Keiko Fujimori 82Por Eduardo González Viaña.

¿Cuánto cuesta un peruano?
¿Cuanto cuesta su voto?
¿Cuanto su conciencia?
¿Cuanto vale la vida de un peruano que ha nacido pobre el Perú?

Lo sabe la señora Keiko Fujimori.

Un paquete de frijoles, dos latas de atún, una bolsa de azúcar, tres kilos de arroz, un sobre con un billete doblado de 50 soles… Cualquiera de esas cosas vale por un voto o por una conciencia según cree Keiko. Y por eso, sus camionetas recorren los barrios pobres, atruenan los aires con tecnocumbia y se detienen en las esquinas para comprar seres humanos.

Ya lo hicieron en la campaña pasada… En la de hoy, hay un elemento nuevo. Ahora, además, los voluntarios de la señora Keiko recorren las calles luciendo uniformes de reservistas y profiriendo amenazas para los pobres peruanos que no quieran vender su conciencia.

La humillación de los pobres es un arma que no inventó Keiko. Fue el trato bestial que decretaba el mariscal Tojo en Manchuria y otros territorios que invadía Japón. Ignorante pero intuitivo, Alberto Fujimori se aprendió esa parte de la historia japonesa y la aplicó en el Perú.

Con el pretexto de luchar contra el terrorismo, cerró el Congreso, intervino el poder judicial y se empinó sobre una montaña de cadáveres no solamente en Lima sino preferentemente en la Sierra del Perú donde una guerra civil fue convertida en guerra étnica con el exterminio de decenas de comunidades, y la tortura y la desaparición de inocentes que luego eran enterrados en los cuarteles.

Mientras que Videla en Argentina tuvo la hombría de autoinculparse, Fujimori ha intentado a través de toda su estrategia judicial responsabilizar a la fuerza armada de los delitos que el mismo planeó y ordenó desde palacio. Si Fujimori recibe del nuevo presidente el indulto, la historia le pasará los platos rotos a quien no le corresponde.

Así como en Manchuria, el ejército japonés decretaba la violación de las jóvenes del país conquistado, en el Perú, Fujimori decidió la esterilización de centenares de miles de mujeres y no solamente para detener el crecimiento de la población sino para hacerles saber a ellas y a todos los peruanos quién manda.

Si a cada uno de los 10 millones de peruanos pobres que son su objetivo, Keiko le diera un millón de soles por cabeza, todavía quedaría dinero en las arcas donde se guardan los 6 mil millones de dólares que, según está probado, se llevó su padre.

Cuando Fujimori disminuyó las rentas de los jubilados y privatizó las empresas, centenares de miles de peruanos se convirtieron en desocupados o en taxistas, pero todo eso de acuerdo con la idiosincrasia fujimorista, se curaba con ignorancia y con humillación.

Los periódicos chicha, la tecnocumbia, el kilo de menestras y el litro de leche distribuidos en los lugares públicos, hicieron que los peruanos empobrecidos se creyeran de pronto muy felices y bailaran el baile del chino con el son del teteé y del totó,.

El Perú ha perdido una gran oportunidad. La campaña electoral del Frente Amplio de Izquierda no significó, como algunos aseguraban un recurso al país comunista ni a la lucha de clases. Era solamente, una lucha entre la Civilización que encarnaba Verónika y la barbarie que ahora está a la vuelta de la esquina.

Pero no es hora de elegir un sistema económico. Es el tiempo de detener la humillación de las menestras, la impunidad de los narcofujimoristas y la barbarie con que nos amenazan los reservistas y la creación de una dinastía japonesa en el Perú. Por eso voy a votar por el señor Kuscinsky.

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