Por: Carlos Javier León Ugarte*
Es curiosa nuestra democracia. Principalmente los actores políticos y la opinión pública. Por un lado reclamamos y hasta exigimos partidos políticos más sólidos que estén fortalecidos en sus elecciones internas, que formen cuadros intensamente, que promuevan una militancia activa dinámica y participativa, y por otro lado cuando un ente sistémico anula las intenciones de un grupo de personas que se unen sin sentido democrático, sin ideas ni plataforma ideológica, sin elecciones internas, sin estatutos ni reglas, solo acondicionados a ver y hacer lo que ellos les plazca con tal de llegar al poder, entonces ponen el grito en el cielo.
En las sociedades democráticas los partidos políticos son indispensables en el sistema social y el Estado, ya sea como generadores de ideas e impulsores de cambios, los cuales contribuyen en los procesos electorales y a la institucionalidad. Participa directamente en la selección de las autoridades gubernamentales a través de la ciudadanía participativa.
No hay otra forma democrática para acceder al ámbito gubernamental que no sea a través de los partidos, pues su existencia natural está diseñada para este fin. Todo partido político se basa en su participación democrática en cada elección. Su existencia recae en la consolidación para nacer, crecer y fortalecerse gracias a su militancia. La historia atesora su comportamiento y lo hace vivir en el tiempo, en el juego del sistema que aprobamos al participar de él.
Por tal razón, los partidos políticos son avalados por la constitución en toda democracia, y esta exige partidos firmes establecidos bajo una dinámica de derechos y deberes, los cuales la legitiman ante sus adherentes y militantes.
Sus militantes y la ciudadanía simpatizante exigen valores morales y comportamientos positivos para reafirmarla en su espacio. Sus representantes en las elecciones deben cumplir con ello para institucionalizarla completamente.
Un partido político para serlo, debe complementarse con su primer movimiento natal. Su inscripción. Si no es capaz de hacerlo por sus medios, no es legítima su accionar participativo, es decir, no existe como tal ni ante la ley, ni ante la constitución, ni ante la sociedad y mucho menos ante unas elecciones presidenciales.
El Jurado Nacional de Elecciones, busca también legitimarse cumpliendo la ley más elemental, el de aceptar en la partida a los competidores, pero en base a las normas establecidas para dicho juego. En ese sentido, su rol es vital para la institucionalidad de cada partido. Si su función de regulador y supervisor es feble, las consecuencias serán para el sistema. Si su decisión es firme, se lo agradecerá la democracia.
No basta con merecerlo, basta con serlo. Los partidos políticos deben ser legítimos desde su fecha de nacimiento. No puedes reclamar que te sacaron del juego si ni siquiera te inscribiste en juego.
Que nos sirva la experiencia que advenedizos e improvisados ya no queremos más. Suficientes con los que hay. Los partidos políticos merecen urgente que su ley se ejecute sin medias tintas. Buen inicio, aunque haya heridos y hasta muertos, pero la historia en el futuro lo saludará.
*Periodista
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