No es otro cambio, sino una transformación  que desconocemosfamiliia

Por José Carlos García Fajardo*

Una de las tareas más difíciles de entender para los padres es que no tienen que suplantar las responsabilidades de sus hijos, que las tienen que asumir ellos y equivocarse porque de lo contrario no les dejan crecer ni madurar. Deben observar el problema desde un punto de vista racional y ser firmes, sin rebajar las muestras de cariño. Junto a ello, se trabajan las habilidades de comunicación, los valores, el respeto, la comprensión.

 

Sólo las experiencias compartidas dan lugar a generaciones; no hay juventud, hay jóvenes. La socialización significa la inserción y felicidad de los jóvenes dentro de la sociedad. La felicidad personal en un ambiente social es la capacidad de ser uno mismo, de poder querer lo que uno hace para así poder hacer lo que uno quiere.

Asistimos a una mutación histórica: revolución tecnológica, globalización, y auge de la conciencia ecológica y movimientos alternativos como respuesta de futuro.

Después del ‘68, familias e instituciones se preguntaron: ¿en qué hemos fallado? Hoy se preguntan: ¿en qué estamos fallando? La vida en la ciudad dio lugar a las civilizaciones, y el civismo fue signo de calidad y de excelencia. Los bárbaros no eran ignorantes ni salvajes, sino que no hablaban griego. Lo peor era que no se regían por la idea de orden, por la belleza, la unidad, la bondad y la búsqueda de la verdad.

La educación no era para ellos una disciplina reglada sino la inserción en la comunidad en marcha, y la mayoría de edad se alcanzaba cuando se podían empuñar las armas. La iniciación venía sancionada por la superación de la soledad, del terror y del miedo.

Así se alcanzaron las cumbres de las civilizaciones clásicas, griega y romana, del intercambio de saberes con Oriente por medio de Egipto y, después del Cristianismo, con la aportación de los árabes y del Islam. La invasión bárbara supuso una inyección de sangres nuevas capaces de ser transformadas por las filosofías, ciencias y técnicas de la antigüedad que los monjes conservaban en sus monasterios junto a una moral fundamentalista. El Renacimiento condujo a una explosión de la Razón y de los saberes enciclopédicos. Al héroe y al santo les sucedieron el político y el sabio. A la ideología impuesta sucedieron la Razón y las ciencias y las nuevas tecnologías que llevaron a revoluciones en lo sociopolítico y económico.

Emergió la sociedad, y los pueblos reconocieron sus señas de identidad hasta el paroxismo de las nacionalidades y de las patrias con enseñas y símbolos inventados. Movidos por el sofisma beneficio identificado con el valor y aún de las bendiciones de esos dioses silenciados, olvidaron la sabiduría ciceroniana de que “mi patria es donde puedo vivir bien”.

Se llegó a la educación general promovida por el servicio militar y sus reclutamientos aún en las montañas, se codificaron las leyes y se dijo que cada soldado de Napoleón llevaba en su mochila un bastón de mariscal y un código civil. Aunque en verdad llevaron las ansias de conquista y de rapiña propias de la bestia enloquecida por el poder en detrimento de la auctoritas, la que produce admiración e infunde respeto.

Pero las gentes de Europa y sus colonias, en su ceguera eurocentrista, alumbraban un  mundo nuevo. Revolución industrial, social, política, sindical, económica, científica y finalmente la revolución de las comunicaciones que nos descubre próximos, parientes y solidarios más que combatientes. Las masacres del siglo XX condujeron a la explotación, al hambre, la ignominia, la desesperación de los seres humanos y la destrucción del medioambiente.

Pero en nuestros corazones y mentes alumbra la intuición de una sociedad nueva, cósmica e interdependiente. Con un desarrollo endógeno, sostenible, equilibrado y global. De ahí que nuestros gobernantes, intelectuales, y comunicadores deban abrirse a este inmenso desafío. No es hora de buscar culpables del estado de la educación en la escuela, en las universidades y en los centro de formación profesional. Al orden y a la disciplina que imponían para obtener la sumisión ante la cosmovisión imperante, sucedieron el prohibido prohibir, hacer el amor no la guerra, y el todo vale. Ya hemos visto sus resultados.

Es necesario promover cambios de actitud y de las reglas del juego, y respetarse mutuamente. Debe quedar claro quién ejerce la autoridad y generar una convivencia adecuada. Los padres tienen que ser exigentes sin ser autoritarios, comunicativos, capaces de ponerse en lugar del otro, compartir actividades y no disimular las propias flaquezas. Si un adulto cae, se levanta pero no echa la culpa al suelo.

*Profesor Emérito de la UCM, director del CCS

Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.