A cocachos aprendí
Por Gustavo Espinoza M.
“A cocachos aprendí / mi labor de colegial / en el colegio fiscal / del barrio donde nací”, dice una festiva creación del mejor decimista peruano del siglo XX, don Nicomedes Santa Cruz.
Pues bien, ella puede aplicarse en su real dimensión a los hombres —y mujeres— del gobierno del Presidente Ollanta Humala Tasso que, a cocachos, están aprendiendo a gobernar en las condiciones más adversas, acosados por una Mafia implacable y por una prensa que perdonó todo a los regímenes pasados, pero que hoy salta ante el menor desliz desde el Poder.
Ocurre, en efecto que en cada caso, y de manera puntual, se hace un escándalo por la menor acción —o inacción— del gobierno.
Si el canciller Roncagliolo saludó al Presidente Correa, mandatario del vecino país del norte; es motivo de encendidas críticas. Si el jefe de la lucha anti drogas Ricardo Soberón se aparta un milímetro de las recetas de la DEA que convirtieron al Perú en líder del narco tráfico en la región, palo con él; Si un baile de la ministra de la Mujer coincidió en su fecha con el doloroso deceso de tres niños en la lejana comunidad de Acero en el norte, entonces censura inmediata; si la titular de Cultura viaja porque debe cumplir un compromiso artístico por el que no cobra nada, mejor que deje el cargo.
Así es una prensa —y una “oposición”— que nunca habrá de asimilar las dos derrotas que le asestó el pueblo. La primera, el 3 de octubre del año pasado, cuando eligió a Susana Villarán como alcaldesa de Lima; y el 5 de junio cuando ungió como Primer Mandatario al Comandante Ollanta Humala Tasso.
Los hombres del gobierno —empezando por el propio Presidente de la Republica— no tienen experiencia política.
En muchos casos, no desempeñaron antes cargos públicos ni como funcionarios del Estado ni como representantes electos.
Ollanta fue un militar al que se le retiró del servicio. Omar Chehade fue un procurador para temas de específicos; Roncagliolo, un sociólogo dedicado al trabajo académico; Soberón estudió los temas del narco tráfico casi por su cuenta; y apenas Marisol Espinoza o Daniel Abugattas cumplieron tareas parlamentarias en el pasado reciente sin asumir responsabilidades concretas. Pero hoy, tienen en sus manos una buena cuota de resortes del Poder y los usan no siempre con acierto.
Por eso se equivocan. Carecen de reflejos. No reaccionan a tiempo. No prevén lo que habrá de ocurrir. No se dan cuenta del juego del enemigo. Dan muestras constantes de inocencia, ingenuidad, candorosa falta de malicia, y extrema candidez; al punto que tratan temas oficiales en familia, o entre amigos; en restaurantes públicos, o en agasajos. No se les ocurre que hay ojos y oídos que los ven, los escuchan, y están prestos a soltarles los perros al menor traspiés.
Entonces, aprenden a cocachos los secretos de una vida política agitada, tumultuosa, en la que deben tomar decisiones apremiantes, sin intuir las consecuencias de sus actos.
Claro que algunas veces esa candorosa trasparencia los lleva a cometer errores. El caso más notable, hasta hoy, ha sido el del Segundo Vicepresidente y actual congresista Omar Chehade, hombre de palabra fácil y obra más o menos impulsiva.
A él, ahora, le enrostran haber sostenido —en un restaurante capitalino— una reunión social con altos oficiales de la institución policial en la víspera de una severa “purga”, orientada precisamente a renovar los mandos de una entidad cuyo prestigio está por los suelos, corroída por la corrupción y otros desaguisados.
A nadie, en su sano juicio, se le ocurriría celebrar una cita de ese carácter en un lugar público. Tampoco tratar en un evento social así, temas de orden formal. Pero sí, es posible que ambas cosas hayan sucedido en mayor, o en menor medida. Y que ellas sean responsabilidad de quienes tuvieron la infeliz idea de organizarla. Una investigación se impone para determinar la circunstancia, detectar los daños que el hecho acarreó a la gestión oficial y para recomponer las cosas haciendo que todo vuelva a su cauce normal.
En todo caso, lo “grave” del asunto radica en un hecho puntual: entre los temas abordados en la maladada tertulia, habría estado un intercambio de opiniones en torno al desalojo de la Cooperativa Andahuasi para ser entregada a la empresa comprada por capitales chilenos, el consorcio comercial Wong.
Malo por cierto en la forma y en el fondo. En la primera porque temas de esa magnitud —a favor o en contra de los trabajadores— deben ser tratados con los interesados, de acuerdo a la ley y en reuniones formales. Y en el fondo, porque revelarían una extraña connivencia entre ciertas esferas del Poder y determinados mandos policiales para beneficiar a un consorcio privado en detrimento de trabajadores peruanos. Eso, ha hecho saltar incluso a algunos leales al gobierno.
Hay que juzgar los hechos en su real dimensión. Ni los hechos ocurridos pueden justificarse, ni tienen la gravedad que les imputa el enemigo. Sirven, sin embargo, para ensuciarle la pechera al Presidente Humala justamente cuando comienza a afirmar en su gestión una clara voluntad de lucha contra la corrupción.
Y también —por cierto— cuando en el Congreso de la República acaba de aprobarse la composición de un grupo de trabajo destinado a investigar los desaguisados del gobierno de Alan García. Y uno de los integrantes de dicho grupo, es precisamente Omar Chehade.
Por eso no debiera sorprender, por ejemplo, que la Fiscalía de la Nación haya procedido de inmediato a “tomar cartas en el asunto” en la denuncia formulada por ciertos medios contra el Vicepresidente de la República. Después de todo, son conocidos, y públicos, los vínculos del Fiscal de la Nación —hombre en lo personal bien administrado— con el Partido del ex Presidente García ¿Habrá algún trasfondo en el tema?.
Esta vez un parlamentario de Acción Popular —Víctor Andrés García Belaúnde— caracterizó bien la situación: Lo de Chehade —dijo— es simplemente una tontería, pero ella no amerita un escándalo como el que se hace y una petición de desafuero como la que se formula. Y es que, en efecto, hay que tener conciencia de las proporciones de los hechos, y de su relación con las consecuencias.
Lo que cabe de inmediato es que el Presidente Humala tenga una reunión de emergencia con sus altos representantes —ministros, congresistas, directores de programas, responsables de áreas y otros— para que allí se haga un deslinde radical de las cosas, se formulen las advertencias del caso y se adopten medidas para que hechos de esta naturaleza no se vuelvan a repetir. Lo demás, objetivamente, es alentar una tempestad en su vaso de agua.
Si los colegiales aprenden a cocachos su labor d colegial, los ministros y altos funcionarios del gobierno deben aprender a gobernar con severas reflexiones pero, sobre todo, con voluntad y coraje. (fin)
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / http://nuestrabandera.lamula.pe