La señal china. ¿Es posible una alianza entre Rusia y China?

Alexánder Drabkin

El órgano del CC del Partido Comunista de China, el periódico Diario del Pueblo publicó un artículo de vital importancia bajo el título “China y Rusia deben conformar una Alianza euroasiática”.

¿Nueva revolución cultural?

La aparición de este artículo en el Diario del pueblo (Zhenmin zhibao), debe ser entendida como un documento llamado a ser una directiva. Al analizar el artículo sobre la Alianza euroasiática desde ese punto de vista, los analistas occidentales llegan a la conclusión de que en China está comenzando una nueva “revolución cultural” pero de signo contrario: si en tiempos de Mao Zedong su filo iba dirigido a erradicar todo lo que guardara relación con la URSS, la variante actual está orientada a “domesticar las ambiciones estratégicas de los EE. UU. en la creación de su imperio”. El autor del artículo subraya: la tarea de los americanos consiste en la conquista del mundo, en la que “Euroasia” se convierte en el “principal campo de acción”. Rusia y China son vistas por Washington como el “objetivo estratégico último”. El periódico considera en este sentido que China necesita “revisar su política de país no alineado de los tiempos de la “guerra fría”, modificar sus métodos de resolución de los temas internacionales, que descansan únicamente en los intereses económicos y los fines pacíficos”.

 

Ya regresaremos a la mencionada publicación del Diario del Pueblo. Pero realicemos previamente una excursión al pasado. La referencia al hecho de que no conviene entender “los intereses económicos y los fines pacíficos” como único método posible en la resolución de las cuestiones internacionales, en opinión de los analistas significa que la cuestión de la guerra y la paz, se convierte en la más actual. Y como se desprende del sentido y ánimo del artículo, la RPCh aspira a resolver esta cuestión en alianza con Rusia.

Los aspectos de la alianza político-militar siempre han estado en el centro de atención de nuestros dos países. Los sociólogos occidentales fijan su atención en ciertas coincidencias cronológicas: el 29 de agosto de 1949 tuvo lugar la primera prueba nuclear soviética, mientras que ese mismo 1 de septiembre se proclamaba la República Popular China. El 7 de octubre de ese mismo año en el mapa político del mundo aparecía la República Democrática Alemana. Esa cercanía de fechas tan importantes significa, en opinión de ciertos analistas, que Stalin, al obtener el arma atómica, anunció a todo el mundo la capacidad y disposición de la URSS para defender a sus aliados en un enorme territorio, desde Pekín hasta Berlín. Así fue como el factor militar adquirió una importancia política global.

El 15 de octubre de 1957 se firmaría el acuerdo chino-soviético, en virtud del cual la Unión Soviética se comprometía a prestar apoyo a China en la fabricación del arma nuclear, incluyendo la entrega a la RPCh de modelos de bomba atómica y toda la documentación técnica para su fabricación. Resultaba obvio que en una futura guerra, los soldados soviéticos y chinos iban a combatir hombro con hombro. El Diario del pueblo reaccionó ante este acontecimiento con alborozo.

Ahora el órgano del CC del PCCh desarrolla esa misma idea: “Por separado China y Rusia están en gran desventaja ante los EE. UU. pero juntos “poseen un gran potencial”. Tiene un gran territorio, una gran población, grandes ejércitos, equipados con armamento nuclear. De modo que los EE. UU. ni siquiera con la ayuda de la OTAN, podrían rodear de un modo eficaz a una Rusia y China que actuasen al unísono, y mucho menos aislarlas. Lejos de eso, una alianza tan firme, inevitablemente atraería a nuevos socios, como por ejemplo Irán y Paquistán (las agencias de noticias informan del pronto regreso al país del general Pervez Musharraf, expresidente de Paquistán de orientación pro china, al que los norteamericanos obligaron a dimitir).

Actuando conjuntamente, subraya el Diario del pueblo, se podrá contener la presión de los EE. UU. sobre los países débiles.

Y sin embargo no conviene perder de vista la experiencia histórica: más de medio siglo han necesitado los dos países para volver a someter a estudio los enfoques conjuntos de defensa. Hubo en este camino contradicciones, confrontaciones y más de un zigzag.

Sería ingenuo pensar que durante todo este tiempo nuestro probable enemigo común iba a estar de brazos cruzados. El 24 de diciembre de 1993 el Diario del pueblo publicó un fragmento de la intervención en rueda de prensa de John Foster Dulles del 15 de mayo de 1956: “hay indicios de que hay fuerzas en la Unión Soviética, que aspiran a un mayor liberalismo; si esas fuerzas resisten, podrán provocar cambios radicales en la Unión Soviética”.

Los liberales deben resistir…los norteamericanos no cejaron en su empeño hasta que consiguieron su objetivo.

