Nueva encíclica social: Caritas in veritate

La Oficina de Prensa de la Santa Sede presentó la Encíclica de Benedicto XVI Caritas in veritate, acto en el que participaron los cardenales Renato Raffaele Martino, Presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz y Paul Josef Cordes, Presidente del Pontificio Consejo "Cor Unum"; el arzobispo Giampaolo Crepaldi, recientemente nombrado obispo de Trieste (Italia) y hasta ahora secretario del Pontificio Consejo Justicia y Paz y el profesor Stefano Zamagni, catedrático de Economía Política en la Universidad  de Bolonia (Italia) y consultor del Pontificio Consejo Justicia y Paz.


  En su intervención, el cardenal Martino habló de la necesidad de una nueva encíclica social a veinte años de distancia de la Centesimus annus de Juan Pablo II, enumerando los cambios que han tenido lugar en estas dos últimas décadas.

  "Las ideologías políticas, que caracterizaron la época precedente a 1989, han perdido virulenciay han sido sustituidas por la nueva ideología de la técnica. La acentuación de los fenómenos de globalización, determinados por el final de los bloques contrapuestos y por la red informática y mundial. Las religiones han vuelto al escenario público mundial.  La emergencia de algunos países de la situación de retraso está cambiando los equilibrios geopolíticos mundiales.  El problema de la gobernación internacional", manifestó.

  "Estas grandes novedades bastarían para motivar la escritura de otra encíclica social —agregó el purpurado—, pero existe además una razón que no se debe olvidar. La Caritas in veritate fue concebida por el Santo Padre como una conmemoración de los 40 años de la "Populorum progressio" de Pablo VI, aunque el tema de la nueva encíclica "no es el desarrollo de los pueblos, sino el desarrollo humano integral. Se podría decir que la perspectiva de la "Populorum progressio" se amplía".

"La Caritas in veritate demuestra con claridad no solo que el pontificado de Pablo VI no supuso un retroceso en la Doctrina Social de la Iglesia,  sino que aquel Papa contribuyó de forma significativa a enfocar la visión de la Doctrina Social de la Iglesia en el surco de la "Gaudium et spes" y de la tradición precedente y sentó las bases sobre las que se insertó Juan Pablo II".

Por su parte, el arzobispo Crepaldi habló de las nuevas cuestiones que aborda  la encíclica. "Los dos derechos fundamentales a la vida y a la libertad religiosa -indicó- encuentran por primera vez un lugar explícito y denso en una encíclica social" y "están ligados orgánicamente con el tema del desarrollo. En la "Caritas in veritate", la llamada "cuestión antropológica" pasa a ser a pleno título una cuestión social".

Otras dos temáticas nuevas son la del ambiente -donde la naturaleza se concibe no "como un depósito de recursos materiales", sino como "palabra creada" confiada al ser humano "para el bien de todos"- y la de la técnica. "Es la primera vez —subrayó el prelado— que una encíclica afronta de forma orgánica esta cuestión". "La referencia continua a la Verdad y al Amor infunde a Caritas in veritate una gran libertad de pensamiento, con las que despeja el campo de todas las ideologías que desgraciadamente todavía pesan sobre el desarrollo".

El cardenal Cordes afirmó que "si la primera Encíclica, Deus caritas est, sobre la  teología de la caridad, contenía indicaciones sobre la doctrina social, ahora estamos frente a un texto dedicado totalmente a esta materia".

Tras poner de relieve que "la doctrina social de la Iglesia es un elemento de evangelización", subrayó que "no se puede leer la doctrina social fuera del contexto del evangelio y de su anuncio", ya que "nace y se interpreta a la luz de la revelación".

El presidente del Pontificio Consejo "Cor Unum" señaló que "el centro de la doctrina social es el ser humano". En este contexto se preguntó si "la cuestión antropológica no implica que se deba responder a una pregunta central: ¿qué hombre queremos promover?  ¿Puede una civilización sobrevivir sin puntos de referencia con fundamento, sin una mirada a la eternidad, negando al ser humano una respuesta a sus interrogantes más profundos? ¿Puede existir verdadero desarrollo sin Dios?".

 Refiriéndose finalmente al concepto de progreso, el purpurado puso de relieve que la Encíclica, "además de unificar las dos dimensiones de la promoción humana y del anuncio de la fe, introduce un ulterior elemento en el concepto de progreso: la esperanza", a la que el Papa ha dedicado su segunda Encíclica, la Spe salvi.

