Brasil; Por la puerta trasera
De Frei Betto
“Walter Salles entra por la puerta trasera, allá donde se encuentran los desheredados, los anónimos, los que sufren la vida. En su film más reciente, "Línea de paso” Sandra representa a Cleuza, mujer pobre de la periferia, que lucha para salvar a sus cuatro hijos de la exclusión social.
¿Dónde está la puerta de salida para quien no escogió la miseria ni tuvo la suerte de ser premiado por la lotería biológica a nacer entre ese tercio de la humanidad situado por encima de la línea de pobreza? Si en nuestro país la educación figura apenas como derecho constitucional y virtual, ¿qué otra alternativa decente, aparte del fútbol, le queda a un niño de favela?
Formado en economía en la Universidad Católica de Río de Janeiro y en comunicación audiovisual en la Universidad de California, Waltinho lo tiene todo para ser un cineasta indiferente a los dramas sociales. Hijo de diplomática y banquero, su familia dirige el Unibanco y la CBMM, la mayor empresa de niobio del mundo. Sin embargo él observa la realidad desde la óptica de los oprimidos, como diría Paulo Freire. Documentalista por formación, su enfoque de ficción se centra en el lado opuesto de la vida, como hizo Chaplin en sus películas de humor.
En "Central del Brasil" (1998) describe la saga de una nordestina que, en lucha por la propia supervivencia, redactora de cartas dictadas por analfabetos, se dedica a cuidar a un niño huérfano. Es una obra sobre la solidaridad, cuyos vínculos suelen ser más fuertes entre quien no tiene otra cosa que dar si no es a sí mismo. El film mereció 55 premios internacionales.
En "Abril despedazado" (2001) Salles regresa a la aridez nordestina para retratar la cultura política fundada en la espiral de la violencia, en el conflicto entre el deseo y la autoridad, el sueño y el poder.
En "Diarios de motocicleta" (2004) llevó a la pantalla el exuberante paisaje andino de América del Sur en contraste con la precaria supervivencia de pueblos secularmente explotados, entre los cuales la lepra parece ser, más que una enfermedad, una llaga social. Esa realidad, y no propiamente las lecciones de un marxismo académico, moldeó el compromiso ético y la utopía libertaria del joven Ernesto, más tarde conocido como Che Guevara.
En el arte el talento consiste en asociar forma y contenido. Y ésa es una de las características de la filmografía de Walter Salles. Su obra de ficción está calcada de la realidad, pero sin ceder al didactismo ni caer en el proselitismo. Él no pretende denunciar las heridas de un sistema fundado en la primacía del capital, y no en la dignidad humana, ni quiere exaltar el heroísmo precoz del joven Che. Su lente des-vela la realidad, arranca el velo, confunde nuestros (pre)juicios, hace emerger poesía en el sufrimiento, valor en la desesperación, ternura en el desamor…
En materia de contenido el arte nunca supera a la vida. Ésta siempre sorprende. Ante tal evidencia el peligro está en que el artista se refugie en la ilusoria isla del lenguaje complaciente, sea literario o cinematográfico. La más creativa y original característica humana -el lenguaje- es siempre un eco hermenéutico. Se habla de algo o de alguna cosa. Traduce un gesto, un objeto, una idea, un sueño.
En una cultura dividida por la desigualdad social, a pesar del consumo universal del entretenimiento televisivo, perdura la diferencia y la divergencia entre puntos de vista. Son siempre puntos de vista a partir de un punto -sea el de la entrada principal o sea el de la puerta trasera. En esa brecha es donde irrumpe el arte y nos transfigura ojos, sentimientos, emociones y valores frente a lo real. La elección brota inevitablemente de la postura moral y ética del artista. Éste es el mérito de Walter Salles.