Contra la crisis, solidaridad comunitaria
Anita Patil (*)
Mientras los manifestantes claman contra Wall Street, la avaricia empresarial y un sistema que, según ellos, está en contra del ciudadano, algunos están probando otra táctica. En lugar de manifestarse o enfrentarse a la policía, tratan de crear alternativas para recuperar la economía.
Al recurrir a la propiedad comunitaria y a la financiación a través de la tercerización masiva, están sacudiendo el sistema de arriba abajo.
“Me saca de quicio que la gente critique el funcionamiento de nuestro sistema pero no intente hacer nada al respecto”, declaraba el abogado Ed Pitts, de Syracuse, Nueva York, a The New York Times. Pitts invirtió en una tienda regentada por la comunidad en Saranac Lake cuando los grandes almacenes de la ciudad cerraron en 2002 y pocos minoristas mostraron interés en ocupar su lugar. “Este es un capitalismo más auténtico”, asegura.
Cientos de personas pusieron dinero para abrir Saranac Lake Community Store cuando los residentes se vieron obligados a recorrer 80 kilómetros para comprar ropa interior o sábanas. Las acciones de la tienda, con un precio de 100 dólares cada una, se vendieron a los ciudadanos como una manera de “tomar las riendas” de su futuro y ayudar a la comunidad. Después de casi cinco años, los organizadores alcanzaron su objetivo de 500.000 dólares y la tienda se inauguró en octubre.
¿Han perdido la fe en el mercado laboral? Pili Roseadale, de 43 años, fundó Coffee and Power, una web internacional de intercambio de trabajo en la que la gente ofrece cualquier tipo de tarea, desde coser o hacer la compra hasta la creación de programas informáticos.
La empresa cuenta con una divisa virtual para comprar, vender o contratar tareas como regalos. Los servicios de traducción se venden a 10 dólares por encargo y un mensajero en bicicleta, por 15.
Puede que otras empresas requieran un poco más de dinero y contactos, pero prosperan con un éxito a la antigua usanza al ser pequeñas y ofrecer un servicio personalizado. Cuando las librerías de Nashville cerraron por la presión de las ventas en Internet y los libros digitales, los aficionados a la lectura de la ciudad cayeron presa del pánico. Pero Ann Patchett, escritora de bestsellers, puso en marcha un plan. Tras medio año de planes y de poner dinero de su bolsillo, el mes pasado abrió Parnassus Books, una librería independiente.
Conseguir financiación es más complicado para quienes se ven rechazados por los bancos en tiempos difíciles. Pero ello, los empresarios están recurriendo a páginas de financiación comunitaria como Kiva.org y Kickstarter, que solicitan donaciones.
Dario Antinioni, que dirige una asesoría de diseño en Los Ángeles, recaudó más de 36.000 dólares en Kickstarter para financiar un asiento de madera curvada que él mismo diseñó.
Explica que, en el proceso, recibió opiniones de “un público internacional” sin tener que realizar un costoso estudio de mercado.
Scout Kester y David Lefkowitz pidieron 500 dólares a 2.000 desconocidos en Internet para poder inaugurar Ileven, un bar y restaurante de Nueva York.
Según The Times, los donantes son designados “ocupantes” de por vida, y tienen prioridad en reservas y descuentos. “Dijimos: ‘Vamos a crear algo que pertenezca o sea compartido por los cielotes’”, decía Kester. “Confiamos en ellos, y al final recoges lo que siembras”.
(*) Periodista
Centro de Colaboraciones Solidarias