Los norteamericanos si tienen motivos para rebelarse

Cuando Mohamed Bouazizi terminó de verterse gasolina en la calle la mañana del 17 de diciembre de 2010 ante la oficina del gobernador en la ciudad tunecina de Sidi Bouzid (“¿Cómo pretendes que me gane la vida?"), prendió la llama de una revolución que se propagó con celeridad por el país y otros vecinos. Túnez primero, Egipto, Libia y varios otros después, empezaron a sublevarse durante los meses siguientes contra la corrupción política y el autoritarismo, con la misma rabia que sintió el joven Bouazizi cuando la policía le confiscó los productos que vendía en su carro, y con los que mantenía a una familia de ocho, según indicaron los medios.

 

El vigor y éxito, al menos inicial, de esta primavera árabe, que ha arrastrado consigo a varios dictadores, ha abierto el camino a una posible democracia y ha inspirado a otros países a tratar de vencer sus propios males endémicos: los españoles se rebelaron a mediados de este año, indignados por la ineficacia del gobierno frente a la precariedad económica y laboral; los griegos se manifestaron contra las medidas de austeridad implementadas para reducir la deuda; los rusos salieron a la calle por los resultados de unas elecciones poco fiables. Y en Estados Unidos, los ocupantes de Zuccotti Park se pusieron camisetas con el lema "Somos el 99%", se sellaron los labios con billetes de dólar y, entre el clamor de los tambores, alzaron pancartas que denunciaban la avaricia corporativa y la creciente desigualdad.

Estos levantamientos han contado con el apoyo de una parte de la población, entre ellos figuras de la cultura y el arte, y han merecido un amplio reconocimiento internacional. Aunque también han sido criticados. Centrándonos específicamente en el movimiento estadounidense, algunos dicen que sus integrantes no tienen un programa definido y otros señalan que el 1% más acaudalado paga ya el mayor porcentaje de impuestos salariales. Otras críticas son más punzantes: el candidato republicano más popular para la presidencia de 2012 aconsejó a los manifestantes "buscar un trabajo después de darse una ducha". Otro de los aspirantes a ese puesto, un tanto conocido por sus vaivenes ideológicos, primero dijo que estaban equivocados y luego dijo que tenían razón. Un tercero del mismo partido tildó el movimiento de holgazán y anticapitalista ("Si no tenéis empleo y no sois ricos es vuestra culpa"). Aunque poco tiempo después se puso unas gafas de sol y se dirigió al público para cancelar su campaña electoral, tras alegatos de acoso sexual y romances extramatrimoniales. Así que los franceses ya no serían los únicos que verían apartarse de escena este año al que podría haber sido su futuro presidente.

Tengan razón unos u otros, lo cierto es que el 2011 en Estados Unidos ha sido un año en el que Irene no ha sido la única tormenta que ha vivido el país. La “supercomisión” convocada por el Congreso para la reducción del déficit no llegó a un acuerdo; el desempleo se ha mantenido tercamente en el 9,1% (si bien se ha deslizado al 8.6% en las últimas semanas, no se sabe bien si por creación de empleo estable, estacional o por desesperanza); el porcentaje de embargos ha alcanzado al 6% y los nuevos programas de refinanciación del gobierno no parecen contar con toda la cooperación de los bancos; una quinta parte de los propietarios debe más de lo que su inmueble cuesta y abandonar el pago es estigmatizado (mientras tanto, una compañía aérea americana con liquidez declara bancarrota, en un movimiento económicamente bien visto por los expertos). Y para los recién licenciados que aún no están pagando hipoteca, la media del préstamo estudiantil ha ascendido este año a 25.000 dólares. Esta podría ser la siguiente burbuja especulativa, si para adquirir un diploma se contrae una deuda desproporcionada en relación con los beneficios que al final genera (no sólo porque la educación no garantiza ya un puesto remunerado sino por la posición mediocre de EUA en resultados académicos entre los países industrializados).

Estas cuestiones se han debatido ampliamente este año durante la campaña electoral estadounidense, que ha tenido absorbida a los medios de comunicación. Estas y otras, igualmente relevantes: como la inmigración (el candidato de las gafas de sol propuso jocosamente levantar una valla electrificada en la frontera con México) y el seguro médico (el 15% de los estadounidenses carece de él).

Parece que los norteamericanos sí tienen algún motivo para sublevarse.

Pero así como varias revueltas han explotado en 2011 en este país y en otros lugares del mundo, afortunadamente otra, más agresiva y de origen muy distinto, termina. EUA cierra 2011 con la buena noticia del final de la guerra de Iraq y el regreso de las tropas a casa, tras casi nueve años. La noticia se ha acogido con entusiasmo, pero el análisis del resultado deja un poso de pesadumbre y duda: han muerto alrededor de 4.500 norteamericanos y 100.000 iraquíes, ha costado 800 billones de dólares, la seguridad nacional no parece garantizada y el futuro de Iraq queda por definir.

El fin de este conflicto bélico se da pocos meses después de la captura y muerte del que se consideraba líder de Al Qaeda detrás de los ataques del 11S en Nueva York, Washington y Pensilvania y del décimo aniversario de estos atentados. El año que se avecina dará paso a nuevos retos sobre seguridad nacional y relaciones internacionales.

En el vacío que dejaron las torres gemelas en Nueva York hay dos estanques reflectantes en cuyos bordes se puede leer el nombre de las víctimas. Cada día, cientos de ciudadanos y visitantes de otros lugares se agolpan alrededor, envueltos por el sonido deslizante del agua.

Fuente:http://www.lavanguardia.com/