Los piratas están de moda. Países ricos y asociaciones de derechos de autor han lanzado una intensa campaña contra el pirateo de películas y canciones; filmes y éxitos musicales que se copian bajo mano y se venden ilegalmente con pingües beneficios. También otros piratas, éstos somalíes y armados con Kalashnikov, atacan, abordan y secuestran barcos en el océano Índico para exigir cuantiosos rescates. Los gobiernos han enviado sus buques de guerra para hacer frente a los piratas y evitar sus abordajes.
Lejos del ánimo la menor simpatía por estos piratas, como por nadie que recurra a la violencia para lograr sus fines y ponga en peligro la vida, libertad e integridad de las personas. Ni por aquéllos. Pero tal vez deberíamos prestar atención a otros piratas más letales.
Desde hace años, empresas farmacéuticas transnacionales envían personal explorador a países empobrecidos con la saqueadora y depredadora misión de descubrir plantas, semillas, microorganismos, tratamientos y conocimientos populares y tradicionales de esos países, en Latinoamérica y Asia, así como técnicas curativas y terapias indígenas, para rapiñarlos y registrarlos sin encomendarse ni a dios ni al diablo, con la sacrosanta protección de la patente. Cees Hamelinck, profesor de la Universidad de Ámsterdam, denunció hace tiempo esta nueva piratería: “En muchos países pobres [el sector farmacéutico] saca partido de los conocimientos locales para fabricar medicamentos muy rentables, sin el consentimiento ni beneficio de los habitantes del lugar”.
Y así, expertos del Gobierno de India descubrieron que más de 5.000 “medicinas y tratamientos tradicionales” indios se estaban registrando en oficinas de patentes de todo el mundo por empresas o testaferros que nada tenían que ver con la India, su cultura, sus conocimientos o sus intereses. Ahora, India se ha convertido en el primer país que se enfrenta a la bio-piratería de grandes empresas farmacéuticas occidentales: ha elaborado una inmensa base de datos (La Biblioteca Digital del Conocimiento Tradicional) y declarado “propiedad pública” más de 200.000 tratamientos médicos de la cultura india para impedir que la industria farmacéutica robe esos conocimientos tradicionales con el viejo truco de patentarlos.
Las grandes transnacionales farmacéuticas han dejado maltrechos a los países empobrecidos por el elevado precio de sus medicamentos patentados y su beligerante actitud contra el esfuerzo de países emergentes para elaborar principios activos, medicamentos genéricos sin marca, mucho más baratos. Las organizaciones solidarias defensoras del derecho a la salud han denunciado que anualmente llegan a morir diecisiete millones de personas por no poder conseguir medicamentos contra infecciones respiratorias, malaria, sida, tuberculosis o enfermedades sexuales, debido a su alto precio.
La codiciosa belicosidad de las empresas farmacéuticas se traduce en una implacable presentación de demandas judiciales contra gobiernos de los países emergentes que intentan elaborar o importar medicamentos genéricos a precios razonables y asequibles para curar a sus ciudadanos. La presión internacional, fruto de protestas ciudadanas y de la acción de organizaciones como Oxfam y Médicos sin Fronteras, han conseguido que las empresas farmacéuticas retiren o pierdan demandas contra gobiernos como el de India, Filipinas y otros; demandas en las que realmente buscaban patentes de corso para vender sus caros fármacos y que se prohibieran los medicamentos genéricos baratos.
Pero la beligerancia farmacéutica no acaba ahí. Germán Velázquez, director del Programa Mundial de Medicamentos de la OMS, recomendó producir medicamentos genéricos y eliminar las patentes en el sector farmacéutico. Tal vez fuera casualidad, pero desde que el doctor Velázquez publicó su estudio ha recibido amenazas de muerte, ha sido agredido físicamente y acosado telefónicamente. Ahora se mueve con protección policial.
Casper Gutman, un gangster de modales exquisitos y palabra culta, personaje de El halcón maltés, de Dashiell Hammet, es capaz de incitar al asesinato para conseguir una valiosa figura de oro y piedras preciosas. Cuando se le pregunta qué derecho tiene sobre esa joya responde: “Un objeto de tal valor pertenece sin duda a quien lo consiga”. Ésa parece ser la filosofía del sector farmacéutico, blindado tras un injusto sistema de patentes: el conocimiento para quien se apropie de él. Según Noam Chomsky, “los derechos de propiedad intelectual no son más que protección del control que garantiza a las grandes corporaciones el derecho a cobrar precios de monopolio”.
Y visto todo esto, ¿quién es más pirata?
*Periodista y escritor
www.solidarios.org.es