¿Democracia estúpida, insuficiente o inútil?

por Herbert Mujica Rojas

 
Tres décadas y media atrás los peruanos en su mayoría pugnábamos por la reinstauración del voto pleno. Recordábase el dicho de Martí: cuando el voto es libre, la revolución es el sufragio. Y la panacea la representaron la Asamblea Constituyente de 1978-79, la elección presidencial de 1980 y el Congreso de entonces. No obstante esas conquistas, el mismo sistema democrático no satisfizo la eterna y crítica postura disconforme de muchos sectores.


Pasados los decenios todos abominan de un sistema en que el voto popular consagra a cuasi tarados, con excepciones escasas, como legiferantes de inigualable mediocridad e ineptitud orgánica para producir debates y leyes a favor de las grandes causas del país. En el plano edilicio o regional no hay, tampoco, mucho que rescatar. La enorme publicidad blanquea el pasado cercano de algunos delincuentes y estos se refocilan en la chance de postular por dónde los intereses comanden sus proas.
 
Por la cantidad de torpezas ínsitas de la democracia, podríamos concluir en que ésta es sumamente estúpida. ¿O es insuficiente por la razón simple que no llega a contentar a las mayorías? O ¿es la democracia inútil para nuestras sociedades?
 
Las preguntas son pertinentes y simples.
 
¿Cómo se mide, hasta hoy, el respaldo de aquellos que se sienten capaces de representar al resto?: por la opinión ciudadana en las urnas. Hasta hoy no se ha inventado otra fórmula que no sean aquellas atrabiliarias en que minorías intelectuales, tuertos en pampas de ciegos, pretenden ser las intérpretes de la historia…….¡y del resto! Y para ello han inventado desde fraseología cohonestadora de su estafa hasta premios y diplomas que se reparten entre sí, los unos a los otros para “legitimar” los supuestos méritos.
 
Cierto es que ya no basta el acto comicial. Es muy común que el elegido se sienta en capacidad de traicionar cuanto dijo en campaña y de hacer todo lo contrario a lo que ofreció cuando cautivaba por los votos. El ejemplo más palmario lo constituye el presidente Alan García Pérez. Son pocos los días en que no anuncia medidas de tal jaez que hay sospechas fundadas que cambió de ideología si alguna vez tuvo una. Prometió, gobernó para los menos y busca impunidad para los cinco años que vienen. No pocos pueden pensar distinto y eso es legítimo pero los hechos son los hechos.
 
¿O es, atajo señaladamente facilista, la democracia una dinámica inútil? A los violentistas de viejo cuño, deleita repetir que el poder nace del fusil. Pero la información ha reemplazado la eficacia de la pólvora. Hoy se matan sociedades enteras con mentiras distribuidas por cable, circuito abierto, satélite y demás medios de comunicación que con bombas o tomas demenciales de riendas gubernamentales. ¿Quién mide de qué tamaño es el timo de las armas nucleares en Irán y el bombardeo y destrucción que llevó a cabo Estados Unidos en la zona? Lo cierto es que de esa hecatombe advinieron muy buenos negocios. Y que diga Dick Cheney si no es cierto.
 
La profunda, inconcusa y abyecta incapacidad de los partidos políticos, meros clubes electorales, de constituirse en vectores válidos del encaminamiento de la voluntad y opinión ciudadana, les hace despensas suculentas en que recalan no pocos fenicios formados en base a dinero sucio y que compran puestos, candidaturas e imponen negociados desde las episódicas alturas del sillón de mando. ¿Qué hay, por ejemplo, de ese Metropolitano que costaba US$ 180 millones y ahora su precio es superior a US$ 300 millones? El conchabo infame del silencio, amordaza cualquier denuncia, la desaparece en el listado que aparece en la red y, no pocas veces, persigue judicial, policial y hamponescamente a quienes señalan estas acciones bastardas.
 
Reyes del descontento, los peruanos hemos descubierto la piedra filosofal al revés y criticamos hasta por el simple deporte de criticar cuanto nos rodea y nos regodeamos del destino que impone la inutilidad de cualquier esfuerzo para corregir estas taras. “¡Así es!” repiten las cacatúas con forma humana.
 
Por tanto, ¿es la democracia: estúpida, insuficiente o inútil?
 
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