Por Ricardo Jiménez
Eclipsado por el debate sobre las necesarias alianzas y acuerdos de fuerzas políticas diversas re-alineándose para la segunda vuelta electoral presidencial, pasa un tanto desapercibido un hecho histórico fundamental y cualitativo: en estas elecciones fue elegido, por primera vez en cerca de 200 años de historia republicana del Perú, un representante de los pueblos indígenas amazónicos. Ya los pueblos indígenas habían conseguido el año pasado el avance de la “cuota nativa”, que impone legalmente un mínimo de 15% de sus representantes en las listas electorales (regionales y municipales) en zonas específicamente indígenas, dando viabilidad a un mandato de la Constitución (art. 191).
Se trata de Eduardo Nayap kinin, quien es pastor protestante, licenciado en Teología y Sociología en la Universidad Nacional Heredia de Costa Rica, y nativo del pueblo Awajún y Wampis, de destacado protagonismo en las luchas contra los Decretos Legislativos “de la muerte”, con los que el saliente gobierno aprista pretendió entregar sus zonas de selva amazónica a la voracidad de empresas trasnacionales, como exigencia del Tratado de Libre Comercio – TLC con los Estados Unidos. Produciéndose en el año 2009 lo que se denominó “el Baguazo”, la resistencia de miles de indígenas con enfrentamientos violentos ante la represión desatada por el gobierno, culminando en un cruento choque en la zona de Bagua, Amazonía peruana. Los indígenas lograron, con el apoyo de la masiva indignación nacional e internacional, derrotar al gobierno y echar atrás los Decretos. Aunque a un alto costo, la muerte de más de una veintena de policías y un número indeterminado de indígenas, pues inmediatamente luego de los sucesos, la zona del conflicto fue declarada en emergencia, durante semanas los medios de comunicación fueron silenciados, ningún observador independiente pudo ingresar a ella, y los informes oficiales posteriores carecen de toda credibilidad. Justamente, una de las principales banderas electorales de Nayap Kinin es la investigación imparcial de los sucesos para esclarecer los hechos y responsabilidades, rompiendo el persistente manto de irresponsabilidad e impunidad oficial. Obtuvo la primera mayoría en el distrito de Amazonas, eminentemente indígena y ocupa uno de sus dos curules de la misma en el Congreso.
Vientos de cambio
Curiosamente la segunda vuelta electoral presidencial se producirá exactamente en la misma fecha en que hace dos años la masacre indígena de Bagua, el 5 de junio próximo. Un hecho que los indígenas y los partidarios de Gana Perú y Ollanta Humala consideran premonitorio. Y es que el primer congresista indígena de la historia republicana peruana ha tenido como instrumento político para alcanzar este logro a la Alianza Gana Perú, liderada por su candidato presidencial Ollanta Humala y conformada por el Partido Nacionalista junto a fuerzas de izquierda, gremiales, populares e indígenas. Un hecho que no es casual, sino que marca ya una clara tendencia histórica y estructural. Mientras los sectores populares obreros habían conseguido representación desde poco antes de la segunda mitad del siglo XX, a través del APRA y la izquierda tradicional, los andinos quechuahablantes, los cocaleros y otros sectores similares marginados y discriminados, sólo lo hicieron por primera vez a inicios del siglo XXI, en las elecciones de 2006, también a través del Partido Nacionalista Peruano, cuando en un hecho histórico y altamente significativo ingresaron al Congreso mujeres representantes de estos sectores. Avances que si bien son limitados e iniciales frente a las enormes brechas de exclusión y discriminación a superar, son sin duda alguna notables en relación al persistente pasado de exclusión que rompen y empiezan a dejar atrás.
Un hecho que escandaliza a los sectores más declaradamente racistas de la derecha peruana, en esta elección representados por Pedro Pablo Kuczynski –PKK, cuyos jóvenes “fans” han desatado por Internet una impresentable campaña pública, rabiosamente racista y clasista en contra de Ollanta y sus electores. Pero que también pasa incómodamente inadvertido para cierta izquierda tradicional que, de hecho, se ha visto reducida a la más mínima expresión y perdido toda capacidad de sintonizar y representar a estos sectores pluriculturales y marginales del país, y ve con desazón, o indiferencia apenas disimulada, el rol histórico estructural que de hecho juega desde hace ya al menos un quinquenio el nacionalismo. Una fuerza menos consistente ideológicamente que la izquierda tradicional, con definiciones programáticas más ambiguas, limitadas y hasta conservadoras en algunos puntos, llena de contradicciones y riesgos, pero que logra el apoyo popular de mayorías suficiente para disputar la hegemonía, por primera vez en largas décadas, a la recalcitrante y feroz derecha peruana, rompiendo de hecho, entre otros avances históricos, la exclusión institucional de estos sectores.
Más allá de los resultados electorales inminentes de la segunda vuelta presidencial, es un hecho que la rebeldía electoral de mayorías impone vientos de cambio, no sólo contingentes, que los hay y muchos, sino también y quizás más significativamente, subyacentes e históricos.