La cobertura de las noticias occidentales tiende a representar a Israel como el principal promotor de la línea dura contra el programa nuclear iraní.
Pero las preocupaciones de los países del Golfo, en especial de Arabia Saudita, son de igual o mayor urgencia.
Desde la fundación del Reino de Arabia Saudita, Estados Unidos ha cumplido el papel de protector de Riad. La partida de los británicos de la zona del Golfo a principios de la década de los setenta implicó que las pequeñas monarquías del Golfo también pasaran a depender de EE. UU. para su defensa.
Washington tiene bases de arriba a abajo del lado árabe del Golfo.
Sin embargo, la mera presencia de esas bases ya no crea una sensación de seguridad. Los monarcas y los emires árabes de los países del Consejo de Cooperación del Golfo (Arabia Saudita, Kuwait, Bahréin, Omán, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos) están viendo con consternación como la administración del presidente estadounidense, Barack Obama, busca un acercamiento con Teherán.
Es Arabia Saudita el que está más preocupado. Riad está envuelto en una lucha para contener y hacer retroceder la expansión iraní en la región.
Las revelaciones de Wikileaks, en 2010, pusieron de manifiesto la magnitud de las preocupaciones de Arabia Saudita y de los países del Golfo con respecto a Irán.
El rey Abdullah fue célebremente citado exigiendo a EE. UU. que “corte la cabeza de la serpiente”, mediante el lanzamiento de un ataque militar contra el programa nuclear de Irán.
El rey Hamad bin Isa al-Khalifa de Bahréin, de acuerdo con los cables, también abogó por una acción militar occidental contra el programa.
La preocupación central de Riad es que EE. UU. simplemente no capta el alcance y la gravedad del proyecto regional iraní. Esto, a su juicio, forma parte de una ingenuidad más general, que ha provocado el fracaso la política de EE. UU. en áreas clave del Oriente Medio, en los últimos tres años.
La decisión de EE. UU. de abandonar Hosni Mubarak en Egipto fue para los sauditas un síntoma anticipado del problema. Esto se ha visto agravado por el hecho de no haber prestado apoyo al golpe militar del general Abdel Fattah al-Sisi, aliado cercano de Riad. El fracaso de Washington en organizar adecuadamente un plan para frustrar los esfuerzos de Irán en su intento de preservar al presidente Bashar Assad, en Siria, es un ejemplo ilustrativo adicional.
Las victorias de la Primavera Árabe de los Hermanos Musulmanes preocuparon profundamente a los sauditas. Sin embargo, en el transcurso de 2013, éstas fueron mayormente revertidas.
En Túnez, en Egipto y en la rebelión siria, la Hermandad Musulmana se ha visto eclipsada. El dinero y las maquinaciones sauditas han jugado un papel central en eso. Pero el dinero saudí no será suficiente para hacer retroceder a los iraníes.
Para ello, Riad necesita aliados más poderosos. De ahí el profundo temor de que los estadounidenses ya no estén más dispuestos a desempeñar ese papel.
El punto de vista de los sauditas sobre las transgresiones de Irán coincide en todos los detalles esenciales con el de Israel. Esta coincidencia fue expresada abiertamente por el influyente columnista saudita Tariq al-Homayed, en una reciente entrevista ofrecida a la revista The Weekly Standard:
“Israel es el actor más importante en el Oriente Medio, en este momento, con respecto a Irán [...] Ellos trazaron una línea roja en Irán, y han dejado a todo el mundo feliz en la región”.
Los sauditas ven la ambición nuclear de Irán como parte de una campaña más general de dominación regional en dos direcciones, en dirección al oeste, hacia el Mediterráneo, y en dirección al sur, hacia el Golfo. Se trata de un proyecto que ya se ha puesto en marcha.
Hacia el oeste, Irán está en el proceso de convertir al Irak de Nouri al-Maliki en un cliente, o por lo menos en un estado muy cercano. Irán está luchando con uñas y dientes para mantener a su aliado, Assad, en su puesto en Damasco. Su caída pondría fin al sueño de una línea proiraní contigua desde el oeste de Afganistán hasta el mar Mediterráneo.
En ausencia de EE. UU., los sauditas han tratado de hacer ellos mismos el trabajo pesado de apoyar a la insurgencia siria. No está funcionando.
Assad ha consolidado su posición durante el transcurso de 2013, y ahora está comenzado a recuperar el territorio en mano de los rebeldes.
En la zona del Golfo, los sauditas han visto como Irán continúa apoyando los movimientos de oposición en Bahréin, Kuwait, Yemen del Norte y en el propio este de Arabia Saudita.
Tanto para los sauditas como para Israel, la capacidad nuclear despejaría el camino para un aumento masivo de las actividades subversivas de ese tipo.
Ellos temen que un Irán nuclear sea capaz de persuadir o intimidar a los pequeños países del Golfo para que se avengan bajo su paraguas. Eso, entonces, le daría a Irán la capacidad de fijar o influir en los precios mundiales del petróleo, y así chantajear tanto a los países vecinos como a las potencias mundiales.
Los vínculos de Riad con EE. UU. no están a punto de romperse. Los sauditas no tienen otro lugar a donde ir, no hay ninguna otra potencia actualmente en condiciones de proyectar poder militar en el Golfo.
La administración Obama, por su parte, está dispuesta a asegurar a los sauditas que su presencia militar está allí para quedarse, y que sus preocupaciones son infundadas.
Sin embargo, simultáneamente, los sauditas ven a los iraníes ganar en Siria e Irak, involucrados en la subversión a lo largo del Golfo, y moviéndose a toda velocidad hacia la capacidad nuclear, con sus socios tradicionales alegremente asegurándoles que no hay nada de qué preocuparse.
¿El resultado? Un reciente informe de la BBC sugiere que los sauditas han preparado una opción nuclear para ellos mismos, en la forma de un acuerdo con Pakistán, que suministraría armas atómicas a Riad si Irán llegara a adquirir la capacidad nuclear.
Podría haber sustancia en estos reportes. O podrían ser parte de una desesperada campaña de relaciones públicas de parte los sauditas para tratar de transmitir a EE. UU. sobre el costo de un acercamiento entre Irán y Washington.
De cualquier manera, son un testimonio de lo mal que están las cosas entre Washington y sus aliados árabes más cercanos, como resultado del tono indulgente hacia Irán, y el proceso más amplio de desconexión de la región adoptado por la actual administración en estos últimos tres años.
Aurora, Tel Aviv 21-11-2013
http://www.aurora-israel.co.il/articulos/israel/Opinion/54936/
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