Respuesta a César Hildebrandt
Por Gustavo Espinoza M. (*)
Como en los viejos tiempos del anticomunismo más cáustico y agresivo, César Hildebrandt usó ayer las páginas del diario "La Primera" para descargar sus viscerales odios contra los comunistas.
Como en los viejos tiempos del anticomunismo más cáustico y agresivo, César Hildebrandt usó ayer las páginas del diario "La Primera" para descargar sus viscerales odios contra los comunistas.
El pretexto, como ocurrió ya antes, fue el "rechazo" al estalinismo como forma de expresión política, pero él se extendió a todo lo demás: a la Unión Soviética, al socialismo, los Partidos Comunistas, Fidel Castro, la Revolución Cubana y el cincuenta aniversario de su victoria sobre el reducto batistiano. Y también, por cierto, a la capacidad de su pueblo heroico, y de su gobierno, de mantener invictas las banderas del internacionalismo en todos estos años de fragorosa confrontación. Hildebrandt no perdonó nada porque él es —siempre lo fue— el juez de todos, el implacable autor de sentencias inapelables, ante cuya verdad se tienen que doblegar tirios y troyanos porque de su pluma —él lo cree— brota solo la verdad absoluta. Y es, además, el zahorí capaz de descubrir no sólo lo que sucederá, sino incluso lo que nunca sucedió en el mundo
Qué lejos está César Hildebrandt de conocer la lucha de los pueblos, el sacrificio de los combatientes revolucionarios, las penurias de un accionar social encrespado por la persecución, la tortura o la cárcel, la heroicidad de un proceso en el que se exalta la fuerza de las ideas y el valor de los hombres. Su vida de periodista de escritorio y su oficio de constructor de frases ingeniosas le permitió ubicarse en la tribuna del crítico porque cuando descendió a tierra y tomó la pluma como sable en ristre para enfrentar dictaduras, tuvo poca suerte y se vio precisado a recurrir a publicaciones de otros países en busca de refugio.
No César. Los comunistas no somos ni lo que tú supones, ni lo que tú denigras. Figuras descollantes como Henri Barbusse, Antonio Gramsci, Federico Goliot-Curie, Pablo Neruda o Nazim Hikmet; mujeres de la talla de Dolores Ibarruri, Julieta Campusano o Zoia Kosmodemianski; periodistas como Julius Fucik o Rodrigo Rojas, o soldados como Luis Carlos Prestes; no fueron nunca "ratas de alcantarilla". Y lo sabes bien, porque tuviste la suerte de ser un hombre culto que lamentablemente se suele dejar arrebatar algunas veces por el odio enfermizo de los desesperados.
En nuestro país, debieras recordarlo, José Carlos Mariátegui o César Vallejo —comunistas ambos— ni Emiliano Huamantica, Isidoro Gamarra, Pedro Huilca, Sergio Caller o Jorge del Prado; ni muchos otros que tú conoces —y dices respetar— tuvieron jamás el comportamiento y la actitud que tu adjudicas de modo temerario e irresponsable a personas que sostuvieron simplemente puntos de vista distintos al tuyo.
El proceso revolucionario mundial —debes reconocerlo— es, y ha sido, harto complejo. Y en él han sucedido acontecimientos buenos y malos. Los pueblos, y los hombres, han tenido experiencias diversas. Pero eso no permite a nadie -tampoco a ti- tomar miasma en las manos, y decir que lo que se levanta es escoria. También hubo acero.
Stalin, y el proceso soviético de su tiempo, se explican en el marco de la historia. Y aunque en su época se cometieron crímenes muchos de los cuales fueron, sin embargo, deformados por distorsionadas versiones posteriores; ellos no obnubilan el entendimiento humano. Sin la epopeya de la URSS en los años de la II Guerra Mundial, el mundo habría perecido bajo la barbarie del dominio pardo. Ni siquiera tú habrías sobrevivido a la ignominia.
Y en la lucha por afirmar el ideal socialista, en ésta que los analistas de nuestro tiempo llaman "la primera experiencia del socialismo temprano" se consignaron errores que en su momento no fueron reconocidos como tales por los Partidos Comunistas o por los hombres. Ellos tampoco invalidan la certeza: si la URSS y el Campo Socialista hubiesen caído antes, subsistiría el mundo colonial, la opresión esclavista, las taras que hoy renacen en esta sociedad de desenfreno que se derrumba.
La sociedad perfecta, esa con la que tú sueñas y a partir de la cual nos cuestionas, no existe ni ha existido tampoco. O es un sueño, o una utopia. Pero la Revolución Social, con todas sus grandezas y miserias, es la obra imperfecta de seres de carne y hueso que se sobreponen al dolor y a la tragedia en busca de un porvenir mejor.
Hoy, como sabes, el mundo sufre brutalmente los embates del neoliberalismo y la oprobiosa agresión del Imperio, que llega al salvajismo extremo -como se constata en la Franja de Gaza, por ejemplo- precisamente porque ya no existe la URSS como fuerza de equilibrio, y los dementes estrategas del Pentágono no sienten la resistencia del Campo Socialista, ahora inexistente.
Todo eso, ligado a la suerte de la humanidad entera, pesa más, sin duda, que todas tus diatribas y la carga de tus odios.
