La tortura que no cesa
Por Xavier Caño Tamayo*
Hubo una manifestación. Cuatro policías detuvieron a un joven, lo arrojaron al suelo, lo esposaron e introdujeron violentamente en una furgoneta policial. Le golpearon las piernas con porras, le pisotearon la cabeza y le doblaron los dedos hasta casi rompérselos. En comisaría le obligaron a arrodillarse, cerraron las persianas y le dieron patadas y puñetazos por todo el cuerpo…
Ocurrió en Barcelona (España). El mundo se escandalizó al conocer las torturas a detenidos en la prisión iraquí de Abu Ghraib, pero acaso se ignora que casos como el descrito, peores y aún mucho peores sucedieron en 2008 y los primeros meses de 2009 en 107 de los 157 países que Amnistía Internacional investiga para su informe anual sobre el respeto de los derechos humanos en el mundo. Hubo tortura y malos tratos de forma generalizada en todas las regiones del mundo. En todas. Perpetrados por fuerzas de seguridad, policías y otros agentes del Estado.
En Camerún, Chad, República Centroafricana, Sudán o Sierra Leona, por ejemplo, hubo brutalidad policial y muchas detenciones arbitrarias y prolongadas sin acusación concreta. Muchas personas fueron torturadas y hubo ejecuciones extrajudiciales. En Zimbabue, 23 defensores de derechos humanos fueron encarcelados entre octubre y diciembre de 2008 sin cargos ni protección legal. Fueron torturados bajo custodia policial, y algunos aún reciben tratamiento médico por ello.
En América, varios Gobiernos ignoraron las denuncias de torturas y homicidios, arguyendo que los abusos eran inevitables por el aumento de la inseguridad pública. En México, las ejecuciones extrajudiciales, las torturas, el uso policial excesivo de fuerza y las detenciones arbitrarias fueron generales. No se hizo nada para que los torturadores rindieran cuentas. Ya hubo torturas a decenas de manifestantes en Guadalajara en 2004, torturas y violación a 26 detenidas en San Salvador Atenco en 2006, y decenas de casos de torturas, detenciones arbitrarias y homicidios durante la crisis política de Oaxaca en 2006 y 2007. Pero de todo ello no se investigó nada, nadie ha sido procesado y nadie ha respondido por esos crímenes.
En Francia, Amnistía Internacional denunció en 2009 malos tratos continuados de policías a franceses de minorías étnicas o a ciudadanos extranjeros. No se ha investigado nada. Más impunidad.
En China, tras las reivindicaciones tibetanas, casi siempre pacíficas, en marzo de 2008, hubo torturas a detenidos que a veces acarrearon la muerte. El Comité contra la Tortura de Naciones Unidas criticó el registro corporal a todos los detenidos, cuando se supo que la policía china hizo más de 1.600 registros corporales obligando a los detenidos a desnudarse.
En Territorios Palestinos Ocupados, aumentaron las denuncias de torturas por agentes del Servicio General de Seguridad. Atar a detenidos en posturas dolorosas durante tiempo prolongado, impedirles dormir, amenazarlos con daño a sus familias, palizas y otros malos tratos al detenerlos, pero también después, así como en los traslados de un lugar a otro. Los jueces de tribunales militares israelíes apenas ordenan investigar denuncias de torturas y malos tratos y no se conoce ningún procesamiento de agentes de Seguridad por torturas a palestinos. Como puede verse, hay impunidad. Y así ocurre con diversas variantes y matices hasta en 107 países.
Además, en muchos países las víctimas de tortura están indefensas: la justicia no investiga las torturas ni castiga adecuadamente a los torturadores. Es cierto que pocas veces las torturas perpetradas por funcionarios del Estado son una política del Gobierno. Pero tampoco son casos aislados.
Durante muchos años, Amnistía Internacional y otras organizaciones defensoras de derechos humanos, la ONU, el Consejo de Europa y otras organizaciones internacionales regionales de derechos humanos, han expresado honda preocupación por la persistencia de la tortura y otros tratos crueles, inhumanos o degradantes cometidos por funcionarios del estado paradójicamente encargados de hacer cumplir la ley. Porque la realidad es que la tortura va a más.
La llamada guerra contra el terror ha contribuido a crear un terror de otro signo y ha generado una indecente lasitud a la hora de exigir cuentas por torturas.
Pero algo está claro. Diáfano. Si los países pretendidamente democráticos no cortan de raíz la práctica de la tortura, no la persiguen ni hacen rendir cuantas a quienes la perpetran, perderán toda legitimidad.
Y avanzaremos todos hacia la barbarie.
* Periodista y escritor
www.solidarios.org.es