Honduras: Horas decisivas
Por Gustavo Espinoza M. (*)
"Alta es la noche y Morazán vigila
Es hoy, ayer, mañana? Tú lo sabes."
Pablo Neruda
América afronta hoy horas decisivas. De lo que ocurra en Tegucigalpa este fin de semana, dependerá en buena medida la suerte de la democracia formal en nuestro continente, acosada como está por los buitres de siempre, dispuestos a perpetuar por la fuerza los viejos privilegios de las castas dominantes.
"Alta es la noche y Morazán vigila
Es hoy, ayer, mañana? Tú lo sabes."
Pablo Neruda
América afronta hoy horas decisivas. De lo que ocurra en Tegucigalpa este fin de semana, dependerá en buena medida la suerte de la democracia formal en nuestro continente, acosada como está por los buitres de siempre, dispuestos a perpetuar por la fuerza los viejos privilegios de las castas dominantes.
En una circunstancia como ésta, bien vale evocar a una de las más destacadas figuras de la historia: José Francisco Morazán, nacido en Tegucigalpa en 1793 y muerto en Costa Rica en 1842, y quien fuera un ilustre pensador político y brillante estratega militar.
Luchador infatigable por la causa de la unidad de los pueblos de Centroamérica, Morazán ganó liderazgo en todos los países de la región y aportó como nadie a la formación de la República Federal Centroamericana que, sin embargo, expiró pronto, ahogada por las rivalidades alentadas ya en ese entonces por la voracidad del Imperio.
El prócer, luchó con indesmayable tenacidad, enfrentando a las fuerzas separatistas que en su momento asomaron comandadas por militares corruptos como el general Antonio Pinto y el coronel Florentino Alfaro, antecedentes históricos del Romeo Vásquez que hoy quiere dar al traste con la institucionalidad democrática de su país para imponer un rumbo que el pueblo de Honduras rechaza vigorosamente.
Fueron ellos, como se recuerda, los que ordenaron la muerte de Morazán en circunstancias aciagas para América.
En septiembre de 1842, el patriota fue sumariamente juzgado, condenado a muerte, y fusilado en compañía de algunos de sus colaboradores.
Plenamente consciente de sus deberes y de la justicia de su causa, alcanzó a decir a su colega de infortunio, el general Villaseñor: "querido amigo, la posteridad nos hará justicia.". Y después, tuvo el temple indispensable para dirigir su propia ejecución, ordenado al pelotón que tenia al frente: "atención. apunten. ¡fuego!".
Contrariamente a lo que esperaban sus asesinos, Morazán quedó vivo, como había ocurrido en el Perú pocos años antes con el general Felipe Santiago Salaverry, capturado por sus enemigos de entonces y ejecutado en la Plaza de Armas de Arequipa, en febrero de 1836.
En ambos casos, Morazán y Salaverry fuero fusilados por segunda vez, como expresión salvaje del odio desenfrenado que sentían hacia ellos los que dispusieron su muerte.
Morazán, a diferencia de Salaverry —un joven y apuesto militar ambicioso—, fue un héroe. Y su memoria se recuerda siempre unida a la soberanía de su patria, y a los inalienables derechos de su pueblo. Su mensaje crece a la luz del día y al calor de los acontecimientos cotidianos cuando en esta América por la que luchó con tanta fuerza, se afirman los procesos liberadores que abren una nueva perspectiva continental.
Por eso, al pretender destruir la estructura democrática de Honduras, los golpistas de hoy parece que se empeñan en fusilar otra vez a Morazán, para callarlo de una vez, y para siempre.
En ellos, por cierto, afinca la idea de perpetuar la opresión y la explotación en los viejos esquemas de la República Bananera en la que entre la empresa imperialista y la embajada yanqui se decidía el destino de todo el pueblo.
"Ya viene el tigre enarbolando un hacha / vienen a devorarte las entrañas / vienen a dividir la estrella / vienen / pequeña América olorosa / a clavarte en la cruz, a desollarte / a tumbar el metal de tu bandera.", decía Pablo Neruda en su monumental e inolvidable "Canto General" aludiendo precisamente a aquellos años que sucedieron a 1842, cuando pareció caer la noche sobre el pueblo que aún hoy Morazán vigila.