Trompetas de guerra

En 1957 para las celebraciones por el cuarenta aniversario de la Gran Revolución Socialista de Octubre, que coincidieron con la primera Conferencia Internacional de Partidos comunistas y obreros, llegó a Moscú una representativa delegación del CC del PCCh, encabezada por Mao Zedong. En aquella ocasión habló abiertamente (delante del auditorio): “¿Podemos presuponer cuál sería el coste de vidas humanas que podría provocar una futura guerra? Posiblemente sería una tercera parte de los 2700 millones de habitantes de todo el mundo, es decir no más de 900 millones de personas… puede que aún sean pocas si realmente se lanzasen bombas atómicas. Si la mitad de la humanidad fuese totalmente aniquilada, aún quedaría la otra mitad. Por el contrario el imperialismo sería completamente liquidado y en todo el mundo solo habría socialismo, y en medio siglo o en un siglo entero la población humana crecería más que esa mitad”.

Menos de dos años después tuvo lugar la famosa conversación que menciona A. Gromyko (la cita es larga, pero el tema lo vale). Se refiere al vuelo de cuatro ministros de exteriores ─de la URSS, Gran Bretaña, EE.UU y Francia─, que interrumpieron sus negociaciones en Ginebra para asistir al entierro de John F. Dulles en los EE. UU.

Íbamos volando desde Ginebra todos juntos. Durante una escala, unos asientos delante de mí se sentó el nuevo secretario de Estado de los EE. UU. Christian Herter, recuerda Gromyko─. Cuando cruzábamos la mitad del océano Atlántico, se me acercó el ministro de Defensa estadounidense, Neil McElroy.

--¿Me puedo sentar a su lado, señor Gromyko? Hay algo de lo que quisiera hablarle.

--Por supuesto, le escucho.

Lógicamente, comprendía perfectamente que la conversación que pudiese darme un ministro de Defensa no iba a ser intrascendente. Difícilmente iba a salir de él la iniciativa de pedir una entrevista con el ministro de Exteriores de la Unión Soviética, siendo que en el mismo avión se encontraba el Secretario de Estado de los EE. UU.

Mi interlocutor comenzó la conversación hablando del “peligro amarillo”, como él se expresó, para referirse a China. Desarrolló su tesis de un modo enérgico, intentando convencerme en la justeza de sus pensamientos y conclusiones.

    El “peligro amarillo” ─aseguraba Mcelroy─ es ahora tan grande que no lo podemos ignorar así sin más. No solo tenemos que contar con él, tenemos que combatirlo.

"¿A dónde quiere ir a parar?", pensé yo. No dije nada en voz alta y seguí escuchando a mi interlocutor, mientras éste seguía:

--Deberíamos unirnos contra China.

Se detuvo para comprobar que efecto habían producido en mí sus palabras.

En aquellos años las relaciones entre la URSS y la RPCh eran complicadas. En la práctica estaban en muchos aspectos paralizadas. En el país estaba en pleno apogeo la denominada “revolución cultural”: Los “guardias rojos” campaban a sus anchas por las calles, y la embajada soviética estaba prácticamente bajo asedio.

Tras oír a McElroy, le dije:

--La tarea más importante que tenemos, o mejor dicho que tienen ante sí los EE. UU. y la URSS, es encontrar una solución para los graves problemas de Europa y conseguir mejorar las relaciones soviético-norteamericanas.

--Y sin embargo ─prosiguió McElroy─, el problema seguirá estando ahí y es un gran problema. Tanto ustedes como nosotros necesitan pensar en ese sentido.

En eso acabó la conversación sobre el tema.

En Moscú informé a Jruschov sobre esa “obertura” de McElroy. Él dijo que la respuesta que le había dado era correcta y que no valía la pena volver a sacar el tema (fin de la cita de las memorias de Gromyko).

Es posible que a Gromyko no se le encomendase volver a hablar con McElroy. Aunque también es posible que con los norteamericanos hubiese conversaciones al margen de los canales del Ministerio de Exteriores. No en vano, cuando destituyeron a Jruschov en el pleno del CC del PCUS se decía: "se ha hecho con su propio ministro de Exteriores". El acercamiento entre Moscú y Washington se estaba intensificando en distintos ámbitos, algo que sin duda no pasaba inadvertido para Pekín. Mao Zedong, al quedar sin recibir la respuesta deseada en su pasaje tan belicoso en Moscú, sospechaba lo peor: "¿Qué pasaría si de verdad los EE. UU. y la URSS se aliasen contra China?" Una confirmación indirecta de tal posibilidad fue la reducción del flujo comercial entre los dos países, lo que complicaba gravemente la situación económica de la RPCh.

