Por Nicolás Lynch
En artículo publicado en el diario “La República” el día sábado 16 de enero de 2016, Eduardo Dargent hace una reseña del libro de Enrique Fernández Maldonado “La rebelión de los Pulpines”, publicado por Otra Mirada a fines de 2015. En ella Dargent sostiene que el gran mérito del libro de Fernández Maldonado es reconocer, a pesar de su entusiasmo por los jóvenes, que las movilizaciones no tuvieron un corolario político, más allá de poner el tema en agenda y demostrar el potencial político y cultural de la movilización juvenil.
Pone, sin embargo, como ejemplo de lo contrario: el exceso de entusiasmo con cualquier movilización social o lo que llama los costos analíticos de un análisis “en tiempo real”, una afirmación de un artículo mío (LR, 16/12/14) en el que yo habría dicho que las movilizaciones juveniles necesariamente iban a tener consecuencias políticas transformadoras. Nada más falso, ni la cita de mi artículo que transcribe lo sustenta. Hablé en potencial y dije que una de las posibilidades era esa, pero no la única.
Es más, quien me siga en Otra Mirada o en La República, en mis libros y mis conferencias o en mis clases de Sociología Política en San Marcos, sabe perfectamente que repito hasta la saciedad que una cosa es acción colectiva, otra movimiento social y una tercera organización política. Además, que el gran problema del pensamiento y la acción izquierdistas de los últimos años es confundirlos y creer, por ejemplo, que la renovación de la política viene exclusivamente de la existencia y multiplicación de los movimientos sociales. No, una cosa es la sociedad y otra la política, están relacionadas pero no son lo mismo. Si por alguna razón nos entusiasmamos en Otra Mirada con el libro de Fernández Maldonado es por su creatividad y rigor analítico que lo lleva a distinguir estas cuestiones fundamentales.
En el Perú del siglo XXI uno de los enigmas de la hegemonía neoliberal es precisamente ese: ¿cómo los intereses sociales se traducen en propuestas y organización política que cuestionen el estado de cosas existente? Las respuestas no son ya las de la segunda mitad del siglo XX y el tema, a pesar de valiosísimos esfuerzos como el de Fernández Maldonado, dista de tener solución tanto práctica como teórica. Sin embargo, la vitalidad y recurrencia de las acciones colectivas aunque no plasmen todavía movimientos sociales, por no tener la intensidad ni la extensión en el tiempo y en el espacio, nos revelan nuevos caminos y la construcción, ciertamente diferente, de nuevos sujetos políticos.
Pero volvamos a Dargent, ¿por qué repite lo que no existe? Porque así como los que relacionamos nuestro quehacer académico con una militancia política de izquierda tenemos una tensión normativa en el trabajo intelectual por la que buscamos vínculos positivos entre el movimiento social y la política, él parece tener una tensión negativa por la que se esfuerza para entender que todo movimiento social cae en el vacío y se pierde en la noche de los tiempos. En otras palabras, hay quienes, a pesar de las inmensas dificultades que atravesamos en la relación peruana entre la sociedad y la política, tenemos esperanza en reconstruir el vínculo y a ello apostamos.
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