Los sucesos de Honduras, que ocurrieran vertiginosamente a partir de la oprobiosa madrugada del 28 de junio, han servido en esta ocasión también para diferenciar el grano de la paja.
Aunque todos los gobiernos de América -incluyendo el de Alan García- han "condenado" formalmente el Golpe contra Manuel Zelaya, el Presidente legítimo de ese país; en todas partes ha asomado la ponzoñosa voz de quienes han pretendido justificar el Golpe arguyendo para ello notables sinrazones.
Parlamentarios peruanos absolutamente desacreditados, como Carlos Torres Caro, y congresistas apristas como Jorge del Castillo y Luis González Posada, han tenido la desvergûenza de esbozar una "línea de defensa" de los golpistas de Tegucigalpa para simplemente impedir que el Poder Legislativo de nuestro país condene el accionar avieso de Micheletti y compañía.
Claro que no se han atrevido a sacar la cara por los procedimientos empleados en la capital hondureña para dar al traste con la constitucionalidad.
Pero han sostenido una tesis peregrina que los pinta de cuerpo entero. Lo de Micheletti -han dicho- más que un Golpe, ha sido "un contragolpe", porque "el golpe contra la democracia lo dio Zelaya, aliándose con Chávez y con Evo para imponer un régimen estatista". A partir de allí, han desarrollado, casi sin réplica, un discurso contra las administraciones de Caracas y La Paz pintándolas con los colores de la muerte.
Esta manera de enfocar el tema, no es ciertamente peruano. Ya asomó esbozada en el diario "El País" de España y fue planteada también por la prensa más conservadora de los Estados Unidos, que criticó al Presidente de ese país, Barack Obama, por "prestarse al juego de Chávez" y no defender las acciones criminales usadas en Tegucigalpa por los adictos a Bush quien, por cierto, habría aplaudido el Golpe con las dos manos.
Hoy América está a la expectativa. Los ojos de todos miran a Honduras, conscientes de lo que allí se juega.
Si finalmente se imponen quienes asaltaron el Poder, el riesgo aumentará severamente en la región. Y si, por el contrario, la unidad forjada hasta hoy doblega la resistencia de los agresores y se restaura el gobierno del Presidente Manuel Zelaya Rosales, una nueva luz se afirmará en el continente.
Esperemos, entonces porque, finalmente, Morazán vigila. Todos sabemos, entonces que, finalmente, se afirmara la esperanza.
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera. / www.nuestra-bandera.com
Luchador infatigable por la causa de la unidad de los pueblos de Centroamérica, Morazán ganó liderazgo en todos los países de la región y aportó como nadie a la formación de la República Federal Centroamericana que, sin embargo, expiró pronto, ahogada por las rivalidades alentadas ya en ese entonces por la voracidad del Imperio.
El prócer, luchó con indesmayable tenacidad, enfrentando a las fuerzas separatistas que en su momento asomaron comandadas por militares corruptos como el general Antonio Pinto y el coronel Florentino Alfaro, antecedentes históricos del Romeo Vásquez que hoy quiere dar al traste con la institucionalidad democrática de su país para imponer un rumbo que el pueblo de Honduras rechaza vigorosamente.
Fueron ellos, como se recuerda, los que ordenaron la muerte de Morazán en circunstancias aciagas para América.
En septiembre de 1842, el patriota fue sumariamente juzgado, condenado a muerte, y fusilado en compañía de algunos de sus colaboradores.
Plenamente consciente de sus deberes y de la justicia de su causa, alcanzó a decir a su colega de infortunio, el general Villaseñor: "querido amigo, la posteridad nos hará justicia.". Y después, tuvo el temple indispensable para dirigir su propia ejecución, ordenado al pelotón que tenia al frente: "atención. apunten. ¡fuego!".
