El sótano de la igualdad
Alberto Sierra (*)
Durante cientos de años, la mujer ha sido discriminada y relegada a un segundo plano. Obligada a criar a los hijos y satisfacer a sus maridos. El dormitorio y la cocina eran los espacios reservados para ella. Pero también es cierto que el hombre quedaba relegado, en el plano emocional, al sótano; en la más absoluta soledad.
El hombre tenía que ocultarse bajo la máscara del varón frío, competente y varonil, muy varonil. El conocido macho-man. La frase de que “los hombres no lloran” se repite incluso hoy. Aunque, por suerte, cada vez menos.
Hemos vivido en un sistema machista que ha mantenido reprimidas y recluidas a las mujeres en el hogar. Pero tampoco se puede negar que estaba apoyado y sostenido por un sistema matriarcal que lo sostenía y lo fomentaba. La madre era el centro del cariño y de las emociones familiares, mientras que el padre tenía muy difícil mostrar sus sentimientos, por lo que se veía obligado en muchas ocasiones a tener otra vida fuera del hogar.
En medio de los cambios sociales que se producen en el siglo XXI, los hombres se encuentran desorientados. Hay hombres que sufren en silencio; humillados, con su autoestima anulada, menospreciados de manera continua. No saben qué papel deben desempeñar. Sus madres, a finales del siglo pasado, les enseñaron a rechazar todo aquello que tenía que ver con la figura del hombre dominante y frío; a respetar a las mujeres para que no las hiciesen sufrir tanto como sus padres o maridos les habían hecho sufrir a ellas.
Las mujeres han adquirido los derechos que les correspondían como ciudadanas, con mucho esfuerzo, pero sin perder su feminidad. Los hombres del siglo XXI son conscientes de esta igualdad, han ganado en sensibilidad, y tratan de hacerla efectiva repartiéndose las tareas del hogar o el cuidado de los hijos. Sin embargo, desde pequeños, se les ha exigido que renuncien a la prepotencia o a la independencia, características que se asocian con los siglos de dominación machista.
Los siglos de dominación del hombre han creado un sentimiento de culpabilidad a muchos varones del que algunas mujeres de carácter iracundo y talante agresivo sacan partido. Ejercen un machismo dado la vuelta.
La igualdad y la violencia de género se tratan de forma sexista en España cuando, en los medios de comunicación y en la calle, los casos de violencia de género o de malos tratos siempre se refieren a los que sufren las mujeres a manos de sus parejas. No se habla de los casos —que se producen con mucha más frecuencia de la que imaginamos— en que un hombre es humillado, maltratado psicológicamente, golpeado e incluso asesinado por su pareja. Uno de los últimos datos registrados, el Consejo General del Poder Judicial español denuncia que en 2004 de cien víctimas de violencia de género, 16 fueron hombres. El maltrato de una mujer a un hombre también es violencia de género.
Según el Instituto de la Mujer, en 2003 las mujeres presentaron 17.009 denuncias por delitos de malos tratos frente a las 3.527 de los hombres. El número de víctimas femeninas es mayor y también lo son sus denuncias. Sin embargo, el creciente porcentaje de hombres agredidos por su pareja tampoco debería dejarnos indiferentes. No hay duda de que ellas son las más afectadas por este problema, pero tampoco hay que olvidar a los hombres que se encuentran en su misma situación. No todos los maltratadores son hombres, ni todas las víctimas mujeres.
Ante la violencia doméstica en España encontramos cientos de informes y cifras en los medios de comunicación de las mujeres que han muerto a manos de sus parejas, lo que muchos han denominado “feminicidios”. Sin embargo, cuesta mucho encontrar en esos informes el número de hombres víctimas de la violencia doméstica. Hay que remitirse a las pocas asociaciones de hombres maltratados para leer los duros relatos de hombres que sufren maltratos psicológicos y coacciones de todo tipo de sus mujeres y datos oficiales de los que mueren a manos de ellas. Muchos se sienten invisibles. Otros son perseguidos por sus ex mujeres, que llegan a amenazarles con denunciarles por malos tratos o con no dejarles ver a sus hijos si no regresan a casa.
Muchos aguantan situaciones de desprecio, en soledad, por el amor que tienen a sus parejas o a sus hijos. Callan por vergüenza, por miedo o porque sienten tocado su ego masculino. Si queremos que la igualdad entre hombres y mujeres sea real, tampoco debemos perder de vista los problemas que sufren los hombres de hoy.
(*) Periodista
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.