Policía y ética: ¿Una antinomia?
Por Nicole Schuster

Introducción

Desde finales de la década del 1990 y particularmente de los inicios del siglo XXI, un proceso de democratización neoliberal promovido por occidente ha llevado a numerosos gobiernos de los países subdesarrollados a emprender una reestructuración de sus instituciones públicas, entre las cuales se encuentra la de sus fuerzas de seguridad. En ese contexto, los principios como el respeto de la ley, de la Constitución, la probidad, honradez, justicia y equidad, lealtad al Estado de Derecho, han sido erigidos en los cánones de ética. Para establecer el marco ético que pretenden seguir, las instituciones de esos países, impulsadas por el Ejecutivo, se inspiran de los modelos éticos occidentales.

Tenemos por ejemplo el “Código de deontología” de la policía francesa(1), o el Código Europeo de Ética de la Policía elaborado por el Comité de los Ministros del Consejo europeo, así como el Code of Ethics de la International Association of Chiefs of Police (IACP) de Estados Unidos, que siempre más países del Tercer Mundo adoptan. Sin embargo, en muchos casos, el reconocimiento solemne por parte de los gobiernos de países emergentes de esos códigos éticos es caricaturesco, pues los principios que propugnan son totalmente antitéticos con la idiosincrasia y prácticas de las organizaciones que se proponen guiar.

En este trabajo, analizaremos a qué lógica responden los gobiernos subdesarrollados cuando retranscriben - en el papel pero no en la realidad concreta - los códigos de conducta difundidos por occidente. Asimismo, examinaremos cual es la plataforma requerida para implementar un programa de moralización del cuerpo policial.
 
LA POLICÍA Y LA ÉTICA EN LA TEORÍA
 
Al ser emitidos por las autoridades oficiales de un país, los códigos de ética aparecen como un sello de certificación, una garantía de que los funcionarios son íntegros y dignos de recibir la confianza de los ciudadanos que están supuestos a resguardar. Más aún, indicarían que los oficiales del orden público no sólo son representantes comunes de los valores morales y éticos fundamentales, sino que además se erigen por encima de ellos en calidad de guardianes supremos de su preservación y defensa. Efectivamente, como lo menciona el Profesor e investigador en criminología Maurice Punch, vista la naturaleza sensible del mundo político y social, la policía debería caracterizarse por su carácter imparcial y mostrar el ejemplo cuando de honestidad e integridad se trata(2). De esa manera, resulta absurdo pretender ser “honesto de vez en cuando” o “virtuoso a la carta”. El apego a principios éticos es incondicional y no puede ser sujeto a fluctuaciones oportunistas ni confinado al espacio y tiempo de trabajo del oficial, porque engloba a todas las esferas de su vida(3). En otras palabras, los integrantes de la policía son un cuerpo referencial que debe, a través de un comportamiento intachable en privado como en público, incitar en forma constante a la ciudadanía a ajustarse a una línea de conducta que facilite la vida en sociedad.

Es para cumplir con esta tarea moralizadora y de harmonización que se instauró el organismo de la policía hace más de cinco siglos en Europa, en una época en que se edificaban los cimentos del Estado-nación.
 
LA ÉTICA POLICIAL EN LA REALIDAD
 
Desgraciadamente, como lo mencionamos, la práctica diaria de la policía y el modus operandi que ésta emplea en ciertas situaciones, sobre todo en los países subdesarrollos donde la violencia letal y la corrupción en la policía parecen sistemáticas, dista mucho del marco ético que se implanta para contribuir a la seguridad y al bien-estar de la sociedad. Lo ilustran las estadísticas que se establecen en base a la percepción que la población tiene de su policía y que constituyen en sí un barómetro representativo del alto nivel de corrupción que azota a las instancias policiales. En el continente latino americano, 92% de los mejicanos, 76% de los brasileños, 71 % de los Argentinos, 68% de los peruanos, 53% de los colombianos y 29% de los chilenos consideran que su policía es corrupta(4). Asimismo, estudios nos revelan que una proporción siempre más elevada de la sociedad latinoamericana y del Caribe está convencida de que existe en la policía una subcultura antidemocrática y corrupta que merma el honor y la integridad de la institución y que contribuye a que la comunidad no se identifique con ella. De hecho, en quince países latinoamericanos, el grado promedio de confianza de la gente en la policía no supera el 28%(5). Esta cifra no tiene nada de sorprendente cuando uno se entera a través de la prensa de que, por ejemplo, en el Perú, que dispone de un código de ética policial, siete policías limeños pertenecientes al Escuadrón de las Águilas Negras han sido acusados de estrangular a un ciudadano que necesitaba ayuda(6). O que la policía brasileña, aunque esté sometida a mecanismos de control ético previstos por la Constitución Federal(7), ha sido denunciada por la Asociación Human Rights Watch en 2009 por haber, en seis años, matado a más de 11.000 personas(8).
Sin embargo, esos abusos no se circunscriben a los países subdesarrollados sino ocurren también en países desarrollados. La corrupción en la policía se convirtió en un tema de preocupación en el momento que este organismo apareció en la vida cotidiana de la ciudadanía europea. Efectivamente, desde la creación de la policía, múltiples demandas han sido formuladas en los países desarrollados para que se investigue las causas de esta lacra y se responsabilice a los miembros y/o departamentos de la policía que se prestan a actividades corruptas(9). Entre las injusticias denunciadas figuran la práctica de “hacer caja”, que lleva a los agentes del orden a multar en forma excesiva a los ciudadanos a fin de coadyuvar a aumentar los ingresos del Ministerio del Interior(10). O los actos de violencia letal hacia la población, como en Estados Unidos, reputado ser el arquetipo de la democracia(11). Ello significa que el Estado-nación, que va deteriorándose a pasos gigantescos, no ha logrado concretizar el ideal de paz preconizado por Kant y Paul Reiwald(12), que permitiría a la ciudadanía moverse en un medio en que la estabilidad de la vida social predominaría.
 
