Perú. Moral y luces

Por Gustavo Espinoza M. (*)

Quizá nunca como ahora cobren vigencia plena para los peruanos las palabras que pronunciara El Libertador Simón Bolívar la mañana del 15 de febrero de 1819 ante el Congreso de Angostura, seis meses antes de la decisiva batalla de Boyacá  que abriera la puerta a la Independencia de Colombia. “Moral y Luces son nuestras primeras necesidades”, dijo el Padre de Nuestra América aludiendo a los requerimientos esenciales de nuestras naciones en los más duros años de la lucha emancipadora, hace dos siglos.

En efecto, Moral y Luces requerirá ahora en nuestro tiempo, el gobierno del Presidente Ollanta Humala, que asumirá sus funciones del 28 de julio próximo.
Moral, para conducir con honradez y pulcritud los asuntos del Estado no permitiendo negocios turbios, entendimientos malsanos ni trapacerías inmundas; como las consumadas en nuestro país por administraciones anteriores, para escarnio de los peruanos. Y luces para comprender la realidad, actuar con inteligencia y perspicacia encontrando en cada instante del proceso que se inicia las iniciativas más probas y más convenientes para el manejo de su política en beneficio de los más necesitados.

En algo más de cinco días, en efecto, nuevas autoridades iniciarán una gestión de gobierno construida con un vigoroso y multitudinario esfuerzo que alcanzara su mayor dimensión en los comicios pasados del 5 de junio. En ellos, el pueblo optó por el cambio, y recusó formas y métodos de gestión vinculados al pasado y ligados a los intereses del Gran Capital y a la Clase Dominante.

Un clima de singular expectativa se vive en nuestra patria. La población confía en lo que habrá de ocurrir aunque no faltan quienes tempranamente dan muestras de desazón y desánimo. Y es que, en realidad, más allá de las palabras, no confiaron nunca,  ni creyeron en la posibilidad —inédita en la vida peruana— de lo que hoy esta viviendo la patria.

Por eso muestran desaliento ante el menor contraste. Y se dejan influir por los medios de comunicación al servicio de enemigo que explota con astucia todos los resquicios de la desconfianza y de la duda. Si el Presidente Humala informa que confirmará en sus funciones como Director del Banco Central al economista Julio Velarde, se les cae el alma a los pies y afirman que “ya se produjo el temido viraje a la derecha”. Si en el nuevo Consejo de Ministros —no importa quienes más estén— aparece el nombre de Miguel Castilla Rubio, actual Vice Ministro del sector, aseguran escépticos “está confirmado que esto es el continuismo”. Quisieran ellos un gobierno puro, sin mancha alguna, monoclasista, hecho a imagen y semejanza de sus propios, ingenuos e infantiles sueños.

Los adversarios del proceso que se inicia alientan ello. Aplauden la designación de algunos titulares de portafolios también como una manera de asegurar que esas “son sus cartas” en el gobierno que se inicia. Usan la visita del embajador de Chile a Rafael Roncagliolo, para sugerir que este es “pro chileno”; y publican declaraciones de los representantes del empresariado para significar la complacencia que les produce una u otra designación. En el extremo, el Presidente García, cual verdadero Rey Midas invertido (es decir, al revés) toca y saluda al nuevo Consejo de Ministros para desprestigiarlo ante los ojos de la ciudadanía.

La realidad, sin embargo, es bastante más rica que todo eso. El gobierno de Humala no es el resultado de la victoria de una sola fuerza hercúlea, poderosa e imbatible, sólida, cohesionada, unida y segura.  Es la consecuencia de un triunfo difícil, complejo, arrancado a mordiscos a las fuerzas más reaccionarias. Y que ha sido posible también porque ha debido construirse a partir de alianzas y acercamientos políticos entre segmentos distintos que convergieron en una coyuntura concreta, cuando se trataba de cerrar el paso a la mafia fujimorista que tuviera engrilletada a la nación por una década, y que aspiraba a recuperar su rol de carcelera de todo el pueblo.

Que a la cabeza de ese movimiento haya estado esta vez una fuerza progresista en lugar de los clásicos sectores intermedios, oportunistas y conciliadores del pasado; es lo nuevo en el periodo que se inicia. Pero implica, por cierto, un conjunto de responsabilidades que resulta indispensable apreciar en toda su magnitud.