Del mismo modo que la simple existencia de Cuba, su heroísmo sin límite, su aporte solidario a la misma sobrevivencia de nuestros pueblos, su ejemplo de dignidad y de coraje; borra de un plumazo toda la ponzoña que podría derivar de la pluma de un escribiente cualquiera.
Debieras, César, tener una conciencia más clara del mundo y de los hechos. Y saber con exactitud quiénes son amigos, y quiénes enemigos de la humanidad en nuestro tiempo.
En lo que se refiere a nosotros, los comunistas, con errores o sin ellos, podrás encontrarnos siempre defendiendo las causas más justas de los pueblos. Aquí, y en todas partes, habrás de comprobarlo. (fin)
(*) CoDirector de Nuestra Bandera. www.nuestra-bandera.com
Qué lejos está César Hildebrandt de conocer la lucha de los pueblos, el sacrificio de los combatientes revolucionarios, las penurias de un accionar social encrespado por la persecución, la tortura o la cárcel, la heroicidad de un proceso en el que se exalta la fuerza de las ideas y el valor de los hombres. Su vida de periodista de escritorio y su oficio de constructor de frases ingeniosas le permitió ubicarse en la tribuna del crítico porque cuando descendió a tierra y tomó la pluma como sable en ristre para enfrentar dictaduras, tuvo poca suerte y se vio precisado a recurrir a publicaciones de otros países en busca de refugio.
No César. Los comunistas no somos ni lo que tú supones, ni lo que tú denigras. Figuras descollantes como Henri Barbusse, Antonio Gramsci, Federico Goliot-Curie, Pablo Neruda o Nazim Hikmet; mujeres de la talla de Dolores Ibarruri, Julieta Campusano o Zoia Kosmodemianski; periodistas como Julius Fucik o Rodrigo Rojas, o soldados como Luis Carlos Prestes; no fueron nunca "ratas de alcantarilla". Y lo sabes bien, porque tuviste la suerte de ser un hombre culto que lamentablemente se suele dejar arrebatar algunas veces por el odio enfermizo de los desesperados.
En nuestro país, debieras recordarlo, José Carlos Mariátegui o César Vallejo —comunistas ambos— ni Emiliano Huamantica, Isidoro Gamarra, Pedro Huilca, Sergio Caller o Jorge del Prado; ni muchos otros que tú conoces —y dices respetar— tuvieron jamás el comportamiento y la actitud que tu adjudicas de modo temerario e irresponsable a personas que sostuvieron simplemente puntos de vista distintos al tuyo.
El proceso revolucionario mundial —debes reconocerlo— es, y ha sido, harto complejo. Y en él han sucedido acontecimientos buenos y malos. Los pueblos, y los hombres, han tenido experiencias diversas. Pero eso no permite a nadie -tampoco a ti- tomar miasma en las manos, y decir que lo que se levanta es escoria. También hubo acero.
Stalin, y el proceso soviético de su tiempo, se explican en el marco de la historia. Y aunque en su época se cometieron crímenes muchos de los cuales fueron, sin embargo, deformados por distorsionadas versiones posteriores; ellos no obnubilan el entendimiento humano. Sin la epopeya de la URSS en los años de la II Guerra Mundial, el mundo habría perecido bajo la barbarie del dominio pardo. Ni siquiera tú habrías sobrevivido a la ignominia.
Y en la lucha por afirmar el ideal socialista, en ésta que los analistas de nuestro tiempo llaman "la primera experiencia del socialismo temprano" se consignaron errores que en su momento no fueron reconocidos como tales por los Partidos Comunistas o por los hombres. Ellos tampoco invalidan la certeza: si la URSS y el Campo Socialista hubiesen caído antes, subsistiría el mundo colonial, la opresión esclavista, las taras que hoy renacen en esta sociedad de desenfreno que se derrumba.
La sociedad perfecta, esa con la que tú sueñas y a partir de la cual nos cuestionas, no existe ni ha existido tampoco. O es un sueño, o una utopia. Pero la Revolución Social, con todas sus grandezas y miserias, es la obra imperfecta de seres de carne y hueso que se sobreponen al dolor y a la tragedia en busca de un porvenir mejor.
Hoy, como sabes, el mundo sufre brutalmente los embates del neoliberalismo y la oprobiosa agresión del Imperio, que llega al salvajismo extremo -como se constata en la Franja de Gaza, por ejemplo- precisamente porque ya no existe la URSS como fuerza de equilibrio, y los dementes estrategas del Pentágono no sienten la resistencia del Campo Socialista, ahora inexistente.
Todo eso, ligado a la suerte de la humanidad entera, pesa más, sin duda, que todas tus diatribas y la carga de tus odios.
Del mismo modo que la simple existencia de Cuba, su heroísmo sin límite, su aporte solidario a la misma sobrevivencia de nuestros pueblos, su ejemplo de dignidad y de coraje; borra de un plumazo toda la ponzoña que podría derivar de la pluma de un escribiente cualquiera.
Debieras, César, tener una conciencia más clara del mundo y de los hechos. Y saber con exactitud quiénes son amigos, y quiénes enemigos de la humanidad en nuestro tiempo.
En lo que se refiere a nosotros, los comunistas, con errores o sin ellos, podrás encontrarnos siempre defendiendo las causas más justas de los pueblos. Aquí, y en todas partes, habrás de comprobarlo. (fin)
(*) CoDirector de Nuestra Bandera. www.nuestra-bandera.com