Por: Wilfredo Pérez Ruiz (*)

 

Hace unos días conocí el recientemente inaugurado Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social (LUM). Es un moderno, extenso y documentado escenario con fotografías, testimonios, videos, libros, revistas, objetos personales, entre un sinfín de materiales ilustrativos de la violencia acontecida en el país.

 

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En tal sentido, coincido con lo expuesto por José A. García Belaunde en su nota “Una visita al Lugar de la Memoria”: “…Al visitar el LUM tuve la impresión de que ha habido un manejo muy cuidadoso de esa temática, a partir de una empatía profunda con el dolor, el de las víctimas y sus cercanos, el del país que durante 12 años se preguntaba si era viable su proyecto de nación, si ese ‘plebiscito diario’ por ser peruanos tenía algún sentido o era parte de esa ‘promesa de la vida peruana’ que no supimos realizar”.

Su recorrido se divide en tres partes: en el primer piso, se recogen experiencias intensas que afectaron la vida cotidiana de la ciudadanía. En el segundo piso, se presentan las respuestas formuladas para detener el avance de la violencia y los retos que hoy se plantean para la construcción de la democracia. Asimismo, posee muestras temporales de distintos aspectos. Por último, en el tercer nivel existe un espacio de ofrenda a las víctimas y un llamado a la solidaridad.

Esta variada exposición está acompañada de una explicación secuencial y cronológica de los antecedentes del terrorismo y de sus principales personajes. También, se han seleccionado un conjunto de episodios emblemáticos en relación al drama vivido en más de una década como las masacres a los Ashánincas, Uchuraccay, Putis y Barrios Altos.

El terrorismo hizo posible mostrar lo más hondo de la desintegración y la apatía que nos aturde y, por lo tanto, lo alejados que estamos de constituirnos en una nación capaz de incluir los anhelos de todos sus habitantes en un destino colectivo. Es lamentable reconocer que el criminal accionar de Sendero Luminoso (SL) y el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA), permitieron revelar los sentimientos invertebrados de la sociedad peruana.

Tengamos presente que la violencia aquejó principalmente a las poblaciones débiles, pobres y marginadas de las zonas andinas y rurales: quechuas, analfabetos, mujeres, niños y adolescentes. Los olvidados pueblos de la serranía fueron los más afligidos y su drama ha sido percibido con apatía hasta nuestros días. De allí que, este recinto contribuye a inducir nuestros reflejos de sensibilización.

 

En consecuencia, comparto lo expresado por Mario Vargas Llosa: “El LUM debe ser también una institución de reflexión, de debate, de una controversia pacífica, inteligente y de opciones diferentes. No solamente para resolver esos problemas, sino para mantener siempre atajada a esa violencia latente que puede, en unas condiciones determinadas, salir a la superficie, explotar y causar enormes desgracias para un país”.

Los entretelones para gestar este museo motivaron encontrados puntos de vista. Pues, existieron voces altisonantes. Recordemos las declaraciones del ex ministro de Defensa, Antero Flores Araoz: “…Crear un museo de la memoria no es prioridad para el Perú”. La respuesta del autor de “El pez en el agua”, no tardó: “¿Qué puede inducir a un hombre que no es tonto a decir tonterías? Dos cosas profundamente arraigadas en la clase política peruana y latinoamericana: la intolerancia y la incultura”.

Sórdidas maniobras de disímil índole intentaron detener su cristalización. De allí que, en un medio tan desmemoriado, es conveniente anotar las razones que llevaron a un nutrido grupo de intelectuales a publicar un pronunciamiento el 1 de marzo de 2009 enunciando su extrañeza sobre la determinación gubernamental de declinar la donación de dos millones de dólares de Alemania para la edificación del LUM: “…Es sorprendente e ingrato constatar que el gobierno del Perú ha rechazado dicho ofrecimiento, lo cual indica su desinterés en realizar la obra. Semejante rechazo, por desgracia, se suma a otro dado por el anterior gobierno ante la posibilidad de recibir recursos internacionales que hubieran ayudado al estado peruano a atender las reparaciones debidas a las víctimas de la violencia”.

Nuestro Premio Nobel de Literatura se vio precisado a renunciar —mediante una severa carta al jefe de estado Alan García Pérez— a la presidencia de la comisión organizadora del LUM. En su misiva del 13 de setiembre de 2010 aseveró: “…Ignoro qué presiones de los sectores militares que medraron con la dictadura y no se resignan a la democracia, o qué consideraciones de menuda política electoral lo han llevado a usted a amparar una iniciativa que sólo va a traer desprestigio a su gobierno y dar razón a quienes lo acusan de haber pactado en secreto una colaboración estrecha con los mismos fujimoristas  que lo exiliaron y persiguieron durante ocho años. En todo caso, lo ocurrido es una verdadera desgracia que va a resucitar la división y el encono político en el país, precisamente en un periodo excepcionalmente benéfico para el desarrollo y durante un proceso electoral que debería servir más bien para reforzar nuestra legalidad y nuestras costumbres democráticas”.

 Me resulta difícil concebir que, en pleno siglo XXI, todavía imperan enormes prejuicios sobre el Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social y, además, acerca del Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, cuyas conclusiones ni siquiera han sido leídas por incontables sectores de la opinión pública que, haciendo uso de una abundante simpleza e inopia, cuestionan un trabajo conducente a revelar una fase de nuestra historia. Más allá de respetables discrepancias, válidas y habituales en una democracia, no es aconsejable rechazar aportes encaminados a deducir mejor estos condenables sucesos que afectaron el porvenir nacional. 

Los agudos debates para sacar adelante este proyecto pusieron de manifiesto, una vez más, las confrontadas lecturas e interpretaciones de un período que nos corresponde aceptar en un esfuerzo de comprensión, perdón y toma de conciencia. Rehuyamos mirar el futuro llevando a cuestas odios, mezquindades e intransigencias. 

 

Por fin contamos con un recinto —que sugiero recorrer a las nuevas generaciones— para meditar e impulsar procesos de reconciliación. Es un sitio de catarsis y discernimiento para entender con espíritu censor el conflicto armado y sus secuelas. Desde aquí podemos observar una etapa de nuestra reminiscencia con perspicacia, introspección y enmarcada en una actitud sensible frente a quienes protagonizaron hechos que no debemos repetir.

 

(*) Docente, conservacionista, consultor en organización de eventos, protocolo, imagen profesional y etiqueta social. http://wperezruiz.blogspot.com/