¡Masacrando al mataburro!
por Herbert Mujica Rojas
Hay, en los días que corren —y con más propiedad, desde hace largos lustros— matachines infames que fungen de periodistas o comunicadores en todos los medios. Meses atrás oí la proclamación de “novedades nuevas” a una locutora de canal de cable y acabo de leer que “votaban” —por expulsar a alguien— en lugar de botaban y “sobretodo”, por dos palabras que significan otra cosa: sobre todo. Hay razones múltiples, pues, para entender por causa de qué el castellano anda de huelga forzada en el amplio espectro de la sociedad peruana. Aunque el fenómeno, tal como me lo contó una ciudadana ibérica, no es privativo de la América Morena: ¡en la mismísima España, el envilecimiento del idioma es moneda común y frecuente!
por Herbert Mujica Rojas
Hay, en los días que corren —y con más propiedad, desde hace largos lustros— matachines infames que fungen de periodistas o comunicadores en todos los medios. Meses atrás oí la proclamación de “novedades nuevas” a una locutora de canal de cable y acabo de leer que “votaban” —por expulsar a alguien— en lugar de botaban y “sobretodo”, por dos palabras que significan otra cosa: sobre todo. Hay razones múltiples, pues, para entender por causa de qué el castellano anda de huelga forzada en el amplio espectro de la sociedad peruana. Aunque el fenómeno, tal como me lo contó una ciudadana ibérica, no es privativo de la América Morena: ¡en la mismísima España, el envilecimiento del idioma es moneda común y frecuente!
La cultura general, norma inequívoca de que debieran ser dueños los comunicadores, brilla por su ausencia y de repente hay expresiones hilarantes cuanto que ridículas: “mataron al muerto”, “aprendieron” al reo, por aprehender o capturar y etc. Esta clase de ignorancia sólo contribuye a degradar el uso del idioma, empobreciéndolo a niveles que la lógica no explica y mucho menos cualquier instrospección, por agudo que hubiera sido el examen.
¡Ni qué decir en los predios parlamentarios! La política del laissez faire, confundida con la “política de Lucifer” o invenciones como “la marsopa reivindicada a la historia del Partido” como recitaba un vendedor de sebo de culebra que llegó en los ochenta al Establo.
Entre los chicos de hoy, escolares o universitarios, la gesticulación ha llegado a un nivel de alta capacidad simiesca, lo gutural y telegrámico reemplaza el uso de palabras y textos absolutamente distintos de sus significados reales, son muy populares. Verbi gracia: barrunto por barrio y no por asomo o sospecha.
¿Qué significa esta genuina subversión de valores, antigiro de contenidos y estupidización en la fabla popular? Simple y llanamente que la crucial masacre cotidiana del mataburro está ocurriendo en nuestras narices, sin capacidad de provocar airadas y constructivas reacciones y nos parecemos más cada día a los animalitos con sus ladridos, graznidos y rebuznos.
He sido, no pocas veces, “culpado” por la emisión de términos que, pesarosamente —así han confesado— hizo, a mis escasos lectores, recurrir a ese librito que se llama diccionario. Hasta —y lo he entendido con humor negro— me han responsabilizado por hablar “en difícil”. (Menos mal que no dijeron: en estúpido).
El gran historiador inglés Arnold Toynbee siempre se planteó, como tema fundamental de sus asertos, el reto y la respuesta. Si el desafío periodístico, convoca, solivianta, estimula, enseña y redime al ocasional ciudadano, hacia caminos de más curiosidad y aprendizaje, entonces, el reto obtiene una respuesta. Si no se entiende nada de lo que uno modestamente redacta, entonces, hay que dedicarse a mecánico de cargadores frontales o a organizador de colectas por el Santo Grial.
No pocos “conferencistas” leen hoy pantallas y estimulan la repetición machacona como fórmula “científica”. La computadora o el ordenador, como usted prefiera, tornó herramienta indispensable para “impartir conocimientos”. Ni la modulación de voz y, mucho menos, la lectura copiosa de citas y tomos, importa un bledo. Basta tener a alguien hábil en Power Point y el auditorio asiente feliz viendo a su intelectual leyendo —a veces en forma deplorable— sentencias cortas para que puedan ser entendidas. Lugares comunes y de la más alta vulgaridad que decía un famoso economista amigo de Marx. (Casi estoy seguro que algunos imaginarán que Groucho o Karl están en el panel de opciones).
Y con el propósito de evitar la acusación de críptico, debo decir que en la cuita periodística mataburro designa al diccionario.
Días, los de nuestros tiempos, en que el mataburro resiente una masacre como la de San Valentín en Chicago o la de San Bartolomé en París.
C’est la vie!
Lea www.voltairenet.org/es
hcmujica.blogspot.com
Skype: hmujica
¡Ni qué decir en los predios parlamentarios! La política del laissez faire, confundida con la “política de Lucifer” o invenciones como “la marsopa reivindicada a la historia del Partido” como recitaba un vendedor de sebo de culebra que llegó en los ochenta al Establo.
Entre los chicos de hoy, escolares o universitarios, la gesticulación ha llegado a un nivel de alta capacidad simiesca, lo gutural y telegrámico reemplaza el uso de palabras y textos absolutamente distintos de sus significados reales, son muy populares. Verbi gracia: barrunto por barrio y no por asomo o sospecha.
¿Qué significa esta genuina subversión de valores, antigiro de contenidos y estupidización en la fabla popular? Simple y llanamente que la crucial masacre cotidiana del mataburro está ocurriendo en nuestras narices, sin capacidad de provocar airadas y constructivas reacciones y nos parecemos más cada día a los animalitos con sus ladridos, graznidos y rebuznos.
He sido, no pocas veces, “culpado” por la emisión de términos que, pesarosamente —así han confesado— hizo, a mis escasos lectores, recurrir a ese librito que se llama diccionario. Hasta —y lo he entendido con humor negro— me han responsabilizado por hablar “en difícil”. (Menos mal que no dijeron: en estúpido).
El gran historiador inglés Arnold Toynbee siempre se planteó, como tema fundamental de sus asertos, el reto y la respuesta. Si el desafío periodístico, convoca, solivianta, estimula, enseña y redime al ocasional ciudadano, hacia caminos de más curiosidad y aprendizaje, entonces, el reto obtiene una respuesta. Si no se entiende nada de lo que uno modestamente redacta, entonces, hay que dedicarse a mecánico de cargadores frontales o a organizador de colectas por el Santo Grial.
No pocos “conferencistas” leen hoy pantallas y estimulan la repetición machacona como fórmula “científica”. La computadora o el ordenador, como usted prefiera, tornó herramienta indispensable para “impartir conocimientos”. Ni la modulación de voz y, mucho menos, la lectura copiosa de citas y tomos, importa un bledo. Basta tener a alguien hábil en Power Point y el auditorio asiente feliz viendo a su intelectual leyendo —a veces en forma deplorable— sentencias cortas para que puedan ser entendidas. Lugares comunes y de la más alta vulgaridad que decía un famoso economista amigo de Marx. (Casi estoy seguro que algunos imaginarán que Groucho o Karl están en el panel de opciones).
Y con el propósito de evitar la acusación de críptico, debo decir que en la cuita periodística mataburro designa al diccionario.
Días, los de nuestros tiempos, en que el mataburro resiente una masacre como la de San Valentín en Chicago o la de San Bartolomé en París.
C’est la vie!
Lea www.voltairenet.org/es
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Skype: hmujica