El profesor Zamagni comentó que la Encíclica se muestra favorable "a la concepción de mercado, típica de la economía civil, según la cual se puede vivir la experiencia de la socialidad humana en el contexto de una normal vida económica y no fuera o al margen de ella".

  "Los principales factores estructurales de la crisis —explicó— son tres. El primero concierne al cambio radical en la relación entre finanzas y producción de bienes y servicios que se ha ido consolidando a lo largo de los treinta últimos años. El segundo factor -continuó- es la difusión, a nivel de cultura popular, del ethos de la eficiencia como criterio último de juicio y de justificación de la realidad económica. La tercera causa —terminó— tiene que ver con la matriz cultural que se ha consolidado en los últimos decenios, a raíz del proceso de globalización y de la llegada de la tercera revolución industrial, la de las tecnologías infotelemáticas".

Síntesis de la encíclica Caritas in veritate

Sigue la síntesis facilitada por la Oficina de Prensa de la Santa Sede de la nueva encíclica de Benedicto XVI, "Caritas in veritate": La Caridad en la verdad, sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad .

La Encíclica consta de una introducción, seis capítulos y una conclusión y  está fechada el 29 de junio de 2009, solemnidad de San Pedro y San Pablo.

"En la Introducción el Papa recuerda que la caridad es "la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia". Por otra parte, dado el "riesgo de ser mal entendida o excluida de la ética vivida" advierte de que  "un cristianismo de caridad sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero marginales".

"El desarrollo  necesita esta verdad", escribe Benedicto XVI y analiza "dos  criterios orien­tadores de la acción moral: la justicia y el bien común. Todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la polis. Ésta es la vía institucional del vivir social".

El primer capítulo está dedicado al "Mensaje de la "Populorum progressio" de Pablo VI que "reafirmó la importancia imprescindible del Evangelio para la construcción de la sociedad según  libertad y  justicia". "La fe cristiana —escribe Benedicto XVI— se ocupa del desarrollo no apoyándose en privilegios o posiciones de poder sino solo en  Cristo". El pontífice evidencia que "las causas del subdesarrollo no son principalmente de orden material". Están ante todo en la voluntad, el pensamiento y todavía más "en la falta de fraternidad entre los hombres y los pueblos".

"El  desarrollo humano en nuestro tiempo" es el tema del segundo capítulo. "El objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último —reitera  el Papa— corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza" Y enumera algunas distorsiones del desarrollo: una actividad financiera "en buena parte especulativa", los flujos migratorios "frecuentemente provocados y después no gestionados adecuadamente o la explotación sin reglas de los recursos de la tierra". Frente a esos problemas ligados entre sí, el Papa invoca "una nueva síntesis humanista", constatando después que "el cuadro del desarrollo se despliega en múltiples ámbitos: crece la riqueza mundial en términos absolutos, pero aumentan también las desigualdades  y nacen nuevas pobrezas".

"En el plano cultural —prosigue—-  las posibilidades de interacción" han dado lugar a  "nuevas perspectivas de diálogo", pero hay un doble riesgo".  En primer lugar "un eclecticismo cultural" donde las culturas se consideran "sustancialmente equivalentes". El peligro opuesto es el de "rebajar la cultura y homologar los  estilos de vida". Benedicto XVI recuerda "el escándalo del hambre" y auspicia "una ecuánime reforma agraria en los países en desarrollo".

Asimismo, el pontífice evidencia que el respeto por la vida "en modo alguno puede separarse de las cuestiones relacionadas con el  desarrollo de los pueblos" y afirma que "cuando una sociedad se encamina hacia la negación y la supresión de la vida acaba por no encontrar la motivación y la energía necesarias para esforzarse en el servicio del verdadero bien del hombre".

Otro aspecto ligado al desarrollo es el "derecho a la libertad religiosa. La violencia escribe el Papa, frena el desarrollo auténtico" y esto "ocurre especialmente con el terrorismo de inspiración  fundamentalista".

"Fraternidad, desarrollo económico y sociedad civil" es el tema del tercer capítulo, que se abre con un elogio de la experiencia del don,  no reconocida a menudo, "debido a  una visión de la existencia que antepone a todo la productividad y la utilidad. El desarrollo, si quiere ser auténticamente humano, necesita en cambio dar espacio al principio de gratuidad", y por cuanto se refiere al mercado la lógica mercantil, ésta  debe estar "ordenada a la consecución del bien común, que es responsabilidad sobre todo de la comunidad política".

