Por Gustavo Espinoza M. (*)
La fotografía nos muestra una pequeña punta de hielo y nos esconde el hecho de que debajo de ella —y sin que se perciba a simple vista— está ubicada una inmensa mole que es capaz de destruir a quien la impacte. Se dice que el hundimiento del Titanic, en 1912, se debió precisamente a un Iceberg que fue subestimado por los conductores de la gigantesca nave, quienes pensaron que podrían fácilmente superarlo.
Pues bien, en política, determinados acontecimientos asoman como hechos aislados, casi irrelevantes, pero esconden una carga inmensa que de pronto sale a flote y es capaz de derribar una construcción aparentemente imbatible. Si analizamos los recientes acontecimientos del Mercado Mayorista de La Parada, ocurridos entre el 25 y el 27 de octubre, podemos percibir que ellos constituyen apenas el Iceberg, es decir, la punta de un fenómeno altamente explosivo que amenaza gravemente a la sociedad peruana.
Los hechos que dejaron finalmente el saldo de 4 muertos, más de un centenar de heridos e inmensas pérdidas materiales y económicas, unidas a escenas de horror lacerantes en el Mercado de Abastos y en el corazón comercial de nuestra capital, han sido percibidos en unos casos como un hecho delictivo, y en otros como un acontecimiento político. Pero pocos han querido verlo como realmente lo es: un fenómeno social que revela el drama de la sociedad peruana en toda su magnitud por cuanto lo representa en sus más diversos planos: la economía, la política, la descomposición social y la presencia de poderosas mafias que deciden la vida de la gente.
¿En la Parada se amasan fabulosas fortunas muchas veces mal habidas? Claro que sí. Pero ellas conviven con la pobreza extrema, aquella que en su momento percibiera Emile Zolá cuando nos habló de “El vientre de París” al describirnos Les Halles, esa gigantesca mole de cristal construida en la capital francesa en los años del II Imperio, entre 1854 y 1870.
¿Hay delincuencia y crimen organizados en esos extramuros de la ciudad? Si. Pero también hay trabajo esforzado, heroico y sacrificado de miles de personas que carecen de oficio pero que tienen familias que mantener y por las que están dispuestas a entregar la vida si fuera necesario. Se trata, muchas veces, de pobladores que habitan en las zonas marginales de la ciudad porque nunca pudieron ingresar a ella sino apenas como visitantes indeseados e inoportunos, por su triple condición de provincianos, migrantes y pobres.
¿Hay en caldo de cultivo para las más duras confrontaciones sociales, allí? Ciertamente. Pero también hay condiciones para el despegue de una economía popular basada en el trabajo y en la cooperación solidaria de millones. Y esa es una experiencia recogida por nuestra propia historia, alimentada por constantes muestras de trabajo colectivo en las más diversas esferas de la actividad humana.
Hay, sobre todo en nuestro tiempo, analistas políticos —incluso progresistas— que prefieren ignorar la lucha de clases. Que aseguran, incluso, que ya las clases no existen; que aludir a ellas es hablar de un pasado vencido. Optan, entonces, por buscar explicaciones de orden sociológico, o incluso histórico, para ocultar un fenómeno que, sin embargo, nos golpea cada día. Lo ocurrido recientemente en el Mercado Mayorista de Lima nos muestra la lucha de clases en vivo y en directo, en todvo su esplendor.
Un segmento de la vida nacional que alcanzó preeminencia y poder en el pasado y que ahora se obstina en retener en sus manos los resortes que hicieron posible ese milagro resiste la fuerza del progreso y la imperiosa necesidad de democratizar el comercio para que beneficie no sólo a pequeñas camarillas, sino a todos. Ocurre, sin embargo, que ellos —que se perjudican grandemente con los cambios de regulación que se plantean— no sufren los efectos de la represión puesta en marcha por la estructura del Estado porque ellos no viven en La Parada, ni en el cerro El Pino, ni en San Pablo, ni en San Cosme.
Ellos viven en lujosas residencias situadas muy lejos de la periferia del accionar policial. Por eso, tampoco sus nombres se asocian al de los centenares de detenidos, varios de ellos por cierto delincuentes de poca monta y otros simplemente esforzados trabajadores. En otras palabras, también en esta circunstancia, la cadena se rompe por el eslabón más débil. Son los pobres los que pagan las consecuencias no por ser delincuentes, sino simplemente por ser pobres.
