García, el de la sangre
Por Cesár Levano
Alan García, insaciable en cuanto al dinero, está dominado también por una ardiente sed de sangre. Los seis muertos de ayer en Juliaca ingresan en la cuenta progresiva de ese instinto.
Conocido es el itinerario de su extravío. Incapaz, primero, de prevenir, procede después a negarse al diálogo o a asumirlo en tono de farsa, para enseguida ordenar la represión. La sangre (ajena) lo llama.
Sólo entonces procede a rectificarse. Espera que haya muertos para resolver. Su última coartada consiste en declarar que está matando por defender a Ollanta Humala. Faltaba más.
Ayer aseguró que es “inocultable y claro” que las protestas de Puno no son contra el gobierno que se va. “Hay”, afirmó, “oscuros intereses que exigen una parte del poder en el cambio de gobierno. Lo que buscan es presionar al próximo gobierno”.
O sea que él, de puro bueno, está despejando el terreno a punta de bala.
En todo caso, si eso fuera cierto, ha debido informar y consultar primero a Humala. La respuesta hubiera sido, sin duda: “No me defiendas, compadre. No con ese método”.
Humala despejó dudas ayer, cuando emplazó al gobierno actual “a solucionar este problema y a que no permita más derramamiento de sangre”.
La sangre derramada recae, pues, sobre García y su régimen.
Los puneños reclaman medidas razonables y viables, que no requieren esperar la instalación de Humala en el poder. La prueba de esa viabilidad la ha dado el propio Poder Ejecutivo al derogar el Decreto Supremo 003-2007, con lo cual se da por terminado el proyecto minero Santa Ana y se abre paso a la Consulta Previa respecto a proyectos mineros en Puno.
También se ha dispuesto la descontaminación del río Ramis, envenenado por la minería informal, cosa que los puneños reclamaban desde hace cuatro años.
No hacía falta esperar el resultado de las elecciones para tomar medidas tan practicables. A menos que se estuviera esperando que el conflicto estallara en caso de que triunfara Humala, para provocar y avivar pasiones, precisamente para dejar como herencia para el gobierno venidero un cLima de ira e incertidumbre.
Hace medio siglo, Federico More describió el método de los gobiernos autoritarios. Al aplicar represión, crean protestas y por lo tanto desorden, en vista de lo cual recurren a defender al orden. Por medio de la violencia. Y el desorden se acentúa. Los déspotas recurren entonces a las masacres.
Jorge del Castillo reformó el método. Se negaba a atender reclamos. Cuando la impaciencia llevaba a paralización, decía que no podía negociar mientras hubiera medidas de fuerza. Suspendidas éstas, entablaba diálogos, cuyos acuerdos terminaban en el cesto del olvido.
García pone el sello de oro, de sangre mejor dicho, mediante la matanza. Ahora que se le acaba la temporada de crímenes, deberá responder por éstos.
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