EL OBJETIVO DE LA ADOPCIÓN DE LOS CÓDIGOS DE ÉTICA EN LOS PAÍSES SUBDESARROLLADOS
 
Si bien es grato que ciertos países subdesarrollados se muestren deseosos de conformarse a normas internacionales de buena gobernancia y consideren que la aceptación por la policía de códigos de deontología es un paso importante, es menester resaltar que esos prototipos éticos, que emanan de países occidentales, no son adaptados a la realidad socio-cultural y política de los países subdesarrollados y a los parámetros administrativos y judiciales que rigen la función policial. Además, uno se interroga sobre la validez de esos códigos en general, puesto que tampoco son respetados por las instituciones occidentales mismas. ¿Bajo esas circunstancias, de qué sirven los códigos de ética?
En este periodo histórico de colonización mental inducida por la democracia neoliberal, se ha sedimentado un discurso de la democracia global burguesa que tiene sus raíces en los países occidentales. Este discurso, impregnado de cinismo, emplea un lenguaje que revoluciona las reglas semánticas por ser de corte altamente sofista. Es así que, en la democracia occidental, el término “democrático” pierde su sentido, dado que la población es, a causa del sistema representativo que este tipo de democracia ha introducido(13), excluida de las tomas de decisiones que afectan su vida socio-económica y política. De la misma manera, los códigos éticos que rigen las funciones públicas son parte de las reglas dobles que rigen las políticas económicas mundiales. Este argumento se sustenta en que esas normas deontológicas no son acatadas ni por occidente ni por los países desarrollados, porque son totalmente antitéticas con la mentalidad neoliberal que fomenta la corrupción, el individualismo y el lucro. Pero el occidente las necesita para cumplir a nivel mundial con el rol de gendarme moralizador que se ha asignado. En este marco de inversión semántica, se promueve entonces la “democracia” neoliberal y su corolario de “reglas de buena gobernancia”, que sirven de cuadro referencial para el otorgamiento de paquetes de ayuda internacional cuyo alto precio impacta negativamente en las poblaciones locales(14). Dentro de este contexto de política cínica, el motivo por el cual los países subdesarrollados optan por un código de ética de corte occidental nace entonces no tanto de una voluntad de moralización sino más bien de un afán de figurar entre los países liberales para así gozar de ventajas específicas otorgadas por occidente. En ese sentido, el adherirse a un marco ético occidental por parte de un país subdesarrollado tiene un significado preciso. A través de este acto, este país manda la señal de que sus normas están ahora a la altura de los requisitos de los países supuestamente democráticos, y con ello indica que está listo para recibir las inversiones extranjeras y los préstamos de organismos internacionales. Por su parte, los gobiernos hegemónicos que impulsan esos ritos de reconocimiento ético pueden pretender que su alianza con gobiernos e instituciones que los celebran es perfectamente conforme a los principios éticos inherentes a la “democracia”, aunque en la práctica diaria de las organizaciones tercermundistas, esas normas no tienen ninguna vigencia.
 
CONCLUSIÓN
 
Como sabemos, la desigualdad y polarización son el reflejo de políticas impulsadas desde las altas esferas de un país y crean una estructura de relaciones sociales espurias que alcanza a todos los sectores de la sociedad. En otros términos, son el Estado y las instituciones representativas de la sociedad civil que imprimen la dinámica a nivel nacional, que se trate de valores éticos o de modos de reproducción de la corrupción. Ello significa que la corrupción en la policía no puede ser pensada fuera del marco completo de la sociedad que la produce.

