Miguel Ángel Rodríguez Mackay
Algunos creen que los debates promovidos por Chile sobre el origen del pisco, o que a la chirimoya la llamen chilimoya, son un asunto fortuito.
La denominación de origen es peruana y hasta la Unión Europea así lo reconoció por la cuestión geográfica ante la evidencia histórica de que Pisco es nombre peruano que data desde los tiempos precolombinos. El asunto es cultural y lo voy a explicar.
Varios chilenos en Lima, comparando la historia del Perú con la mapocha, me han confesado que Chile no la tiene en la trascendencia que hubiera querido. Mientras con el Tahuantinsuyo y las culturas regionales anteriores (Mochica, Chavín, Nasca, Chimú, Tiahuanaco, etc.) fuimos una alta cultura, en Chile habitaron los indomables araucanos y los mapuches, clasificados en el nivel de cultura inferior.
Durante el virreinato, España hizo del Perú el centro de su poder en el Nuevo Mundo, fundando Lima, la Ciudad de los Reyes, en 1535, y la cuatricentenaria Universidad de San Marcos en 1551, con las mismas prerrogativas que la Universidad de Salamanca (1218), la más antigua de la península ibérica. Aquel que osaba alcanzar el añorado status intelectual, debía pasar por el claustro sanmarquino y el Convictorio de San Carlos, y de paso ungirse socialmente jironeando por la Ciudad Jardín. Chile, mientras tanto, fue considerado solamente una Capitanía General.
Cuando advino la República, y con ella la guerra de 1879, la primera instrucción del presidente Pinto a Baquedano, jefe de la incursión chilena en Lima, y la de este al fiero Lynch, no fue asaltar casas de moneda ni recintos comerciales, sino saquear la biblioteca de San Marcos y llevarse para Santiago los más de 50,000 volúmenes de nuestra memoria nacional, muchos de ellos textos incunables.
El complejo continúa: añoran nuestro pisco, nuestro suspiro a la limeña, nuestros valses. Esa es la realidad.
Correo, 28.03.2015