Es en este escenario en el que actúan con destreza las fuerzas políticas empeñadas en perpetuar en el Perú el “modelo” neoliberal, basado precisamente en “la más amplia libertad del comercio y del mercado”. Y es que ésta es justamente la que permite la existencia de expresiones elefantiásicas como La Parada, que surgió en el Perú cuando Lima —al decir de Enrique Congrains Martínez— era el “Monstruo de un millón de cabezas”, y que ahora ha quedado obsoleta, porque el monstruo tiene ya más de nueve millones de cabezas e infinitos —otros— problemas.
Conocedora de esa realidad, la clase dominante busca usar sus elementos para impedir el desarrollo y el progreso del país. Busca mantener y perpetuar la dependencia que nos ata al Gran Capital y bloquear a cualquier precio la menor posibilidad de desarrollo independiente de nuestra economía y de la vida de los peruanos. Reacciona, por eso, violentamente ante las nuevas expresiones de la política nacional que surgieron en los dos últimos años.
En octubre de 2010, recordemos, la derecha perdió el control del Municipio de Lima, que fue ganado por Susana Villarán bajo una bandera que la gente identificó con el mensaje socialista. En los hechos se ha demostrado que a la reacción no le importa realmente si ese mensaje es socialista o no. Tampoco le interesa que haga o no haga obra. Lo único que le importa es saber que esa fuerza se impuso sobre ella en un reducto clave de la vida nacional, y que generó así una situación que no puede permitirse.
Algo similar ocurrió poco más tarde. En junio de 2011, las elecciones presidenciales registraron la derrota de la Mafia y de sus expresiones políticas más ligadas a ella: el fujimorismo y el APRA. Independientemente del accionar el gobierno de Humala en el periodo postelectoral, lo que verdaderamente interesa a la fuerza de la reacción es revertir ese hecho, y demostrar al pueblo que un derrotero así es imposible. Buscará de ese modo confirmar la idea de que oponerse a sus designios de clase dominante es utópico, pero además iluso, inviable e inútil. Nadie podrá conseguir algo si se enfrenta a ellos, que son los dueños del país. Eso explica su ofensiva de hoy. No es que tengan “agarrado” a Humala y estén seguros entonces de que será un muñeco a su servicio. Ni siquiera que se sientan “protegidos” por la supervivencia de una política económica administrada por el titular del MEF, el ministro Castilla. Eso nunca será suficiente. De lo que se trata es de demostrar que a ellos nadie los derrota y que, parodiando el verso de Gonzalo Rose, aquí no cabe otra cosa que degollar al cazurro que intente transformar al Perú.
Por eso la ofensiva creciente por desestabilizar el país, por generar un clima artificial de violencia y caos, por crear condiciones crecientes para el descontento ciudadano; su empeño en subrayar las debilidades del gobierno, las precariedades de su gestión, las inconsecuencias de sus conductores a los que, adicionalmente, busca desacreditar a cualquier precio. Ahora mismo, con la burda complicidad de los grandes medios de comunicación, buscan promover un supuesto “Paro Policial” para mediados de la próxima semana, con la idea de reeditar —ampliado a toda la capital— el desgobierno del Mercado Mayorista.
Todo lo tiene coordinado. El Canal 2 entrevista a Marcos Ibazeta, connotado fujimorista del pasado que pontifica en torno a los errores policiales en La Parada. Inmediatamente después recoge la ”denuncia” de un “efectivo policial en actividad, integrante de las Fuerzas Especiales” que anuncia un Paro Policial contra los mandos de la institución dentro de 72 horas. Y cierra el tema recogiendo la entrevista a un general retirado de la Policía que confirma la legitimidad” del descontento policial. ¿Se necesita más que eso para asegurar que “desde afuera” se alienta la violencia y el caos?
Y es esa la ofensiva desplegada contra Susana Villarán ahora. Si, hipotéticamente, funcionara la idea y la consulta revocación les diera resultado en marzo, en junio estarían exigiendo la revocación de Ollanta Humala argumentado su incapacidad para “poner orden” en el país y garantizar la “seguridad ciudadana”. La derecha no da puntada sin nudo. Por ahora, revocar a Susana, demoler a Diez Canseco y echar a Roncagliolo son las tres puntas del tridente satánico que enarbola la Mafia.
El tema de la “revocación” tiene valor simbólico. Colocarse al lado de ella es sumarse a la Mafia y a la reacción en todos sus matices. Y bloquear el intento de demoler a la autoridad municipal capitalina, es, por el contrario, sumarse a la fuerza del pueblo que tiene no sólo el deber, sino también la obligación de ganar una vez más una batalla.
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / http://nuestrabandera.lamula.pe
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