Frente a una situación de esta índole, es innegable que reestructurar las fuerzas de seguridad y avivar el dialogo y la interacción entre éstas y la ciudadanía para así establecer un control y paliar la corrupción en el seno de la institución policial constituyen iniciativas saludables. No obstante, es difícil que la policía, en tanto que organismo de poder del Estado, sea orgánicamente depurada si el Estado no sigue el mismo proceso de limpieza y no procura combatir de forma radical la corrupción general. Es entonces menester que el gobierno inmerso en la problemática de la corrupción y deseoso de salir de ella programe una transformación partiendo de su alejamiento de la política económica neoliberal. Este planteamiento se basa en que, en un país donde predomina un modelo económico que favorece la cultura del capitalismo salvaje, y por ende la explotación, se suele conferirle a la policía - que es un instrumento determinante del reforzamiento del poder estatal -, una función exclusiva de represión. Ésta, a su vez, alienta el surgimiento de otras formas de corrupción (extorsión, violencia gratuita hacia los detenidos, abuso psicológico, discriminación, etc.).

Por ello, el reemplazo del modelo económico neoliberal por uno más humano y solidario repercutirá directa y positivamente en la estructura material y mental de las autoridades públicas que se quiere moralizar, así como en la sociedad en general. Sólo bajo esas condiciones sucederán los cambios fundamentales que podrán beneficiar a toda la sociedad a nivel material, ético y moral.
 
1 Code de déontologie de la police nationale

2 Ver Maurice Punch. Conduct unbecoming: The social construction of police deviance and control. Tavistock Publications. USA. 1985.

3 Es la posición de John Kleinig. Ver  Tim Newburn. Understanding and preventing police corruption: lessons from the literature. También, ver la reseña que hace Enrique Castro Vargas del trabajo de Tim Newburn. Comprendiendo y previniendo la corrupción policial: lecciones de Literatura. P.159 en Urvio. Revista Latinoamericana de Seguridad Ciudadana. Nº1. Quito. Mayo 2008.

4 Ver p.10. Latin American Corruption Survey. Oct. 2008. Miller & Chevalier and six Latin American partner firms – Demarest & Almeida (Brazil), Estudio Beccar Varela (Argentina), Rubio Villegas y Asociados, S.C. (Mexico), Brigard & Urrutia (Colombia), Rodrigo, Elías & Medrano Abogados (Peru), and Claro y Cia (Chile).

5 Ver Policía comunitaria y reforma policial en América Latina. ¿Cual es el impacto? Por Hugo Frühling. CESC. Centro de Estudios de Seguridad Ciudadana. Universidad de Chile. Instituto Asuntos Políticos. P.8.

6 Según informó el diario 'Perú.21', se trata, según el diario de “Perú 21” de Wilhem Calero Coronel (31), quien fue a retirar dinero de un cajero automático, pero se percató de la presencia de ladrones que lo querían despojar de su dinero. Pidió ayuda a dos policías de un banco cercano, quienes solicitaron la asistencia del Escuadrón de Águilas Negras. Según los agentes del orden, ellos lo confundieron con un ladrón y lo habrían sujetado fuertemente del cuello hasta que se desvaneció. En el hospital Octavio Mongrut, de San Miguel, se certificó su muerte.
Citado en el artículo publicado la página web:
 http://www.peru.com/noticias/portada20100716/108231/Acusan-a-siete-policias-de-las-Aguilas-Negras-de-estrangular-a-ingeniero-en-la-puerta-de-un-banco-de-San-Miguel-tras-confundirlo-con-ladron

7 Ver MARTIM CABELEIRA DE MORAES Jr. Quis custodiet ipsos custodes? Red Latinoamericana de Policías y Sociedad Civil.

8 Ver «La police brésilienne a tué plus de 11.000 personnes en six ans». Source Agencia Associated Press del 09/12/09

9 Ver p. 508. Greg Barak. Battleground Criminal Justice. Greenwood Publishing Group. 2007.

10 Ver Maurice Rajsfus. Portrait physique et mental du policier ordinaire. Editions Après la Lune. 2008. P.143.

11 Ver Marilynn S. Johnson. Street Justice. A history of police violence in New York City. Beacon Press Book. 2003.

12 Paul Reiwald. Nació el 26 de mayo 1895 in Berlin y murió el 11 de agosto 1951 en Suiza. Era psicólogo criminalístico y especialista en psicología de masa.

13 Es menester mencionar que este tipo de sistema representativo fue ya introducido por los griegos de la época antigua, que impulsaron la democracia.

14 Ver John Perkins. Confessions of an economic hit man. Ebury Press. 2006.