por Herbert Mujica Rojas
Suena a disparate o criollada de buena factura que el presidente Alan García no hable en el mitin que su partido celebra, casi siempre, en recuerdo del natalicio de su fundador Haya de la Torre. A nadie es desconocida la incontinencia verbal del jefe de Estado y prueba de ello son sus apariciones públicas, dos o tres veces diarias durante los últimos meses. Que representa a la nación, dicen. ¿Y? ¿No habló Belaunde, cuantas veces le vino en gana, mientras ocupaba Palacio, a sus huestes? Ni qué decir de Toledo que, en medio de sus señaladas limitaciones, se dio maña para crear frases de antología. El pretexto se cae por débil, irrespetuoso de las masas apristas que desearían conocer algunas razones sólo posibles en la palabra del señor García. Pero, ello no ocurrirá porque la auto-mordaza se ha impuesto.
¿Qué puede estar ocurriendo? Según fuentes internas del propio aprismo, hay algunas premisas que taladran la corteza de un árbol partidario que ha demostrado más cáscara que savia o solidez de cualquier clase. Los apristas son también peruanos y han resentido, como todos, el óxido de los años; la no renovación ideológica o doctrinaria y la perpetuación de líderes que no son ¡ni lejanamente siquiera! sombra o emulación de las legiones de adalides que exhibió esa corporación política en años anteriores. No hay un nuevo Villanueva valetudinario por todos lados; otro Prialé de modales suaves y energía tenaz; algún Townsend de intelectualidad potente o un Sánchez oceánico maestro de sapiencia inigualable. Esta circunstancia golpea duramente al partido de Alfonso Ugarte.
Pero hay razones, si es que son tales, más evidentes. Descontento de los niveles intermedios por no haber accedido a los puestos públicos; desilusión de la militancia por lo que consideran flagrantes traiciones a la ideología aprista; desorganización –según dicen- enorme del estilo más tradicional del partido para dar paso a tecnócratas, gerentes y frívolos a quienes basta con saber su sueldo para poner a disposición sus talentos reales o aparentes. El peligro de esta circunstancia es que el mercenarismo se verifica y garantiza según quien pague. Hoy podrían estar allí, mañana allá o acullá.
Muy bien. Todas estas situaciones serían parte de un peligro traducible en abucheos o silbatinas que es el lenguaje de las masas. No hay dirigente, así sea quien “personifica a la Nación” que tenga proclividad por ser blanco del tiro protestante de sus afiliados al exponerse en la tribuna pública. De repente esta es la real razón del porqué García ha declinado tomar la palabra en el mitin de la fraternidad. De algún modo es testimonio diciente de que algo no está muy bien. Por tanto, a confesión de parte, relevo de pruebas. Las payasadas verbales o esguinces fallidos vía notas de prensa o explicaciones pseudo lógicas, no pueden cubrir con un manto beatífico lo que es una clara defección irresponsable ante sus dirigidos.
Me atrevería a decir que el mandatario desperdicia una ocasión importante. Ha dicho en brillante artículo Antonio Zapata que los días de la fraternidad aprista constituyeron ocasiones memorables de encuentro político entre el líder y la masa. Más aún, el mismo Zapata anota una distinción imbatible: a Víctor Raúl se lo amó como capitán de multitudes, más presidente que muchos presidentes y más conductor que otros; a García se le acepta porque es un buen imán electoral, pero la procesión va por dentro. ¿Hasta cuándo? Eso lo decidirán los propios apristas sobre quienes recae la responsabilidad de otorgar visos de supervivencia y modernización a su movimiento político. Dudo mucho que estén tranquilos viendo cómo se caen las ruinas y no hay nada que alimente la protesta o el apostolado de la política cuando se la hace en nombre, alma y corazón de los inabdicables intereses populares.
Que los mudos o los que tengan vocación congénita para el silencio no hablen, no preocupa. Pero que lo haga quien sólo tiene habilidad retórica y caudalosa para hacerlo, sí consterna porque si se le quitan las ramas al árbol deviene en frágil armazón. Y este caso es muy parecido. ¿Estaremos presenciando el nadir anticipado de corajes que no aguantan las compulsas? Vamos a ver.
Pero hay razones, si es que son tales, más evidentes. Descontento de los niveles intermedios por no haber accedido a los puestos públicos; desilusión de la militancia por lo que consideran flagrantes traiciones a la ideología aprista; desorganización –según dicen- enorme del estilo más tradicional del partido para dar paso a tecnócratas, gerentes y frívolos a quienes basta con saber su sueldo para poner a disposición sus talentos reales o aparentes. El peligro de esta circunstancia es que el mercenarismo se verifica y garantiza según quien pague. Hoy podrían estar allí, mañana allá o acullá.
Muy bien. Todas estas situaciones serían parte de un peligro traducible en abucheos o silbatinas que es el lenguaje de las masas. No hay dirigente, así sea quien “personifica a la Nación” que tenga proclividad por ser blanco del tiro protestante de sus afiliados al exponerse en la tribuna pública. De repente esta es la real razón del porqué García ha declinado tomar la palabra en el mitin de la fraternidad. De algún modo es testimonio diciente de que algo no está muy bien. Por tanto, a confesión de parte, relevo de pruebas. Las payasadas verbales o esguinces fallidos vía notas de prensa o explicaciones pseudo lógicas, no pueden cubrir con un manto beatífico lo que es una clara defección irresponsable ante sus dirigidos.
Me atrevería a decir que el mandatario desperdicia una ocasión importante. Ha dicho en brillante artículo Antonio Zapata que los días de la fraternidad aprista constituyeron ocasiones memorables de encuentro político entre el líder y la masa. Más aún, el mismo Zapata anota una distinción imbatible: a Víctor Raúl se lo amó como capitán de multitudes, más presidente que muchos presidentes y más conductor que otros; a García se le acepta porque es un buen imán electoral, pero la procesión va por dentro. ¿Hasta cuándo? Eso lo decidirán los propios apristas sobre quienes recae la responsabilidad de otorgar visos de supervivencia y modernización a su movimiento político. Dudo mucho que estén tranquilos viendo cómo se caen las ruinas y no hay nada que alimente la protesta o el apostolado de la política cuando se la hace en nombre, alma y corazón de los inabdicables intereses populares.
Que los mudos o los que tengan vocación congénita para el silencio no hablen, no preocupa. Pero que lo haga quien sólo tiene habilidad retórica y caudalosa para hacerlo, sí consterna porque si se le quitan las ramas al árbol deviene en frágil armazón. Y este caso es muy parecido. ¿Estaremos presenciando el nadir anticipado de corajes que no aguantan las compulsas? Vamos a ver.
Lea www.redvoltaire.net
hcmujica.blogspot.com
Skype: hmujica