Daniel Urresti 6Por Tankar Rau-Rau Amaru

Pareciera que nos están gobernando unos criminales. Primero se habló del “Capitán Carlos” y del asesinato de varias personas en Madre Mía; ahora se habla del “Capitán Arturo” y del asesinato de un hombre de prensa. En 1991, cuando llegué al diario Ultima Hora, de Lima como periodista, se hablaba mucho de la muerte del periodista ayacuchano Hugo Bustíos, ocurrida unos años antes. El caso quedó no del todo esclarecido. En ese entonces el ahora general (r) Daniel Urresti era un agente de inteligencia (S-2) que trabajaba en Huanta. Los S-2 tenían por misión “detectar a los sospechosos, incorporarlos al cuartel para interrogarlos y después desaparecerlos”, según Carlos Tapia, exintegrante de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR).

Daniel Urresti fue, hasta hace poco, alto comisionado para la Interdicción y Formalización de la Minería de la PCM, y como tal, en vez de formalizar a los mineros artesanales, se dedicó a asesinar peruanos y a bombardear maquinarias que, si en verdad se encuentran al margen de la ley, pueden muy bien servir al Estado como activos que son. En todo el tiempo que estuvo en ese cargo solo hablaba de “bombardear”, “destruir”, “perseguir”, nunca de formalizar.

Una guerra absurda

La guerra interna que comenzó en los ochentas fue, sencillamente, absurda. Todo acto político es producto de la bondad y la solidaridad con los otros, pero esa guerra, cuyas consecuencias todavía arrastramos, nació del odio y se respondió con odio. De uno y otro bando pretendieron cazar moscas a palos cuando es elemental para un combatiente saber que en una guerra político-militar es más fácil cazar moscas con miel, traducido al lenguaje del civil como seducción o convencimiento. El problema estaba en la conducción de la guerra, en ambos bandos, desde las más altas esferas del poder hasta el último hombre. ¿Qué sucede si tomamos la cabeza vacía de un joven, guerrillero o soldado, la llenamos con algo de dependiendo de nuestros objetivos ideas destructivas o con aserrín? El producto final será letal, una buena máquina de matar o destruir, como lo es Urresti.

Si, como dijo Carpentier, llevar una cabeza sobre los hombros es una responsabilidad, y responsabilidad es la capacidad en todo sujeto para aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente, ¿qué motivó a los actores políticos de esos años a dejar en manos de máquinas de matar, como Urresti, la conducción de la revolución y la contrarrevolución? O, peor aún, ¿por qué se dejó tomar decisiones a personas sin ninguna preparación? Un cuerpo sin cabeza no lleva ojos ni sabe por dónde va. Un hombre sin cabeza es, por consiguiente, alguien que dará palos de ciego en todas las direcciones. Entonces, ¿qué sentido tiene confiar un arma de fuego, incluso el gobierno, a un costal de carne sin cabeza? Ponerle uniforme a un armatoste de solo músculos y extremidades es abrirle el camino a la barbarie.

Todo militar peruano tiene el deber de defender al Perú y a los peruanos de la agresión externa. Pero ¿qué sucede cuando un militar mata a sus compatriotas? Es simplemente crimen desde el punto de vista de las leyes pero es traición si lo analizamos desde la idea de Patria. Por tanto, si se prueba la muerte del periodista Hugo Bustío a manos de Daniel Urresti, este deberá pasar muchos años en la cárcel por asesinato pero merece el paredón por traición a la Patria.

 

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