Atrevernos a soñar otro mundo posible con China
Por José Carlos García Fajardo*
Los resortes de la propaganda han ido más lejos que la capacidad de análisis de los profesionales de los medios. ¿Cuántos de ellos conocían la lengua y la historia de China? ¿Cuántos la habían habitado como hicimos con Estados Unidos, los países de Europa y muchos de África y de Latinoamérica?
Hemos vivido cautivos de la mentalidad de la guerra fría y la civilización china nos era tan ajena como el mundo árabe-musulmán que, en el caso español, conforma la tercera de nuestras raíces, junto al mundo greco-romano y el aporte judeocristiano.
Vivíamos a base de estereotipos. El siglo XX fue un hervidero de avances científicos, de metástasis financiera, de guerras inhumanas, de hambre y enfermedad, de exclusión y de explotación de quienes no gozaban del etnocentrismo europeo, cristiano, ilustrado y triunfador.
Mientras contemplábamos el American way of life, por el Este resurgían civilizaciones y culturas milenarias cuya existencia conocíamos por relatos de conquistadores, colonizadores y explotadores. Grave desequilibrio para la armonía capaz de conformar personalidades bien estructuradas. De ahí tanto vacío y vorágine acuciados por el miedo a no ser “lo suficiente”.
Nuestros gobernantes prometían seguridad antes que justicia social, y paraísos edénicos en vez de espacios donde pudiéramos ser nosotros mismos; libres, responsables y capaces de vivir en el ejercicio de nuestro derecho a la “búsqueda de la felicidad”.
Paul Eluard lo explicitó: “Sí, hay otros mundos y están en este”. Lo tildaron de surrealista cuando no se trataba más que de poner una luz en las barricadas, en lugar de maldecir.
Es la raíz de nuestro malestar: no saber qué queremos y matarnos por conseguirlo. Lo que interesaban eran muchedumbres solitarias y dóciles, para quienes se hizo la moral de que “No tener es pecado”.
Rosa María Calaf nos decía: “Los medios de comunicación se dirigen a consumidores más que a ciudadanos, por eso tantos periodistas saben mucho de cubrir crisis y poco de las crisis que cubren”.
En la tardanza de comprender la civilización china y la sabiduría oriental está el peligro de someternos a sus poderes político-económicos, en lugar de abrirnos a un diálogo enriquecedor para todos. Ni sometimientos ni alianzas imposibles entre civilizaciones y culturas. La misma esencia de las civilizaciones reside en su capacidad de acoger y de entregarse, de compartir saberes.
Crecimos en el miedo a Mao, como amenaza y peligro. Pero, como sostiene Poch-de-Feliú en La actualidad de China, Mao no era un chino típico, sino un visionario voluntarista que decía a los hombres que podían mover montañas y “tomar el cielo por asalto”. Era consciente de la enorme fuerza inercial de la milenaria tradición china. Los gobernantes chinos típicos se parecen más a personas como Zhou En Lai o a Deng Xiaoping, realistas, pragmáticos y moderados que no ignoraban la fuerza del arte de gobernar confuciano.
Mientras en Occidente pronosticábamos la hecatombe al desmoronarse la gerontocracia del Partido que gobernaba China, se estaban tejiendo las urdimbres para “construir un país fuerte y próspero”. Con gatos blancos o negros.
Si Lenin definió el comunismo ruso como “el poder de los soviets, más la electrificación de todo el país”, ahora podríamos decir que el comunismo chino “consiste en construir una China fuerte y próspera dentro de una gran armonía”. Es el ideal confuciano de la cohesión social derivada de una economía próspera y de una sociedad estable.
Así evolucionó la estrategia institucional: En 2002 fue el concepto de creación de una “sociedad modestamente acomodada”; en 2004 se introdujo el de “desarrollo científico”; en 2005 se afirmó el objetivo de construir una “sociedad armoniosa”, de acuerdo con las grandes intuiciones del taoísmo y del confucionismo, como reconoció su Primer ministro: “No tenemos por qué imitar a Occidente. Lao Tsé como base de nuestra filosofía y Confucio como orientación en el gobierno para mantener el sistema económico del futuro dotado de una racionalidad y una moral superiores, capaz de realizar la armonía universal confuciana”.
China está sostenida por la presión de la necesidad, pero como dice el investigador Niu Wenyuan, “si China puede realizar su propio desarrollo sostenible, ningún país del mundo podrá decir que no es capaz de lo mismo”.
Ante nosotros está el desafío de no temer al dragón sino tratar de comprendernos.
Por José Carlos García Fajardo*
Profesor Emérito de la UCM. Director del CCS
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