Espada o miasmafritz du bois

Por: César Hildebrandt

Hay voces que solicitan despenalizar los delitos de prensa. Eso quiere decir, en suma, que el periodismo demanda un estatuto privilegiado desde el que la difamación puede pasar por opinión, la calumnia por periodismo investigativo y la mentirá por verdad. Todo en un solo pack de hipocresía. A mí que no me vengan con tumultos gremialistas. Lo que hizo Perú21 en el caso de la candidata a congresista Ana María Solórzano resulta una infamia pura y dura. Porque no sólo mintió atribuyéndole a una obstetriz honorable, madre de cinco hijas, el hecho de haber sido cajera de un prostíbulo por varias razones polvoriento, sino que, encima, conectó esa fábula hechiza con una candidata al Congreso de Gana Perú y, para colmo, incluyó a Ollanta Humala, el candidato que el diario había decidido asesinar a articulazos, en el tinglado de una portada cuyo titular era "Dinero Sórdido" y cuya insinuación era que el candidato de Gana Perú había sido financiado por la plata venérea de una cadena de burdeles. ¿Se puede ser más ligero? No. Y no se puede porque, como se probó, todo lo contado por Perú21 era mentira: ni la señora Rosario Amparo Torres Bedregal era "la tía Pocha", la legendaria mami de esa Casa Verde imaginaria construida por el diario anexo a El Comercio, ni había donado dinero alguno para la campaña de Humala en Arequipa. Lo único cierto es que la obstetriz calumniada es tía de la hoy congresista Ana María Solórzano y que Perú21 elaboró una mentira para ver si así mellaba la candidatura que se oponía a la de Keiko Fujimori. Porque de eso se trataba el asunto: el director de Perú21 es, con todo el derecho que la democracia le garantiza, un fujimorista nostálgico que suspira cada vez que recuerda sus tiempos de funcionario público de los jugosos 90.

 

Como se recuerda, el señor Du Bois fue asesor del despacho de economía durante toda la gestión del señor Jorge Carnet, que tanto hizo por favorecer a la empresa constructora que él mismo fundara: J.J. Carnet (hasta podría decirse que Carnet inventó el concepto del autoservicio). El señor Du Bois, además, fue protagonista de aquella triangulación que permitió sueldos estupendos en la administración pública: el Estado peruano le daba plata al PNUD para que este, sin someterse a las restricciones presupuestarias de la ley, pagara, como un añadido no sujeto a control, las remuneraciones "discretas" de funcionarios como el propio señor Du Bois. Se diría que el señor Du Bois imitó al señor Carnet en eso de la autocomplacencia financiera.

Y bien, el señor Du Bois tiene todo el derecho de ser rabiosamente melancólico en relación al shogu-nato que enriqueció con su talento. A lo que no tiene derecho es a enlodar a una persona y luego buscar el parapeto de "la libertad de prensa". ¿O sea que Magaly sí pero los socialmente encumbrados no?

Cuando se trata de El Comercio y su prole, acude en tropel la colegada fanática y sindicalera (para eso sí se acuerdan de las instituciones) a decirnos que la revolución francesa está en peligro, que la república tiembla y que Émile Zola tiene que volver a poner las cosas en su sitio.

Colegas aburridos de aburrir, sombras del oficio, gacetilleros que encabezan siglas y expiden neblina, se rasgan las túnicas y citan al Sócrates ágrafo que creyeron leer (siendo la verdad que están más cerca del imbécil de Aristófanes que del sabio ateniense) para decirnos que si la sentencia a dos años sin cárcel no se corrige, la injusticia habrá prevalecido.

Yo sólo digo, con la modestia que jamás me ha caracterizado, que la abolición de los delitos de prensa -oh tribuno Valle Riestra, qué elocuencia- hará saltar de alegría retroactiva a los hermanitos Winter, al señor Schultz, a los señores Crousillat, al transformer Lúcar, al Pepe Olaya enchairado, al finadito Bressani, al inhallable Eduardo Calmell del Solar. ¡Brindarán, no tengo duda

También harían fiesta, aunque con champán Nochebuena en este caso, los pandilleros de la prensa chicha que todos los días se revuelcan en el exceso.

Recordemos: aquí el código penal incluyó los llamados delitos de imprenta para ver si así se paraba la orgía (perpetua) de agravios en que se había convertido el oficio de opinar y cronicar. Basta leer a Porras para acercarse al peruano fenómeno del sicariato periodístico que a él tanto le asqueaba. Basta recordar que la agresión injustificable que José Carlos Mariátegui padeció de parte de un grupo de militares se produjo después de que el fundador del socialismo peruano escribiera en Nuestra Época, en junio de 1918, que al ejército sólo ingresaban bribones, desalmados o idiotas. ¡Y era Mariátegui! Al respecto, Jorge Basadre escribió: "El artículo de Mariátegui fue tétrico, precipitado e injusto".

Habría que recordar también que aquel sonetista con alma de matón que se llamó Chocano pudo, luego de matar a Edwin Elmore en la puerta de El Comercio, calumniar póstumamente a su víctima con mil injurias en el pasquín La Hoguera. ¡Y era José Santos Chocano, el poeta coronado por Leguía!

Así que a mí no me vengan con que el insulto es rosa y el mordisco clavel. La prensa puede ser —y seguirá pudiendo ser— espada de la verdad —sí, ya sé que la frase es huachafa— o miasma del callejón oscuro. Elija usted. Elija pero no mezcle.

Hildebrandt en sus Trece

Espada o miasma

Por: César Hildebrandt

Hay voces que solicitan despenalizar los delitos de prensa. Eso quiere decir, en suma, que el periodismo demanda un estatuto privilegiado desde el que la difamación puede pasar por opinión, la calumnia por periodismo investigativo y la mentirá por verdad. Todo en un solo pack de hipocresía. A mí que no me vengan con tumultos gremialistas. Lo que hizo Perú21 en el caso de la candidata a congresista Ana María Solórzano resulta una infamia pura y dura. Porque no sólo mintió atribuyéndole a una obstetriz honorable, madre de cinco hijas, el hecho de haber sido cajera de un prostíbulo por varias razones polvoriento, sino que, encima, conectó esa fábula hechiza con una candidata al Congreso de Gana Perú y, para colmo, incluyó a Ollanta Humala, el candidato que el diario había decidido asesinar a articulazos, en el tinglado de una portada cuyo titular era "Dinero Sórdido" y cuya insinuación era que el candidato de Gana Perú había sido financiado por la plata venérea de una cadena de burdeles. ¿Se puede ser más ligero? No. Y no se puede porque, como se probó, todo lo contado por Perú21 era mentira: ni la señora Rosario Amparo Torres Bedregal era "la tía Pocha", la legendaria mami de esa Casa Verde imaginaria construida por el diario anexo a El Comercio, ni había donado dinero alguno para la campaña de Humala en Arequipa. Lo único cierto es que la obstetriz calumniada es tía de la hoy congresista Ana María Solórzano y que Perú21 elaboró una mentira para ver si así mellaba la candidatura que se oponía a la de Keiko Fujimori. Porque de eso se trataba el asunto: el director de Perú21 es, con todo el derecho que la democracia le garantiza, un fujimorista nostálgico que suspira cada vez que recuerda sus tiempos de funcionario público de los jugosos 90.