Por Jorge Rendón Vásquez.
Muchos vieron el debate televisado de los dos candidatos a la presidencia de la República, organizado por el Jurado Nacional de Elecciones (noche del 22/5/2016).
¿Pudo la mayoría que desconocía sus propuestas básicas enterarse de ellas al escucharlos, por lo menos a grandes rasgos?
Parece evidente que no.
Primero, porque es materialmente imposible que en solo tres minutos por tema un expositor pueda hacer conocer sus proyectos sobre lo que podría hacer desde la presidencia de la República. Tres minutos alcanzan apenas para una presentación somera de un punto de los muchos que comprenden cada tema, cuyo contenido es de por sí complejo y vasto.
Y, segundo, porque la capacidad de entendimiento de la mayor parte de electores de las cuestiones tan especializadas del gobierno es casi nula. En las aulas universitarias, los alumnos retienen no más de un 5% de la exposición del profesor si sólo la escuchan; si toman notas su retención puede ir de un 10% a un 20%. Y estos oyentes, de un nivel superior, están allí para entender lo que se les enseña.
Por lo tanto, el debate entre los dos candidatos fue más un show mediático complementado con los comentarios de algunos personajes y periodistas convocados para cumplir esta función.
Para los entendidos, Keiko Fujimori perdió: porque leyó un discurso que le prepararon otros y que ella probablemente no es capaz de redactar; porque se dedicó a mentir sobre el otro candidato; y porque se perdió en generalidades. Pedro Pablo Kuczynski estuvo más versado y aplomado, trasuntando conocimiento y experiencia.
En un comento sobre el debate entre Ollanta Humala y Keiko Fujimori para la segunda vuelta de 2011 dije:
La impresión de los teleespectadores sobre este debate (29/5/2011) se configura por su nivel cultural, grado de comprensión de las exposiciones, madurez intelectual y hábito de ver televisión, además de otros factores de menor incidencia. Para los espíritus livianos acostumbrados a las telenovelas vacuas, talkshows escandalosos, noticias escabrosas y chismes de la “alta” sociedad, si es que pudieron aguantar la hora y media del programa, es posible que los rasgos relevantes hayan sido la manera de vestirse de los candidatos, su sonrisa y ciertas frases que atrajeron su atención.
[…]
Los opinólogos mercenarios, convocados para el comentario del debate, valoraron más la impresión del primer grupo de televidentes. Para eso los habían contratado, como una fase del plan de la derecha
[…]
En síntesis, lo que dijo (Ollanta Humala cuando prometía el oro y el moro) fue que promoverá el crecimiento de la riqueza nacional con inclusión social, lo que significa que esa riqueza deberá ir también a los trabajadores que la producen, a los sectores de la población de menores ingresos y a los que nada tienen, para desterrar definitivamente el estado de necesidad y la pobreza. […] Es insultante para las mayorías populares la multiplicación de edificios de departamentos al alcance sólo de quienes tienen los ciento cincuenta mil dólares o más que cuestan, el pantagruélico consumo de las clases ricas y medias en los restaurantes de lujo, los supermercados exclusivos para la gente de alto poder económico que reparten catálogos impresos en el papel más caro, el avisaje comercial en ciertos diarios de productos vedados, de hecho, para las clases pobres.
[…]
Y en esto los silencios de Keiko Fujimori la perdieron.
Calló lo que hicieron su padre y ella en la década del noventa cuando gobernaron el país, la razón de ser de las esterilizaciones de más de trescientas mil mujeres, el burdo y gigantesco latrocinio de los caudales del Estado, el despojo de una gran parte del poder de compra de los trabajadores, reduciendo sus derechos sociales y remuneraciones con la “flexibilidad laboral”, y, sobre todo, la manera como financiaría las ofertas que hace alegremente en las urbanizaciones populares, repetidas en su intervención de ayer. Es evidente que cualquier promesa de dar ciertos bienes y servicios sin redistribuir la riqueza es una mentira.
En el proceso electoral de 2011, Keiko Fujimori ganó en Lima, tanto en los barrios de más alto poder económico como en los de familias con ingresos bajos y en su mayoría paupérrimos. En este aspecto, la historia parece repetirse ahora. Que muchos de los ricos voten por ella se explica. Pero que los pobres le den su apoyo es aberrante. No es el primer caso en la historia del Perú, ni en la de otros países. Luego, los pobres reciben su merecido, cuando los candidatos de su preferencia no les dan lo prometido y hasta los oprimen con más saña y desprecio. (Más mi pegas, más ti quiero.) Es el juego de la democracia burguesa que se debería atacar para hacerla realmente democrática, haciendo a los electores más conscientes de su clase social y de sus expectativas de mejorar su condición económica.
Uno de los destinatarios de mis comentos (exdirigente sindical) me dijo que él no votará ni por Pedro Pablo Kuczynski ni por Keiko Fujimori. Le respondí que esa actitud era como un tul que no llegaba a ocultar su frustración de individuo aislado que no puede ni siquiera advertir la naturaleza y la fuerza de las grandes corrientes que mueven a las personas, incluso contra su voluntad. Era inútil recordarle la dinámica de la estructura de la sociedad y su marcha inexorable envolviendo a todos en sus términos antagónicos y llevándolos consigo.
La elección del próximo junio no tiene como fin cambiar la estructura de la sociedad. Con el dominio del congreso de la República por los representantes de Keiko Fujimori la suerte de nuestro país está casi echada. Darle también el puesto presidencial podría convertir al gobierno en una dictadura, que por sus raíces familiares y el arrejuntamiento de los políticos arribistas y de dudoso currículum económico que se le han plegado, repetiría la infausta década del noventa y podría hacer del gobierno la cabeza de un narcoestado.
Los electores obnubilados por Keiko Fujimori y por el voto viciado o en blanco deberían reflexionar sobre esto.