xi jing pingCésar Lévano

El Perú ha firmado el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, que ha sido negociado durante años en secreto, quizá para ocultar que es un arma de Washington para enfrentarse a China. De paso, el acuerdo arrasa soberanías nacionales y derechos comerciales, intelectuales y sanitarios.

El gobierno de Ollanta Humala, que no escarmienta con el fracaso de la Alianza del Pacífico, se ha mostrado complaciente en una negociación que solo sirve a la potencia imperial. Menos mal que con la firma sumisa del Ejecutivo peruano no acaba la historia. El texto tiene que ser ratificado por los Congresos de los 12 países asociados: Estados Unidos, Japón, Vietnam, Singapur, Malasia, Brunei, Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Chile, Perú y México.

El acuerdo abarca fibras vitales de la economía como el acceso a los mercados, barreras comerciales, medidas sanitarias y fitosanitarias, inversiones, compras públicas, servicios empresariales, comercio electrónico, telecomunicaciones, productos farmacéuticos y agrarios. Es decir: todo.

Una preocupación central, que ha sido expuesta por el gremio médico, es el costo de las medicinas. Los grandes laboratorios defienden, so capa de derechos intelectuales, su egoísta negocio.

El que un gobierno que se dice nacionalista haya aceptado negociar en secreto sobre estos asuntos indica no solo la prepotencia hegemónica de los Estados Unidos, sino también el nivel de sumisión en que se han hundido, nos han hundido, ciertos gobiernos.

El acuerdo transparenta el afán de dominio planetario del Tío Sam. Este sabe que los países ribereños del Océano Pacífico significan el 40 por ciento del producto bruto mundial. Washington quiere acaparar ese mercado y marginar hasta donde pueda a China y a Rusia, que también tienen costas en el Pacífico. Se trata de una estrategia geopolítica del imperio que desde comienzos del siglo XIX proclamó su ambición de adueñarse del mundo.

El Perú, país agrario y minero, con débil industria, no puede competir con los países del Acuerdo. Entrará, si se acuerda, en la categoría de socio menor. En esa condición se puede arruinar nuestra agricultura, esclavizarnos a la minería, que nos hará pagar por impuesto o medidas que las transnacionales consideren dañinas.

El Perú va a la contienda del siglo XXI con gobernantes que solo saben decir sí al amo imperial y apoyar a los poderosos de la economía y la sociedad. Solo un gran viraje económico y político nos puede salvar del naufragio —en el Pacífico— a que nos conducen el presidente Humala y los presidenciables de la derecha.

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