A unas seis semanas para las elecciones generales y tras la exclusión del candidato César Acuña (Alianza para el Progreso) y la tacha por el Jurado Nacional de Elecciones del candidato Julio Guzmán (Todos por el Perú), las preferencias por las candidaturas presidenciales no están del todo definidas y las repercusiones pueden ser complicadas. Salvo en el caso de Keiko Fujimori, que pese a haber caído hasta tres puntos, mantiene un tercio del electorado y podría captar una parte de los votantes de Acuña. Para un sector mayoritario no se identifican temas o propuestas programáticas que marquen diferencias importantes para los electores y, sin embargo, da la impresión de haber entrado en un nuevo escenario en el que Alfredo Barnechea y Verónika Mendoza están creciendo mientras que importantes protagonistas de la transición democrática del año 2000 (Alejandro Toledo, Lourdes Flores y Alan García) tienden a desaparecer.
Considerando los 22 901 954 votantes de los que da cuenta RENIEC, un 30.25% concentra ciudadanos y ciudadanas menores de 30 años (6 927 437). Aunque cabe la salvedad de diferenciar a los jóvenes hasta 24 (que nunca han votado antes en elecciones presidenciales), ¿qué demandan los jóvenes al futuro gobierno del país?
Casi siete millones de ciudadanos y ciudadanas jóvenes, especialmente los que viven allí donde la gestión del gobierno nacional se toma más tiempo en llegar, marcan algunas prioridades que los candidatos y candidatas debieran tomar en cuenta.
El segmento joven de la población no se ha ejercitado en la participación política, pero tiene gran dinamismo y presencia en el espacio público, en particular desde el consumo, el empleo, la educación y la experiencia con medios digitales. Con una adhesión muy baja a causas políticas o de interés común, la comunicación en estos espacios ocurre de una manera que con dificultad llegan a conocer las encuestadoras. Aunque las encuestas dan cuenta de un 65% de ciudadanos deseosos de un cambio de modelo económico.
Los candidatos han pasado por alto los temas que atañen directamente a la juventud y que la afectan directamente en el alcance de su desarrollo, como las oportunidades de educación y de empleo, la salud sexual reproductiva y la oferta de planes de vida, que es como los adultos ven los problemas de los jóvenes. A eso habría que añadirle sus propios temores, entre los que por cierto está el quedar «desconectados» del celular e Internet.
La promoción del empleo está relacionada directamente con la demanda educativa de los y las jóvenes que requieren formación técnica para incorporarse con mayores posibilidades de éxito en un mercado laboral inaccesible, duramente competitivo. Son cada vez más los jóvenes que ingresan precariamente al mercado laboral, y los adultos jóvenes quienes crean su fuente de ingresos mediante empresas independientes en un país como el nuestro teñido por más de un 70% de informalidad y en el que el tema de la descentralización y regionalización, siendo muy importante, no cala en el escenario electoral.
Respecto de salud sexual y reproductiva, se ha comprobado que es a nivel local en el que mejor se puede trabajar el tema de prevención de ITS/VIH, así como el embarazo adolescente, aunque es necesaria una articulación mayor con los planes sectoriales de alcance nacional. El gobierno nacional —en coordinación con los gobiernos locales— es el llamado a mejorar el acceso a información y consejería para abordar frontalmente los principales obstáculos para el desarrollo del plan de vida de las y los jóvenes.
No obstante esta agenda, en esta etapa solamente se les ve como masa de votos, antes que como un sector a ser representado. Y si bien hay muchos factores en juego, una explicación del atractivo de candidaturas como las de Verónika Mendoza y Alfredo Barnechea expresa el hartazgo frente a los tradicionales políticos con poder, y también que estos políticos mayores no tienen un perfil personal ni ofertas que atraigan a la juventud.
Escasean desde la sociedad civil los espacios de debate donde la ciudadanía —y los jóvenes, especialmente— puedan participar y acceder a información más allá de los medios, que faciliten la expresión y el recojo de demandas a nivel local y regional que contribuyan por un lado a visibilizarlas en el ámbito nacional y, por otro, a conciliar intereses comunes sobre temas urgentes para el país que todos compartimos.
El tiempo electoral no ha dado lugar a estas consideraciones. La debilidad de las organizaciones culturales y redes de jóvenes es evidente en el intento de representar a esa masa que en las ciudades se mueve concentrada en sus celulares y audífonos. La movilización contra la llamada «Ley Pulpín» (nuevo régimen laboral juvenil) se ve ahora como una bruma del pasado. Las estrategias publicitarias de la anterior campaña (los PPkausas) no surtieron esta vez efecto.
El alto porcentaje del voto joven podría marcar esta vez la diferencia: 3 490 576 varones y 3 436 861 mujeres –jóvenes ciudadanos– entre 18 y 30 años de edad, acudirán a las urnas. En los anteriores procesos electorales, el «voto joven» ya ha sido decisivo y sería muy positivo para nuestro sistema democrático actual, mostrar que existen partidos que realmente pueden representar los intereses de las mayorías, en este caso de los jóvenes milenarios. ¿Hasta dónde los jóvenes de hoy se reconocen como tales ante el proceso electoral y cuál es realmente su carga de optimismo, escepticismo, rechazo o pasividad?
desco Opina / 11 de marzo de 2016