas de extraordinario éxito, pese a que no pocos lamentamos la lentitud de sus avances. Desde el punto de vista de la seguridad, el continente ha sido pacificado y se ha incrementado esa influencia cívica que le es tan distintiva, ha ganado utilidad frente al puro poder militar.
Tal vez la profecía más desmentida por la realidad es aquella según la cual Europa y Estados Unidos se irían distanciando progresivamente. Tras el colapso de la Unión Soviética, los neoconservadores predijeron que los europeos y los americanos, una vez perdida la común amenaza soviética que les unía, se distanciarían: el continente sería ingobernable, la OTAN colapsaría y las relaciones transatlánticas se volverían tensas. Pero lo cierto es que América y Europa se han movido en direcciones cada vez más coincidentes. La relación entre ambas, por muchas tensiones que haya habido, es menos conflictiva que nunca en nuestra reciente memoria. Desde 1989 las potencias occidentales han llevado a cabo más de una docena de intervenciones militares. Sólo ha habido un desacuerdo: Irak en 1998-2003.
Los americanos realizaron una intervención que los europeos rechazaban fundamentalmente por su unilateralidad. En cambio, durante los 25 años de la Guerra Fría, americanos y europeos estuvieron en desacuerdo en casi todas las intervenciones unilaterales fuera de Europa.
¿Cuáles son las razones que explican, contra los pronósticos pesimistas, que podamos considerar a Europa como un poder emergente? Fundamentalmente que el poder civil ha ganado utilidad frente al poder militar en el nuevo escenario abierto tras 1989. El poder militar es uno entre otros muchos posibles instrumentos de influencia y el menos apropiado para conflictos de suma positiva, es decir, aquellos en los que todos pueden ganar. Esta tendencia hacia interacciones con suma positiva ha proporcionado enormes ventajas a Europa, especialmente por haber establecido un contexto ventajoso para el desarrollo de ese “poder civilizador” en el cual Europa disfruta de una ventaja comparativa. Europa ha incrementado su influencia en las últimas décadas y todo apunta a que va a seguir haciéndolo.
El pronóstico pesimista sobre el declive de Europa está basado en esa visión tradicional “realista” del mundo según la cual los países compiten en conflictos de suma cero movilizando recursos de poder coercitivos. Estos recursos proceden en última instancia de la fortaleza demográfica y el poder económico, que son trasladados en una ventaja militar, que sería lo decisivo a la hora de determinar la posición relativa de los países en la jerarquía global del poder. Ahora bien, en un mundo globalizado e interdependiente, la rivalidad en términos de suma cero, la fuerza militar, la contraposición de poderes no son lo habitual sino la excepción. La mayor parte de las interacciones son de suma positiva, los riesgos son comunes, lo que posibilita que haya varios actores emergentes que ejercen su influencia sin competir.
La idea de un declive demográfico y económico de Europa es un error sobre todo porque la posición de liderazgo está cada vez menos vinculada a las tradicionales capacidades de poder material. Aquí un factor crítico es el nivel de convergencia de los intereses entre los países y el hecho de compartir unos riesgos comunes, al tiempo que disminuyen los conflictos materiales e ideológicos. Por eso cabe afirmar que el mundo es hoy bipolar: Estados Unidos y Europa. Esto no significa negar que otras grandes potencias (China e India, entre otras) están emergiendo. Pero Europa está a la cabeza en lo que se refiere a los instrumentos de influencia global cívica, que son especialmente apropiados para el mundo que surgió tras la Guerra Fría. Un mundo de profundas interdependencias genera un mayor potencial para la resolución común de los problemas. Esta es la razón principal por la cual es de suponer que el poder emergente de Europa va a continuar y se asiente como una “superpotencia tranquila”.
(*) Catedrático de Filosofía Política y Social, investigador en la Universidad del País Vasco y director del Instituto de Gobernanza Democrática Centro de Colaboraciones Solidarias