Fue entonces cuando se desató el proceso de desarraigo de todo lo relacionado con la URSS. Aquello supuso un duro golpe para el PCCh, para todo el país. Cientos de fábricas habían sido construidas con el esfuerzo conjunto de los obreros chinos y los especialistas soviéticos, miles de ciudadanos chinos estudiaban en la URSS; y no eran profesiones lo único que estudiaban, también estudiaban comunismo. ¿Cómo renunciar a las tan estrechas relaciones que existían entre los militares soviéticos y chinos, reforzadas por la sangre derramada conjuntamente? No era fácil. Sin embargo la “revolución cultural” continuaba.

En Pekín siguieron en sus trece tras la muerte de Mao. En octubre de 1979 en el periódico Juntsi, apareció publicado un artículo del antiguo ministro de Defensa, Syui Syantsyan, en el que se afirmaba: “La guerra mundial comenzará pronto, será a gran escala y posiblemente nuclear”.

En diciembre de 1993 en el editorial del Diario del Pueblo: “Dos grandes obras en la vida de Mao Zedong”, escrita para el centenario de su nacimiento, podía leerse: “algunos camaradas no aprobaron la desviación del bloque soviético. Pero ahora, tras los sorprendentes cambios habidos en Europa del Este y en la propia URSS en 1989 y 1991, ya no hay nadie que pueda dudar del acierto del curso elegido entonces por Mao Zedong”.

Detalles de la alianza

Lógicamente, ese giro global político y militar propuesto hoy, es difícil imaginárselo con detalle. Pero algo ya se deja entrever en el artículo del Diario del pueblo. Por ejemplo en la afirmación: “conjuntamente con la ofensiva marítima, China necesita paulatinamente conquistar las zonas occidentales de Euroasia”, los expertos consideran que se refieren a Oriente Próximo. En este sentido resultan sorprendentes las informaciones periodísticas sobre grupos de la inteligencia radiotécnica de Rusia y China, que estarían desplegados en los Emiratos Árabes para espiar las acciones bélicas de los EE. UU. y sus aliados contra Irán. Las publicaciones sobre el vertiginoso crecimiento del número de submarinos rusos (la flota submarina soviética era la mayor del mundo) ya no son rumores, sino declaraciones de altos cargos de Moscú. ¿Cómo no recordar aquí el pasaje de ese artículo que estamos analizando del Diario del pueblo, sobre que China necesita paulatinamente conquistar las zonas occidentales de Euroasia? Ataque por mar es un término muy concreto, aplicable a la acción de la alianza ruso-china.

El lector seguramente estará de acuerdo en que todas estas suposiciones asustan bastante. Pero los analistas advierten que ese probable adversario no ha dejado ni a Rusia ni a China posibilidad de más soluciones alternativas. La RPCh está rodeada de tropas norteamericanas. El último ejemplo de la reafirmación de esa red se demuestra con la gigantesca base naval en Australia.

En territorio chino, los conflictos en el Tíbet y en Sinkiang se alientan constantemente desde el exterior. Los norteamericanos conspiran contra China en Afganistán, Paquistán, Myanmar, en las antiguas repúblicas soviéticas del Asia Central.

A lo largo de las fronteras occidentales de Rusia se pretende desplegar un poderosísimo sistema DAM, que sin duda debilitará el potencial estratégico ruso para un "golpe de respuesta”. Los EE. UU. están construyendo una base gigantesca en Kosovo (desde la que controlan todo el sur de Rusia) mientras llenan Georgia de armas. Barack Obama declaró hace unos días que comparte el “deseo de Georgia” de convertirse en miembro de la OTAN.

Ya sabemos de qué modo los Estados Unidos y sus aliados hicieron “avanzar la democracia” en Serbia, Afganistán, Irak y Libia. Cuando las imágenes del salvaje linchamiento del líder libio daban la vuelta al mundo, un conocido senador norteamericano exclamaba con satisfacción: “hoy los líderes autoritarios de muchos países no van a dormir tranquilos”. Y los enumeró.

No sé cómo dormirán, pero lo que es seguro es que ningún dirigente de ningún país quiere para su patria, para su familia y para sí, el destino del líder libio.

Significa que al acabar con Milosevic, ahorcar a Saddam Hussein y convertir a Gadafi en un amasijo sanguinolento de carne, los norteamericanos han empujado al mundo a una nueva carrera armamentística, a la creación de las más inesperadas alianzas entre los más distintos países, dispuestos a garantizar su seguridad a cualquier precio.

 

P.S. La visita a Moscú del futuro primer ministro de la RPCh, el camarada Li Keqiang, prevista para primeros de febrero, ha sido anulada. El futuro Sec. Gral. del CC del PCCh y Presidente de la RPCh, el camarada Xi Jinping, visitará los EE. UU. y se entrevistará con el presidente B. Obama. Así funciona el rompecabezas chino.

http://gazeta-pravda.ru/content/view/10228/34/

http://russian.people.com.cn/95181/7714612.html

http://josafatscomin.blogspot.com/2012/02/es-posible-una-alianza-entre-rusia-y.html

 

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