Contrariamente a lo que esperaban sus asesinos, Morazán quedó vivo, como había ocurrido en el Perú pocos años antes con el general Felipe Santiago Salaverry, capturado por sus enemigos de entonces y ejecutado en la Plaza de Armas de Arequipa, en febrero de 1836.
En ambos casos, Morazán y Salaverry fuero fusilados por segunda vez, como expresión salvaje del odio desenfrenado que sentían hacia ellos los que dispusieron su muerte.
Morazán, a diferencia de Salaverry —un joven y apuesto militar ambicioso—, fue un héroe. Y su memoria se recuerda siempre unida a la soberanía de su patria, y a los inalienables derechos de su pueblo. Su mensaje crece a la luz del día y al calor de los acontecimientos cotidianos cuando en esta América por la que luchó con tanta fuerza, se afirman los procesos liberadores que abren una nueva perspectiva continental.
Por eso, al pretender destruir la estructura democrática de Honduras, los golpistas de hoy parece que se empeñan en fusilar otra vez a Morazán, para callarlo de una vez, y para siempre.
En ellos, por cierto, afinca la idea de perpetuar la opresión y la explotación en los viejos esquemas de la República Bananera en la que entre la empresa imperialista y la embajada yanqui se decidía el destino de todo el pueblo.
"Ya viene el tigre enarbolando un hacha / vienen a devorarte las entrañas / vienen a dividir la estrella / vienen / pequeña América olorosa / a clavarte en la cruz, a desollarte / a tumbar el metal de tu bandera.", decía Pablo Neruda en su monumental e inolvidable "Canto General" aludiendo precisamente a aquellos años que sucedieron a 1842, cuando pareció caer la noche sobre el pueblo que aún hoy Morazán vigila.
Los sucesos de Honduras, que ocurrieran vertiginosamente a partir de la oprobiosa madrugada del 28 de junio, han servido en esta ocasión también para diferenciar el grano de la paja.
Aunque todos los gobiernos de América -incluyendo el de Alan García- han "condenado" formalmente el Golpe contra Manuel Zelaya, el Presidente legítimo de ese país; en todas partes ha asomado la ponzoñosa voz de quienes han pretendido justificar el Golpe arguyendo para ello notables sinrazones.
Parlamentarios peruanos absolutamente desacreditados, como Carlos Torres Caro, y congresistas apristas como Jorge del Castillo y Luis González Posada, han tenido la desvergûenza de esbozar una "línea de defensa" de los golpistas de Tegucigalpa para simplemente impedir que el Poder Legislativo de nuestro país condene el accionar avieso de Micheletti y compañía.
Claro que no se han atrevido a sacar la cara por los procedimientos empleados en la capital hondureña para dar al traste con la constitucionalidad.
Pero han sostenido una tesis peregrina que los pinta de cuerpo entero. Lo de Micheletti -han dicho- más que un Golpe, ha sido "un contragolpe", porque "el golpe contra la democracia lo dio Zelaya, aliándose con Chávez y con Evo para imponer un régimen estatista". A partir de allí, han desarrollado, casi sin réplica, un discurso contra las administraciones de Caracas y La Paz pintándolas con los colores de la muerte.
Esta manera de enfocar el tema, no es ciertamente peruano. Ya asomó esbozada en el diario "El País" de España y fue planteada también por la prensa más conservadora de los Estados Unidos, que criticó al Presidente de ese país, Barack Obama, por "prestarse al juego de Chávez" y no defender las acciones criminales usadas en Tegucigalpa por los adictos a Bush quien, por cierto, habría aplaudido el Golpe con las dos manos.
Hoy América está a la expectativa. Los ojos de todos miran a Honduras, conscientes de lo que allí se juega.
Si finalmente se imponen quienes asaltaron el Poder, el riesgo aumentará severamente en la región. Y si, por el contrario, la unidad forjada hasta hoy doblega la resistencia de los agresores y se restaura el gobierno del Presidente Manuel Zelaya Rosales, una nueva luz se afirmará en el continente.
Esperemos, entonces porque, finalmente, Morazán vigila. Todos sabemos, entonces que, finalmente, se afirmara la esperanza.
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera. / www.nuestra-bandera.com