La ideología y las relaciones estado-mercado
Por Cristian Gillen
El pensamiento socialdemócrata y marxista ortodoxo ha ido sedimentando ciertas supuestas “leyes” que determinarían el papel del Estado y su relación con el mercado.
En las formaciones sociales que se encuentran en el marco del capitalismo, un mayor Estado es considerado como la manifestación de una mayor inclusión social o de un interés en favorecer a los estratos de la población de menores ingresos.
Para los países que emprendieron, conforme a la ortodoxia, el socialismo como primera etapa para alcanzar el comunismo, el Estado sería la expresión del poder del pueblo. La propiedad de los medios de producción por parte del Estado haría que las empresas pertenezcan a los trabajadores y, por lo tanto, la lucha de clases habría llegado a su fin. Debido a ello, los sindicatos deberían ser simples correas de transmisión de las órdenes que provienen del Estado y del Partido.
La historia ha mostrado que estas “leyes”, que promoverían de un lado el bienestar, y de otro, el socialismo, han generado resultados que contradicen lo pronosticado por estas “leyes”.
El Estado benefactor se dedicó en un primer momento a otorgar “desde arriba” y de manera capitalista ciertos beneficios a los trabajadores en cuanto a salud, educación, en tanto éstos coadyuvaban en la eficiencia capitalista de los trabajadores, facilitando el pase de la explotación en base a un régimen de reproducción basado en la plusvalía absoluta que se dio en los albores del capitalismo a una acumulación sustentada en la plusvalía relativa, que es la que predomina en la modernidad capitalista (explotación en base al incremento de la productividad del trabajo y no de la duración del tiempo de trabajo).
Cuando se agudizaron las crisis del capitalismo en los 1980s debido a la tendencia a la caída de la tasa de ganancia, los capitalistas transformaron el Estado benefactor en Estado neoliberal con el fin de luchar contra la baja en las tasas de las utilidades. O sea, el Estado capitalista, en su versión neoliberal, fue un elemento central en el combate por mantener o elevar las ganancias con relación al capital inmovilizado. Pero este proceso de conversión del Estado benefactor al neoliberal tuvo un enorme costo social, que fue asumido en su mayor parte por los trabajadores y, en menor medida, por los propietarios de las pequeñas empresas. Por otro lado, el nuevo Estado neoliberal, con esas economías logradas, subvencionó directamente a las grandes empresas, sobre todo foráneas, e incrementó la publicidad ideológica para promover el modelo neoliberal y los gastos en fuerzas represivas que el neoliberalismo requiere para operar. Como se podrá observar, no se disminuyó el Estado, sino que se cambió su estructura
funcional para superar los conflictos y contradicciones que están en la esencia de las relaciones sociales capitalistas.
En lo político, el Estado benefactor contribuyó en disciplinar a los trabajadores al tratar, por un lado, de canalizar sus demandas a través de los conductos estatales, lo que llevó a que éstos se despolitizaran y, por otro lado, reforzaran la pseudo-democracia burguesa, que tiene un marcado sesgo a favor del capital. Muestra de ello es el mercado político en que se ha convertido el parlamento donde prima el tráfico de influencias a favor de las grandes empresas e inmoralidades de toda índole.
Lo que los Estados en el denominado socialismo han hecho, es regular los procesos de valorización y de trabajo de la producción en función a los intereses de los estamentos más altos del Estado. Esto permitió que se convirtieran en una verdadera clase dominante. El Estado propició la utilización de precios determinados administrativamente, pero siempre teniendo en cuenta los precios en el mercado mundial.
Esta regulación formal del valor, en tanto no propiciaba la eliminación de las relaciones salariales, fomentó la creación de un mercado negro que favoreció también a la burguesía de Estado (muchos negocios que operaban en el mercado negro eran dirigidos por familiares de los altos funcionarios).
En el proceso de trabajo, con el fin de seguir explotando a los trabajadores, no se eliminó la división entre el trabajo manual e intelectual, ni tampoco se propició el trabajo colectivo para lograr eliminar la fragmentación del proceso de trabajo. Se estableció, para normar las relaciones laborales, el denominado taylorismo socialista, como si el taylorismo fuera un instrumento de organización del trabajo neutro al servicio de cualquier régimen social. Como es sabido, el taylorismo fue creado en Estados Unidos en los inicios del siglo XX con el fin de subordinar el trabajo al capital, concentrado el conocimiento en este último, para así perpetuar el control capitalista del proceso de trabajo visto como un todo.
El proceso de valorización y de trabajo que se creó en estas formaciones sociales que deberían transitar al socialismo, promovió la jerarquización social mediante la concentración del manejo del excedente en manos de los altos responsables del Estado y un proceso de trabajo bajo control de tecnócratas que actuaban en función a sus intereses y del Estado, y en desmedro de los trabajadores.
Las crisis sociales y económicas (explotación, ineficiencia), que generó la modalidad de acumulación adoptada para alcanzar el socialismo, como primera fase para lograr el comunismo, motivó que la clase dominante opte, con el fin de mantener una situación privilegiada, de pasar de ser una burguesía de Estado a una burguesía privada. Para acaparar los excedentes, ya no continuaría utilizando la planificación central burocrática sino el mercado. Muestra de este cambio de una burguesía de Estado a una privada es que las principales empresas o entidades en los nuevos Estados neoliberales que emergieron de los Estados socialistas, se encuentran dirigidas por los mismos jerarcas del antiguo régimen.
De todo lo señalado, se puede apreciar que dentro del capitalismo privado y estatal, el mercado y el Estado forman parte de una misma problemática, en tanto constituyen una unidad dialéctica donde los conflictos los trata de resolver la clase dominante vigente, ya sea privilegiando el Estado o el mercado.
En los procesos de cambio que se vienen dando en la actualidad, tanto en los países capitalistas como en las formaciones sociales que todavía se consideran socialistas, pareciera que no se ha tomado en cuenta la naturaleza estructural y lógica de reproducción del Estado y, debido a ello, no se intenta superar sus problemáticas y/o avanzar en sus cambios alejándose de las fórmulas ya fracasadas de un mayor o menor Estado, o de un mayor o menor mercado. En los procesos de transformación, no se ha dilucidado a fondo la posibilidad de revolucionar completamente la concepción del Estado y dentro de esta perspectiva, crear formas de organización política y económica que partan de la base tomando en cuenta que la verdadera emancipación “se alcanza cuando el hombre haya reconocido y organizado sus propias fuerzas como fuerzas socales y ya no separe el poder social de sí en la forma de poder político” (Marx. La cuestión judía)