“Clase política” y voto preferencial

Por Eduardo González Viaña

No aparece en el Diccionario de la Academia. No existe dentro de las ciencias sociales. Ningún otro glosario la consigna. Y sin embargo, hay mucha gente y periódicos que hablan de una supuesta “clase política.”

El término nació en España. En una revista de chismografía, lo inventó un periodista “del ambiente” para incluir entre condesas y modelitos a cierto congresista cuya sonrisa enigmática y elegante vestido a rayas llenaban toda una página.

“Es un Adonis”, decía el diarista, y dejaba a un lado la posición ideológica y la línea para lanzarse a una loca y embelesada descripción física de su héroe. Por fin, una frase remataba el texto: “Es un guapísimo representante de nuestra clase política.”

De esa manera, no muy ortodoxa, nació la expresión.

Pudo haberse llamado orden, raza, condición, tipo, especie, familia o ralea, pero los caprichitos del escriba madrileño nos han donado una supuesta “clase política”.

Para la sociología, esa frase es una aberración. La palabra “clase” indica una posición dentro del sistema económico. Ser dueño de los medios de producción u operarlos, recibir o pagar salarios es lo que diferencia a una clase de otra. ¿Qué tiene de clase la “clase política”? Absolutamente nada.

En el Perú, la expresión designa a lo que siempre hemos llamado las cúpulas de los partidos políticos.

Tal vez por haber sido el centro de un virreinato, el Perú es el más centralista de los países latinoamericanos, y esta tendencia –accionada por la “clase política”- es el tumor que hace metástasis en el vientre de la democracia.

Las cúpulas de los partidos, instaladas en la capital de la república, (o mejor dicho, la clase política) designan todo lo que haya que designar. Son ellas las que nominan las candidaturas a todos los cargos sujetos de elección. Desde la capital, la CP señala quiénes van a ser los candidatos a alcaldes en todo el país. Entre los aspirantes al Congreso, Lima determina quiénes van a ir en los primeros puestos de la lista, o sea los que necesariamente serán electos.

¿Puede llamarse democracia a un sistema en el que el pueblo recibe las cartas marcadas?

Recuerdo lo que alguna vez dije sobre la “clase política” porque da la impresión que, de un momento a otro, la misma ha sacado las garras. No otra cosa se puede pensar cuando los congresistas muestran tan compacta mayoría para eliminar el voto preferencial.

Esa modalidad de sufragio le permite al elector decidir a quién escoge para ser elegido dentro de todos aquellos que le presenta su partido. Vale decir que, aunque le ofrezcan las cartas marcadas y un orden determinado por la cúpula, el ciudadano de a pie determina quién debe ser electo.

El Voto Preferencial fortalece la democracia interna de cada partido y debilita a las cúpulas.

Sin embargo, según lo indica el representante de la Comisión de Constitución del Congreso, eliminando el Voto Preferencial, “cada partido o alianza política presentará a sus candidatos en un orden de preferencia que no puede ser modificado por el elector. El elector sólo podrá emitir su voto por dicha lista, evitando agregar un candidato o mezclar su preferencia con candidatos de otras listas.”

Eso significa restarle poder al elector y concentrar la decisión en la cúpula de cada partido que decidirá el orden de la lista y sabrá antes que todo el Perú quiénes serán los elegidos.

Ojalá que nuestros legisladores nos expliquen sus razones o lo piensen dos veces. Tal vez deberían recordar que las protestas de los “indignados” han nacido y están enfiladas en otros lados del mundo contra los detentadores del poder político, contra los representantes que quieren relevar y degradar a sus representados.

Ojalá que no amanezcamos uno de estos días con cientos de tiendas de campaña repletos de “indignados” contra la clase política.