Germán Gorraiz López*
El caprichoso y cíclico devenir de la Historia, podría hacer que dos Papas de la Iglesia Católica, separados en el tiempo y en la distancia por 35 años y un océano, queden hermanados por la brevedad de su mandato y la imagen de descrédito de la Iglesia que recibirán como herencia . Así, Juan Pablo I y Francisco pasarán a la Historia por su lucha contra el establishment vaticano, su innegable carisma personal y un estilo revolucionario plasmado en un estilo apologético propio basado en el desapego de las formalidades y en su don de gentes , quedando sus elecciones como hitos del finiquito de la concepción eurocéntrica de la Iglesia Romana y la irrupción de la Iglesia centrífuga. Así, en los albores del siglo XXI, Francisco comenzó su Papado bajo el signo de la "Franciscomanía”, fenómeno sociológico que logrará que una persona sin conocimiento previo de los entresijos del Poder Vaticano se convierta en icono de la juventud, insufle vientos de cambios y devuelva la ilusión y la esperanza a unos fieles sumidos en la perplejidad y la desilusión tras la significativa erosión de la imagen de la Iglesia Católica debido a los lacerantes episodios de acusaciones de pederastia, ilegalidades en la Banca Vaticana e intrigas palaciegas de la Curia Romana (trama de filtraciones conocida como “Vatileaks”), que hicieron retrotraer a la Iglesia Católica a escenarios del siglo XIII y a la vigencia de las ideas de Francisco de Asís.