Terrorismo de Estado

Por José Carlos García Fajardo*


A pesar de ampliarse los umbrales de nuestro conocimiento, cada vez somos menos libres. Junto a la rapidez en las comunicaciones, se extiende la sensación de un vacío que parece dejar manos libres a los políticos para combatir al nuevo enemigo, ahora llamado “terrorismo". Sin analizar antes las causas del gran malestar social que mueve a jóvenes a transformarse en bombas vivientes. Muchas de nuestras decisiones políticas y económicas, no son comprendidas por millones de seres que prefieren acabar con sus vidas a participar en un desastre cada vez más insoportable.  El incremento de suicidios entre los pobres es espantoso.


El crimen, en cualquiera de sus formas -y el terrorismo lo es-, debe ser perseguido por todos los medios legales. A nadie le está permitido tomarse la justicia por su mano, ejecutar a prisioneros o maltratarlos violando la legislación establecida. Causan pavor las imágenes de prisioneros maniatados y sistemáticamente privados de la visión. Desorientados y arrojados al suelo, arrodillados o tumbados boca abajo, humillados, en un intento de desposeerlos de toda dignidad. Transportados como animales y encerrados en prisiones inmundas, denunciadas por Amnistía Internacional.

Lo que las tropas aliadas hacen con los prisioneros de Afganistán, como antes en Abu Ghraib de Irak, es inhumano, inmoral y conculca el orden legal establecido. Guantámano pasará a la historia como símbolo de terrorismo de Estado, como lo fueron los gulag soviéticos y los campos de exterminio nazis. No es cuestión de número para que una muerte injusta constituya un crimen. Si el Estado es el responsable, será un crimen de Estado. En este caso, terrorismo de Estado.

Cada vez es mayor la contumacia de los políticos que proclaman “seguridad ante todo”, antes que la justicia.  Ni en la guerra ni en la paz se pueden violar las leyes. La seguridad jurídica es lo que nos distingue de una banda de terroristas, no el número.

Vistas las fotos de fanáticos colonos israelíes quemando las cosechas, los olivos y los frutales en Cisjordania y las denuncias de los “desertores de conciencia”, 26 soldados del Ejército de Israel obligados a los más graves abusos en la guerra de Gaza, uno se pregunta si esto no es otra forma de terrorismo.

El gobierno norteamericano gasta más de mil millones de dólares a la semana en esta guerra injusta y precedida de mentiras, falsificación de pruebas y engaño a la opinión pública y a sus parlamentarios. De eso se trataba: de prevenir un ataque inminente con armas nucleares, biológicas y químicas de destrucción masiva, que nunca aparecieron. Se trataba de eliminar a un dictador y a las fuerzas que lo sostenían en el poder para instaurar un régimen justo. Ya lo derrocaron, pero no han traído la paz, sino el dominio de fuerzas extranjeras en connivencia con otros extremistas. La ignorancia es terca y atrevida.

Cada vez está más claro que responsables de la seguridad y de las agencias de información de EEUU, Israel y Gran Bretaña sabían que algo terrible se preparaba. Ocultaron una información vital para salvar vidas o para proporcionar los pretextos que les permitirían poner en marcha un plan de expansión y de dominio. El mismo ataque a las Torres Gemelas parece que pudo haber sido evitado.

Así sucedió con las grandes mentiras de la historia: el ultimátum de Napoleón III a Alemania manipulado por Bismarck, en 1870, que originó la guerra franco-prusiana; la destrucción del Maine en la bahía de La Habana, en 1898, para apoderarse de Cuba y de Filipinas; el rearme al que forzaron a John F. Kennedy con falsa información, facilitada por la CIA, en 1960, asegurando que la URSS incrementaba su poder militar; el falso ataque por los norvietnamitas a dos torpederos de EEUU en el golfo de Tonkín, en 1964, que llevó al paroxismo la guerra de Vietnam; la urgencia nacional decretada por Reagan a causa de la "amenaza nicaragüense", en 1985; las falsedades utilizadas en la Guerra del Golfo, en 1991, para una guerra que necesitaba EEUU; hasta el más increíble proyecto de crear en EEUU un Departamento destinado a la “desinformación”, y que reveló The New York Times.

Una vez que se traspasa la barrera del sentido común, del respeto a los derechos humanos y al orden legal establecido, termina el imperio de la razón y comienza el imperio de la mentira y del crimen en el que cada parte actúa con sus medios, por espantoso que sean.

 
* Profesor Emérito de la UCM. Director del CCS

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