Retomando la encíclica Centesimus annus indica "la necesidad de un sistema basado en tres instancias: el mercado, el Estado y la sociedad civil" y espera en "una civilización de la economía". Hacen falta "formas de economía solidaria" y "tanto el mercado como la política tienen necesidad de personas abiertas al don recíproco".

El capítulo se cierra con una nueva valoración del fenómeno de la globalización, que no se debe entender solo como "un proceso socioeconómico". La globalización necesita "una orientación cultural personalista y comunitaria abierta a la trascendencia (...) y capaz de corregir sus disfunciones".

En el cuarto capítulo, la Encíclica trata el tema del "Desarrollo de los pueblos, derechos y deberes, ambiente". "Gobierno y organismos internacionales

se lee— no pueden olvidar "la objetividad y la indisponibilidad" de los derechos. A este respecto, se detiene en las "problemáticas relacionadas con el crecimiento demográfico".

Reafirma que la sexualidad no se puede "reducir a un mero hecho hedonístico y lúdico". Los Estados, escribe, "están llamados a realizar políticas que promuevan la centralidad de la familia".

"La economía -afirma una vez más- tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de cualquier ética sino de una ética amiga de la persona". La misma centralidad de la persona, escribe, debe ser el principio guía "en las intervenciones para el desarrollo" de la cooperación internacional. (Los organismos internacionales exhorta el Papa deberían interrogarse sobre la real eficacia de sus aparatos burocráticos", "con frecuencia muy costosos".

  El Santo Padre se refiere más adelante a las problemáticas energéticas. "El acaparamiento de los recursos" por parte de Estados y grupos de poder, denuncia, constituyen "un grave impedimento para el desarrollo de los países pobres. Las sociedades tecnológicamente avanzadas, añade, pueden y deben disminuir la propia necesidad energética", mientras debe "avanzar la investigación sobre energías alternativas".

"La colaboración de la familia humana" es el corazón del quinto capítulo, en el que Benedicto XVI pone de relieve que "el desarrollo de los pueblos depende sobre todo del reconocimiento de ser una sola familia". De ahí que, se lee, la religión cristiana puede contribuir al desarrollo "solo si Dios encuentra un puesto también en la esfera pública".

El Papa hace referencia al principio de subsidiaridad, que ofrece una ayuda a la persona "a través de la autonomía de los cuerpos intermedios". La subsidiariedad, explica, "es el antídoto más eficaz contra toda forma de asistencialismo paternalista" y es más adecuada para humanizar la globalización".

Asimismo, Benedicto XVI  exhorta a los Estados ricos a "destinar mayores cuotas" del Producto Interno Bruto para el desarrollo, respetando los compromisos adquiridos. Y augura un mayor acceso a la educación y, aún más, a la "formación completa de la persona" afirmando que, cediendo al relativismo, se convierte en más pobre. Un ejemplo, escribe, es el del fenómeno perverso del turismo sexual. "Es doloroso constatar observa que se desarrolla con frecuencia con el aval de los gobiernos locales".

 El Papa afronta a continuación al fenómeno "histórico" de las migraciones. "Todo emigrante, afirma, "es una persona humana" que "posee derechos que deben ser respetados por todos y en toda situación".

 El último párrafo del capítulo lo dedica el Pontífice "a la urgencia de la reforma" de la ONU y "de la arquitectura económica y financiera internacional". Urge "la presencia de una verdadera Autoridad política mundial" (...) que goce de "poder efectivo".
 
 El sexto y último capítulo está centrado en el tema del "Desarrollo de los pueblos y la técnica". El Papa pone en guardia ante la "pretensión prometeica" según la cual "la humanidad cree poderse recrear valiéndose de los 'prodigios' de la tecnología". La técnica, subraya, no puede tener una "libertad absoluta".

 El campo primario "de la lucha cultural entre el absolutismo de la tecnicidad y la responsabilidad moral del hombre es hoy el de la bioética", explica el Papa, y añade: "La razón sin la fe está destinada a perderse en la ilusión de la propia omnipotencia". La cuestión social se convierte en "cuestión antropológica". La investigación con embriones, la clonación, lamenta el Pontífice, "son promovidas por la cultura actual", que "cree haber desvelado todo misterio". El Papa teme "una sistemática planificación eugenésica de los nacimientos".

 En la Conclusión de la Encíclica, el Papa subraya que el desarrollo "tiene necesidad de cristianos con los brazos elevados hacia Dios en gesto de oración", de "amor y de perdón, de renuncia a sí mismos, de acogida al prójimo, de justicia y de paz".