Perú. Promesas incumplidas
Por Gustavo Espinoza M. (*)
Hace doce meses Keiko y Kenyi Fujimori prometieron a su padre —el caco Alberto Fujimori— que el 2011 sería el año de su recuperación definitiva: ellos llegarían al Poder luego de ganar las elecciones y él mismo saldría de las instalaciones de la DIROES para retornar a Tokio, el lugar de su entorno más querido. Estas promesas, no han sido cumplidas.
Más que un indulto, sería un insulto a la ciudadanía el que se dictara una disposición mediante la cual el más calificado reo en cárcel de la Mafia depuesta —Alberto Fujimori Fujimori—, recuperara la libertad restringida a la que se encuentra forzado, y pudiera abandonar incluso el país burlándose aviesamente de la ley y de los peruanos.
Bien mirada la cosa, Fujimori no podría dejar la cárcel porque nunca estuvo en ella. No podría salir tras las rejas, porque gozó siempre de un régimen de excepción que le permitió desplazarse sin límite alguno por una amplia y cómoda zona del Centro Recreacional de la Policía Nacional ubicado en el ex fundo Barbadillo.
Ni un solo día ha pasado encarcelado “el chinito de la yuca” como se le decía hace algún tiempo, pese a estar condenado a 25 años de prisión por la comisión de delitos de lesa humanidad que incluyen ejecuciones extrajudiciales, la institucionalización de la tortura, el establecimiento de centros clandestinos de reclusión, la desaparición forzada de personas y la detención ilegal de miles de peruanos; a más, por cierto, de la instauración de “tribunales especiales”, jueces si rostro, sentencias anónimas y otros tantos desaguisados que convirtieron a su régimen en el mayor violador de los derechos humanos en toda la historia del Perú. Y eso, sin considerar para nada los enormes latrocinios de otro orden, referidos al saqueo de la hacienda pública, el remate de los bienes y recursos nacionales y el reparto de fabulosas prebendas en provecho de los suyos.
Como se recuerda, en noviembre del año 2000 Fujimori abandonó el Poder de la noche a la mañana y se fue a Tokio cargando baúles y maletas en abundancia. En 21 años, nadie le ha preguntado qué llevó en ellas cuando salió huyendo del país. Y nadie tampoco ha desarrollado una investigación seria en torno al tema. Los procesos judiciales seguidos para esclarecer los delitos cometidos bajo su administración, han eludido un emplazamiento formal al ex mandatario para que revele el contenido de las 55 maletas que se llevó, para que muestre los videos que puso a buen recaudo o para que devuelva todo aquello que puso afuera sin que le perteneciera.
En Tokio, Fujimori vivió varios años como una suerte de “protegido” Algo así como un bushi retirado, poseedor de privilegios y libertades, una suerte de caballero jubilado y sin compromiso alguno. Incluso contrajo matrimonio luego de repudiar a la madre de sus hijos, la misma a la que hizo torturar salvajemente cuando era, en el Perú “Primera Dama”. En el extremo, postuló su candidatura al Senado Nipón con la vana esperanza de lograr allí una canonjía política que le permitiría lo más parecido a una impunidad perpetua.
Cuando todos sus cálculos fallaron, optó por volver al Perú haciendo ostentación de influencia y riqueza, pero también de mal cálculo. Ese último fue el que lo hizo aterrizar en Santiago de Chile y luego ser entregado a la justicia peruana para su juzgamiento. El proceso derivó en una sentencia que está dando lugar a lo que comúnmente se llama “el cumplimiento cínico de la ley”. En otras palabras, la decisión de encarcelar al acusado para que pague sus crímenes, se acata; pero no se cumple.
Como es de dominio público en las elecciones nacionales del 2011, su hija Keiko postuló a la Primera Magistratura. Lanzada por la Mafia cobijada a la sombra del Poder del antiguo régimen, encontró benévola acogida en los grandes medios de comunicación que la presentaron como una suerte de “restauradora del buen gobierno”, luego de las gestiones desafortunadas de Alejandro Toledo y Alan García. Alentada por esa bienvenida Keiko asumió el compromiso de ganar las elecciones y liberar a su padre. Y la familia entera creyó que eso, era posible.
