Confiar en algo, sea lo que sea
José Carlos García Fajardo (*)
Todo lo que conocemos de la historia es porque alguien se lo ha contado a otro. En La Sorbona, analizaron con ordenadores la producción dramática de la humanidad.
Al final, no encontraron más que dos docenas de temas tratados por medio de unas doscientas situaciones: amor, odio, celos, venganza, avaricia, orgullo, compasión… Como que el sujeto de la historia es el ser humano, el objeto es lo que sucede a estas personas. Conocemos lo que ha sucedido a lo largo de los siglos por la comunicación. Hasta hoy con la revolución de los medios electrónicos. A la gente sólo le interesa lo que le sucede a otra gente. Una historia bien contada es lo más fascinante que nos puede suceder.
El discurso de Steve Jobs en Stanford es un ejemplo de oratoria, por su estilo directo y por su carga emocional, lleno de humildad. Abandonó la universidad a los seis meses y no sabía lo que quería hacer con su vida. Ese momento fue aterrador, pero confiesa que fue una de sus mejores decisiones. Sólo asistió a las que le interesaban.
Dice que la mayoría de cosas con las que tropezó, siguiendo su curiosidad e intuición, resultaron ser inestimables. En ese tiempo su universidad ofrecía la mejor instrucción en caligrafía del país. Decidió tomar una clase de caligrafía para aprender de los tipos Serif y Sans Serif, de la variación en el espacio entre las distintas combinaciones de letras, de lo que hace que la gran tipografía sea lo que es. Era artísticamente hermoso, histórico, de una manera en que la ciencia no logra capturar, y lo encontró fascinante.
“Diez años después, cuando estaba diseñando el primero ordenador Macintosh, comprendí que era el primer ordenador con una bella tipografía”. Estaba convencido de que si no hubiera asistido a ese único curso, el Mac nunca habría tenido múltiples tipografías o fuentes proporcionalmente espaciadas. “Y como Windows no hizo más que copiar a Mac, es probable que los ordenadores personales carecerían de la maravillosa tipografía que llevan.
Alzaba el rostro y miraba a los millares de profesores y de estudiantes: “No podéis conectar los puntos mirando hacia el futuro; solo podéis conectarlos hacia el pasado. Tenéis que confiar en que los puntos se conectarán en vuestro futuro. Tenéis que confiar en algo, lo que sea. Nunca he abandonado esta perspectiva y es la que ha marcado la diferencia en mi vida”.
Cuenta que fue afortunado, porque descubrió lo que quería hacer con su vida. Comenzó con su amigo Woz en el garaje de sus padres cuando tenía 20 años, y en 10 años Apple había crecido hasta transformarse en una compañía de dos mil millones con más de 4.000 empleados. “Trabajamos muy duro”, subraya.
Llega el clímax dramático, ante un silencio enorme: “Luego me despidieron. ¿Cómo te pueden despedir de una compañía que fundaste? “
De ese modo a los 30 años estaba afuera y había desaparecido aquello que había sido el centro de toda su vida adulta. Durante unos meses anduvo como zombi, sin saber qué hacer.
Pero comenzó a entender que todavía amaba lo que hacía. “Yo había sido rechazado, pero seguía enamorado. Y decidí empezar de nuevo”. Ser despedido de Apple fue lo mejor que podía haberle pasado, confiesa. La pesadez de tener éxito fue reemplazada por la iluminación de ser un principiante otra vez. Me liberó y entré en una de las etapas más creativas de mi vida, le contó a una audiencia entregada.
Fue una amarga medicina, pero creo que el paciente la necesitaba. En ocasiones la vida te golpea con un ladrillo en la cabeza. No perdáis la fe, les decía. Estoy convencido que lo único que me permitió seguir fue que yo amaba lo que hacía. Tenéis que encontrar lo que amáis. Y eso es tan válido para el trabajo como para el amor. El trabajo llenará gran parte de vuestras vidas y la única manera de sentirse realmente satisfecho es amar lo que se hace. “Si todavía no lo habéis encontrado, seguid buscando. No os detengáis. Al igual que con los asuntos del corazón, sabréis cuando lo habéis encontrado. Así que seguid buscando. Y no os paréis”.
Y ya con no pocas miradas relucientes les confesaba: Vuestro tiempo tiene límite, así que no lo perdáis viviendo la vida de otra persona. No os dejéis atrapar por dogmas, no viváis con los resultados del pensamiento de otros. No permitáis que el ruido de las opiniones ajenas silencie vuestra voz interior. Tened el valor de seguir vuestro corazón e intuición, porque de alguna manera ya sabéis lo que realmente queréis llegar a ser. Todo lo demás es secundario.
Conocemos su mensaje de despedida: “Seguid hambrientos. Seguid alocados”.
(*) Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del CCS
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