Por Wilfredo Pérez Ruiz (*)

Hace unas semanas participé en una placentera actividad artística en la Casa Fernandini —situada en el Centro Histórico de Lima— y quedé impresionado con su imponente esplendor. Fue edificada en 1913 y diseñada por el arquitecto Claude Sahut Laurent (1883-1932) quien, entre otros aportes de su dilatada trayectoria profesional, recibió el encargo del presidente Augusto B. Leguía y Salcedo —durante su segundo mandato de 1919 a 1930— para proyectar la nueva sede del Palacio de Gobierno.

 

casa Fernandini wilfredo perez ruiz

Esta construcción de estilo eclético fue la primera de concreto y ladrillo en el Perú. Su distribución se articula en torno a un señorial recinto cubierto por una farola de fierro y vidrio. Se combinan elementos Rococó y Art Nouveau: el primero, se expresa en rocallas y grecas; el segundo, en el boceto de la carpintería de madera y en las rejas de las barandas, ventanas y puertas, así como en los vitrales y las farolas. Se trajo por barco los mejores materiales de Europa. El piso belga; la madera caoba centroamericana; el concreto alemán; el granito francés de las columnas; los vitrales alemanes Tiffany. Es decir, introdujo el modernismo urbano.

Es el primer predio de esta metrópoli en el que se instaló un ascensor Otis —compañía fundada en los Estados Unidos (1853)— que conduce a la segunda planta y a la azotea. Su motor está en buenas condiciones debido a su poco uso porque lo utilizó casi en exclusividad una de las hijas de su propietario, quien sufría problemas de salud. Este es uno de los más novedosos encantos que despierta especial atención en los visitantes.

Entre sus amplios atractivos destaca el Salón Dorado, de carácter Rococó, caracterizado por colores luminosos, suaves y claros. Este elegante espacio, colmado de figuras estilizadas en pan de oro, es uno de los principales en donde se hacían grandes celebraciones sociales. Su techo luce una fastuosa araña de cristal Baccarat, considerado el más fino del mundo.

Su dueño fue el empresario iqueño Eulogio Fernandini de la Quintana (1860-1947), gestor de una de las fortunas más importante del país en el siglo XX y de Sudamérica, titular de todo Cerro de Pasco y de haciendas en Huánuco. Sus posesiones sumaban las 589 en la capital y de lo que se conoce como Lima Norte. No es casualidad haber escogido el jirón Ica para asentar su domicilio.

Un dato interesante que, por cierto, se suma a sus cautivadores detalles está marcado por un suceso político. Allí nació y vivió su hija Ana María Fernandini de Naranjo (1902-1982), considerada la mujer más adinerada del país de mediados del siglo XX y la primera en desempeñarse como alcalde de Lima (1963-1964) —designada por la Junta Militar encabezada por Nicolás Lindley López— en tiempos en los que su desempeño era ad honorem y de confianza del Poder Ejecutivo. Recién en el primer gobierno de Fernando Belaunde Terry (1963-1968) se institucionalizaron las elecciones municipales.

A la muerte de la cabeza de la familia, ésta continuó viviendo allí hasta 1952. Al año siguiente, se convirtió en oficinas de negocios mineros y de venta de tierras. En la dictadura de Juan Velasco Alvarado (1968-1975), el Instituto Nacional de Cultural (INC) —actualmente Ministerio de Cultura— la declaró Patrimonio Cultural de la Nación (1973) en la categoría de Monumento Histórico. En la década de 1980, un atentado terrorista afectó las puertas y vidrios de la fachada. Permaneció abandonada por 25 años.

Coincidentemente se ubica a pocos metros de la majestuosa Casa La Riva —sede de la Asociación Cultural Entre Nous, presidida por Linda Ibáñez de Aguirre— cuya restauración estuvo a cargo del arquitecto Rafael Marquina y Bueno (1884-1964); autor del trazado de la Estación de Desamparados; el Hotel Bolívar; la capilla del Cementerio Presbítero Matías Maestro, entre otras notables obras. El arquitecto Héctor Velarde Bergmann (1898-1989), al referirse a ésta, afirmó: “Se trata de una de las casas de más prestancia de la ciudad. La fachada llama la atención por su severidad y por sus grandes proporciones. La misma está conformada por un vasto paramento cuya monumentalidad está acentuada por la pequeñez de los vanos y su considerable espaciamiento” (“Itinerarios de Lima”, 1971).

La Casa Fernandini facilita conocer y apreciar nuestra evolución urbanística. Es una forma de sumergimos en el pasado republicano y, en consecuencia, estimula el sentido de pertenencia. En tal sentido, es imperativo conservar y valorar escenarios orientados a describir y afianzar nuestras inestimables manifestaciones culturales. Es fundamental resaltar lo expuesto en un contexto en el que hemos ido perdiendo aquellas residencias de preclara connotación.

Está administrada por la Asociación Casa Fernandini —presidida por Petrus Fernandini Bohlin y gerenciada por Moisés Cueva Rodríguez, quien ilustró el recorrido con profundidad de conocimientos, amabilidad y genuina identificación con este inmueble— que busca potenciar su valor, fomentar su restauración, crear un archivo histórico, impulsar jornadas educativas, integrar un circuito turístico, entre otros interesantes planes que demandan el apoyo del Estado y el sector privado.

Se encuentra abierta al público y cuenta con servicio de guiado y, al mismo tiempo, realizan frecuentes recitales, exposiciones pictóricas y fotográficas, presentaciones de libros, entre un sinnúmero de iniciativas. Lamentablemente no recibe subvención económica de las autoridades gubernamentales, ni de la Municipalidad Metropolitana de Lima: se sostiene, únicamente, de sus propios ingresos. Su sobrevivencia es una innegable tarea quijotesca, altruista y aplaudible.

Debemos contribuir a rescatar este admirable reducto de la “Ciudad de la Reyes” del abandono, la apatía y del ausente espíritu de compromiso ciudadano. Invoco las expresiones de Sebastián Salazar Bondy (1924-1965), contenidas en su monumental obra “Lima la horrible” (1964): “Toda ciudad es un destino porque es, en principio, una utopía, y Lima no escapa a la regla. No estaremos conformes, aunque la ofusquen gigantescos edificios y en su seno pulule una muchedumbre ya innumerable, si todos los días la inteligencia no impugna el mentido arquetipo y trata de que al fin se realice el proyecto de paz y bienestar que desde su fundación, y antes de ella también, cuando el oráculo predestinaba en las incertidumbres, incluye la comunidad humana que a su ser pertenece”.

 

(*) Docente, comunicador y consultor en protocolo, ceremonial, etiqueta social y relaciones públicas. http://wperezruiz.blogspot.com/