¿Qué hace Estados Unidos en la selva?
arboles selva


Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos ha instalado bases militares en diversos países. En Europa estas instalaciones son enclaves listos para la intervención militar ante lo que ellos consideran amenaza, ya sea Rusia, China, el terrorismo islámico y todo país que no quiera alinearse con Estados Unidos y la OTAN. Lo mismo se puede decir de los militares estadounidenses instalados en Japón.

Caído el muro de Berlín se discute la necesidad de continuar con estas bases y se han multiplicados los pedidos para su retiro, por ejemplo, en Japón, a raíz de la violación de una niña japonesa perpetrada por un soldado estadounidense.

Si nos trasladamos a Sudamérica, ¿cuál es la razón para la existencia de estas bases en la selva? ¿En qué benefician a nuestros países? ¿Hay alguna mala intención? Los fines de Estados Unidos no parecen muy santos, a decir del director de La Primera, César Lévano, quien escribe hoy un interesante editorial sobre la presencia de estas tropas:

Los gringos tienen sed
César Lévano, La Primera, 01.04.08
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Dos días antes de viajar a Europa, recibí un visitante insólito. Un suizo que durante 30 ­años trabajó en el Banco Mundial como economista y especialista en recursos acuáticos me obsequió su novela Implosion, “basada en hechos”. Allí, bajo ropaje de ficción, se revelan planes del imperialismo y procesos en marcha para apoderarse de nuestros recursos.

Los proyectos sobre la Amazonía, así como los TLC, son el boceto de una ambición criminal y sin límites, alentada por gobernantes vendepatrias. De allí que la denuncia de Ollanta Humala sobre una invasión del ­ejército estadounidense me haya parecido, apenas llegado al Perú, un capítulo inédito de la novela de Peter Koenig, mi visitante suizo.

El libro, editado por iUniverse Books, contiene un pasaje alarmante respecto al problema del agua y al afán de Estados Unidos de apoderarse de ese recurso que le es escaso y que en este siglo será tan importante como el petróleo, o más.

El párrafo se refiere al Chaco Boreal paraguayo, región escasamente poblada e “ideal para maniobras militares”. Allí opera la base estadounidense de Mariscal Estigarribia, que puede ­además actuar sobre la zona del petróleo y el gas de Bolivia.

La amenaza mayor es contra el acuífero del río Guaraní. “El sistema acuífero de agua fresca más grande del mundo”, explica Koenig. “Es compartido por Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay. Se extiende sobre un área de casi 1’200,000 kilómetros cuadrados, tiene un volumen de 40,000 kilómetros cúbicos y podría abastecer a toda la población del mundo durante 150 a 200 años con cien litros por persona cada día.”

Los gringos no tienen frenos. Por ejemplo, cuando el Pentágono envió mil soldados a la base de Mariscal Estigarribia, en lugar de los 300 acordados entre Estados Unidos y Paraguay. Al principio, el ministro de Defensa paraguayo instó al presidente de la República a rechazar ese abuso. Después, ese mismo ministro ­obligó al primer mandatario a acceder. El embajador de EE. UU. profirió, entre tanto, amenazas y promesas.

En mi cacería bibliográfica parisiense adquirí el libro de Jacques Attali, Una breve historia del porvenir. Es la previsión científica de un hombre que tiene más de un pronóstico acertado. Aparte de precisar el fin del imperio estadounidense hacia el 2035, Attali escribe sobre el acuífero del Guaraní:

“El agua potable provocará, también ella, guerras cada vez más significativas… La tercera reserva subterránea de agua dulce del mundo, la napa del Guaraní, es disputada entre Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay”.

Los gringos no se instalan en la selva de Paraguay (o del Perú) por amor al paisaje. Su presencia es siempre, siempre, con autorización o sin ella, preludio de despojo, sangre y miseria. También el acuífero amazónico está en la mira de Washington.