Trabajo infantil sin explotación



Por Ana Muñoz Álvarez*

Niños que trabajan en televisión, niños recogepelotas en los partidos de tenis, niños modelos para grandes marcas, niños que reparten periódicos o que cortan el césped a los vecinos en verano… Niños que trabajan. Al igual que los niños que trabajan en campos o comercios en países empobrecidos del Sur para poder comer.


Movimientos como el Pequeño Trabajador parten de la convicción de que el trabajo forma parte de la vida de miles de niños y que lo importante no es su erradicación, sino que se produzca de manera digna y favorezca la formación de los menores. Sin embargo, hay que hacer una diferencia entre los niños que realizan un trabajo para ayudar a sus familias o para desarrollarse como personas y aquellos que son explotados, que carecen de derechos, que trabajan 12 horas por un plato de arroz… Esto es contra lo que la comunidad internacional tiene que luchar y conseguir acabar con ello.

La infancia se asocia con los juegos, con la escuela y con la diversión. Sin embargo, esta es una visión unida a los valores del Norte, donde los niños y adolescentes son tratados “entre algodones”. En el Sur hay realidades distintas. En muchas culturas, el trabajo está unido a la formación y el desarrollo de la persona. Las afirmaciones de que los menores que trabajan no estudian es una realidad que no siempre se da. Desde Pequeño Trabajador explican que el 92% de los menores que trabajan también estudian, e incluso trabajan para poder permitirse esos estudios.

La prohibición del trabajo infantil puede llevar a muchas familias a la pobreza absoluta. Con esa persecución lo único que se hace es criminalizar aún más la pobreza. Sin embargo, hay que luchar con firmeza contra la explotación de menores.
Ciento cincuenta años después de que se declarara la abolición de la esclavitud, la realidad se muestra bien distinta. Sobre todo, para los niños. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), 250 millones de niños menores de 14 años son esclavizados en el mundo. Muchos de ellos son obligados a trabajar entre 10 y 15 horas diarias en condiciones infrahumanas e insalubres.

El tráfico de niños, la explotación pornográfica y los abusos sexuales son cada vez mayores en países asiáticos y de Europa del Este. El turismo sexual, además, se ha convertido en uno de los mayores reclamos de países como India, con más de 300.000 niños que “trabajan” en burdeles, o Tailandia, donde miles de niñas son compradas a sus padres para entrar dentro de las redes de prostitución infantil. En este país, la industria del sexo supone el 60% del presupuesto nacional del país.

Los escenarios en conflicto son otro grave problema. Los niños se han convertido en los “mejores soldados”. Tan sólo en 2008, más de 200.000 menores fueron reclutados por ejércitos estatales, paramilitares o grupos armados en cerca de 90 países. Al menos 300.000 participaron de manera activa en los frentes. Las secuelas psicológicas de los “niños de la guerra” son tremendas. Son niños que han sido violados, obligados a matar y a denunciar a miembros de su propia familia.

La educación y la formación son la única receta para poder cambiar esta espiral de explotación. Un menor que va a la escuela, conocerá sus derechos y estará más preparado para hacer frente a las dificultades. Encontrará un mejor trabajo y se casará más tarde. Respetará a su mujer y a sus hijos. Mejorará su calidad de vida y la de su familia. Por ello, es fundamental que luchemos para conseguir el Objetivo del Milenio de dar acceso a la educación primaria.

El trabajo infantil no tiene por qué ser un impedimento para ello. En todo el mundo hay experiencias de escuelas y maestros que se adaptan a los horarios de estos niños trabajadores, que ayudan a sus familias y aprenden para labrase un futuro mejor.

* Periodista
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