La derrota de la mafia en las elecciones de abril, confirmada poco después en junio, cambió el escenario. A partir de allí los Fujimori vieron que la suerte se les iba de las manos, y eso generó en Alberto una “aguda depresión”, unida a una dolencia a la lengua que algunos tipificaron como cáncer. Eso descompensó su salud que hoy es presentada dramáticamente como si fuera el fin de los días de un decrépito anciano.
En realidad, lo que se quiere es que Keiko y Kenyi cumplan, por lo menos en parte, su promesa. El país ha sido testigo de todo lo que ha hecho la Mafia y la reacción para arrancarle al Presidente Ollanta Humala un “indulto humanitario”. Para el efecto, se ha inventando una leyenda basada en precarias columnas: el “quebrantado estado de la salud” de Fujimori, un “cáncer a la lengua”.
El primero de estos males —la depresión— carece de sustento. Como acaba de acreditarse, el ex mandatario recibió 290 visitas en los últimos cuatro meses, y algunas de ellas se prolongaron varias horas. Un encuentro con el íntegro de la bancada parlamentaria fujimorista integrada por 37 personas —en agosto— fue festiva, y se prolongó por siete horas. Pero la depresión, sólo podría explicarse por la derrota electoral de su hija, hecho del cual sólo es culpable la febril imaginación de sus incondicionales.
El segundo argumento de salud, alude al cáncer lingual. Más allá de lo que asegura la gente —“el cáncer a la lengua le dio por mentir tanto”—, lo real es que el Instituto de Enfermedades Neoplásicas, dirigido por un prominente médico aprista, no ha podido acreditar el carácter maligno de la dolencia que afecta a Fuimori ni sustentar la idea que ella tenga incidencia decisiva en su vida a corto plazo. Todos los diagnósticos médicos empeñados en un inicio en mostrar esto, se han derrumbado pronto y los especialistas han debido admitir que el mal que lo aqueja, no pone en riesgo su vida.
Es claro —y lo dijo recientemente un Prelado de la Iglesia inimputable de intenciones subalternas— que entre los casi 45 mil reos en cárcel que habitan hoy los centros penitenciarios en el Perú, hay muchísimas personas más deprimidas y con mayores dolencias que Fujimori, aunque por cierto con mucho menos influencia en las altas esferas del Poder. ¿Por qué, entonces, tendría que otorgarse un indulto que bien podría tener las características de un verdadero insulto para millones de peruanos?.
Una ofensiva en todos los planos se ha desarrollado para arrancar el cacareado “indulto presidencial”. Las primeras planas de varios diarios —“Perú 21”, “La Razón”, “Correo” o incluso El Comercio— pero además “comentaristas” y “críticos” de la televisión como Jaime de Althaus, Cecilia Valenzuela, Rosa María Palacios o Aldo Mariátegui —entre otros— han llenado sus columnas con sesudas reflexiones en torno a la necesidad de un “indulto humanitario”, como si el reo estuviese ante una pronta extinción. Incluso el ex Presidente García se ha sumado “adolorido” y “acongojado” a este “pedido”, aunque no ha explicado por qué no le concedió él la gracia que le exige a Humala Tasso.
En este punto, la explicación brilla con luz propia: García no firmó el indulto porque sabe que eso lo “quemaba” políticamente. Por eso mismo, precisamente, ahora quiere que Humala lo firme el indulto. Vivo el “gordo vago”, como le dijeran desde que se subió al Morro Solar disfrazado de Cristo.
Pareciera, finalmente, que ni Keiko ni Kenyi Fujimori podrán cumplir sus promesas. Y ahora que muchos hablan de “las promesas incumplidas”, bien vale la pena hablar de estas.
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / http://nuestrabandera.lamula.pe