Por eso, en las condiciones de hoy carece de importancia realmente el nombre de los titulares de los portafolios que habrán de operar a partir del 28 de julio. Es poco relevante el que el titular de un determinado ministerio  esté más, o menos, comprometido con el cambio. Lo que verdaderamente importa, es que funcionen aquí dos elementos:

Un liderazgo claro, definido y coherente que le diga la verdad al pueblo y que confié en él. Y una fuerza social y de base firmemente unida, que muestre madurez, esté organizada y tenga conciencia de sus deberes y responsabilidades. Será esa la fuerza el pueblo, herramienta decisiva para la victoria.

Lo primero, ciertamente lo garantiza Ollanta Humala. De él depende, además, la orientación política del proceso que se inicia, y que será un factor decisivo en el tiempo que comienza. Por lo pronto, ya dio muestra fehaciente de su habilidad para hacer frente a las dificultades y retos;  voluntad, para sumar fuerza; tino, para no arriesgar sin motivo; y decisión para tomar la iniciativa en la lucha. Cada paso que ha dado ha constituido una verdadera lección de habilidad estratégica de quien sabe que la política —a la inversa de lo que decía Carl Von Clausewitz— es también la continuación del arte de la guerra por otros medios. Lo secunda en ese esfuerzo el más alto núcleo del gobierno en el que observar objetivamente, pero también depositar en él responsable confianza Y lo segundo, es tarea nuestra. De los ciudadanos de a pie, de los pobladores de todo el país: obreros, campesinos, jóvenes, viejos, hombres y mujeres, que tenemos el histórico deber de reivindicar la patria haciendo un supremo esfuerzo de coraje y patriotismo. Organizados en lo que sea posible: partidos, sindicatos, colegios profesionales, comités vecinales, instituciones sociales, entes de cultura y otros; tenemos que aportar asumiendo nuestras responsabilidades. Y dar combate sin tregua al enemigo.

Todos aquellos que se proclamaron revolucionarios en el pasado, que gritaron a viva voz su fe en el socialismo y su confianza en la clase obrera y en las masas trabajadoras; tienen hoy una prueba de honor, y de fuego, que les permitirá comprobar en los hechos la autenticidad de sus proclamas. Porque ahora sí llegó en el Perú la hora de las masas.

En este marco se sitúa la dinámica del proceso. Este debe marchar por su propia naturaleza. Porque nació para seguir adelante. Porque lleva en su sangre el signo del cambio y el progreso. Porque contiene los elementos de su propio desarrollo: el fermento, la convulsión social, la protesta ciudadana. Porque es la manera de forjar el Perú de Juan Santos Atahualpa y Tupac Amaru, de Mariano Melgar y Zela, de José Olaya y María Parado de Bellido, de Miguel Grau y Bolognesi, de Mariátegui y Basadre, de Arguedas u Javier Heraud.

Con Simón Bolívar habremos también que decir ahora “Por el engaño se nos ha dominado más que por la fuerza; y por el vicio se nos ha degradado más bien que por la superstición. La esclavitud es la hija de las tinieblas; un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción; la ambición, la intriga, abusan de la credulidad y de la inexperiencia, de hombres ajenos de todo conocimiento político, económico o civil; adoptan como realidades las que son puras ilusiones; toman la licencia por la libertad; la traición por el patriotismo; la venganza por la justicia”. Son esos, en efecto, los retos que tendremos que combatir y enfrentar sin vacilaciones, procurando afirmar un proceso que solamente se inicia, y que marchará no donde nosotros queramos, sino donde quiera el pueblo.

Hay quienes, muy subjetivamente y con candorosa inocencia, nos llaman a “llevar al pueblo hacia el socialismo”. Olvidan que el pueblo no es una mesnada. Y que nadie podrá llevarlo a ninguna parte. Irá por su propia voluntad cuando se convenza, a partir de su propia experiencia y de sus luchas, que el socialismo es el camino del futuro. En ese entonces, no lo llevaremos. Nos llevará a él. Por ahora, nuestra tarea es construir su unidad, ayudar a su organización, participar en sus combates de clase.  

Sin subjetivismo, ni ilusiones vanas, pero con profunda confianza en su capacidad de lucha, confirmada ciertamente por la historia; debemos colocarnos, con modestia y humildad, en la primera fila de las responsabilidades.  (fin)

(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / http://nuestrabandera.lamula.pe