Un verdadero papelón es lo que vienen haciendo las organizaciones de izquierda de cara a las próximas elecciones.
Fredy Salazar
Al inicio se perfilaron dos bloques: el Frente Amplio (Tierra y Libertad, Sembrar) y Únete (Partido Humanista, CxC, Fuerza Social, PCP y Patria Roja). Después hizo su aparición el llamado Bloque Popular (disidentes del Partido Nacionalista) aliado al partido de los Fonavistas. Los voceros de los tres bloques no se cansaron de hablar de “unidad” e hicieron numerosas reuniones mostrando que la estaban construyendo. Todo esto, al final, se reveló como una farsa. En lugar de trabajar por la unidad cada cual en realidad vino cocinando bajo la mesa sus propios intereses y cálculos de grupo, lo que ha terminado en una dispersión total.
La división entre el Frente Amplio y Únete tuvo como razón de fondo la lucha del Valle del Tambo contra el proyecto Tía María, lucha que tuvo el apoyo y participación del primero y la oposición del segundo acusando a aquellos de “antimineros”. Y se agregó otro: el acuerdo de Únete de usar la legalidad del Partido Humanista de Yehude Simon, ex ministro de García y responsable del “baguazo”, para presentarse a las elecciones. Así, aparecieron dos opciones con matices políticos importantes aunque con acuerdos más generales sobre la unidad con los llamados sectores “progresistas” de la burguesía.
A partir de este punto el único que dio pasos coherentes fue el Frente Amplio. En sus elecciones internas, la fulgurante aparición de la congresista Verónika Mendoza promovida desde las bases, se impuso sobre el líder del frente, el cura Arana. Sus dirigentes, luego de una crisis con acusaciones de fraude, aceptaron con hidalguía su derrota. No obstante, hasta hace poco la candidatura de Mendoza no parecía definitiva porque los dirigentes buscaban acuerdos con otros sectores burgueses, hasta que un Congreso del FA realizado estos días ratificó su candidatura.
En Únete ocurrió lo contrario. Yehude Simon se sintió atacado por el FA por el tema del “baguazo”, y pese a que toda la desvergonzada “izquierda” que lo llevaba sobre sus hombros salió a defenderlo, él abandonó Únete, dejándolos sin inscripción electoral. Al día siguiente de este sonado fracaso, Únete corrió detrás de un salvavidas: estableció un nuevo acuerdo con el Bloque Popular y los Fonavistas, constituyendo una nuevo frente al que bautizaron Unidad Democrática (UD), para usar esta vez el registro electoral del Partido Fonavista.
La UD se lanzó con bastante fanfarria. Frente a los 20 mil que fueron a votar en las internas del FA, la UD ofreció movilizar a 100 mil votantes para sus propias internas que convocó para el 29 de noviembre, “con supervisión de la ONPE”. Su objetivo era ensombrecer y arrinconar al FA para forzarlo a la unidad bajo sus candidaturas. A las internas de UD se presentaron seis precandidatos y concurrieron a votar alrededor de 70 mil, una cantidad lejos de sus objetivos pero igualmente considerable. Sin embargo, a la hora del conteo, se produjo una verdadera trifulca: un sector dio por ganador a Gonzalo García y otro proclamó a Andrés Alcántara, en medio de mutuas acusaciones de fraude, falsificación de padrones, etc.; produciendo el estallido del frente.
Al cierre de esta edición en esos linderos se vive un verdadero naufragio, aunque ya algunos sin vergüenza se metieron la lengua al bolsillo e intentan subirse al carro de Verónika Mendoza.
Es bueno que los activistas y luchadores honestos reflexionen sobre esta experiencia una vez más fallida de esta llamada “izquierda”
Nosotros no tenemos ninguna duda que estamos ante el bochornoso espectáculo de un sector de izquierda absolutamente electorero y oportunista. Los que hablan de “unidad” se dividen todo el tiempo con los mismos métodos con los que el PC de Mario Huamán expulsa a nuestro partido, el PST, de la CGTP. Los que pretenden erigirse en la encarnación de la transparencia y la honestidad, se pelean con acusaciones de falsificaciones y fraude. Todo, porque cada cual solo buscan la mejor cuota en las listas al congreso, un interés ajeno y absolutamente de espaldas a las necesidades de la clase trabajadora, aunque de manera burocrática usen para esos fines el nombre de sus organismos, como ocurre con la CGTP, la Federación Textil, entre otros.
En cuanto a Verónica Mendoza, más allá de la simpatía que despierta su figura y discurso es muy claro que su programa a lo máximo que aspira es a reformar el plan neoliberal en el marco de lo que pueda aceptar el empresariado, lo que la distancia de los auténticos intereses y aspiraciones de la clase trabajadora y sobre todo de sus luchas.
Por ello, los trabajadores no tenemos mucha razón para entusiasmarnos con el actual proceso electoral. Y sí más bien tenemos muchos más motivos para dedicar nuestros mejores esfuerzos para unificar las luchas y fortalecer las organizaciones de base, porque ellas son y serán la única garantía para defendernos ante la continuidad de los despidos y los ataques de la patronal, y para recibir de pie al nuevo gobierno patronal que se instalará el próximo 28 de julio.