Guillermo Olivera Díaz*
Nunca me he topado con él en la vida real, ni virtual. Tampoco me ha llamado alguna vez por teléfono, menos yo a él. Sin embargo, lo tenía siempre en casa, en la pantalla de mi televisor. Ergo, me era un personaje conocido, simpático, de buen léxico y talante, por lo que nunca cambié de canal en cada visita suya.
Siendo yo un abogado público, con más de 40 años de ejercicio, de afición tozuda al campo penal, tanto que hasta me llaman penalista, un día del presente mes de julio, ¡un tal ministro Valakivi!, quien se identificó como queda dicho, me llamó del celular 953-546-458, a las 10.37 de la noche. Platicamos ligeramente sobre el enormemente publicitado caso jurídico penal que lo tenía en serias pindingas (mencionó expresamente a la periodista Rosana Cueva y “algo más”). Me pidió una cita presurosa para el día siguiente y la concertamos sin regateos para que ocurriese en mi oficina particular, en San Borja, y no en el ministerio de Defensa como me indujo. Aseveró, que sería luego de su pactada reunión con la Comisión de Transferencia de poder. Nunca he ido al despacho de un grande, de inflado ego, cuando han pedido mis servicios, que los he prestado en varios casos sonados. ¡Existe una buena retahíla en la red!
Llegó la hora pactada, estuve con el abogado Nikolai Ortiz Suárez, a quien también cité a su solicitud, para ver otro desventurado caso penal, pero el cerdo ministro Valakivi no llegó. No tuvo la gentileza ni siquiera de llamar de nuevo para anular la cita que había pedido, ni a disculpar su inasistencia. No deseo que lo haga, ni escuchar su voz en adición. ¡Algo le narré en ese instante al abogado Ortíz Suárez, pueden interrogarlo!
Al tercer día, sucedió algo inesperado. Alguien, asaz intruso, metiche en asuntos privados ajenos, quizá de los de inteligencia que se infiltran a las empresas de telefonía, borró, eliminó o suprimió todo, sí, todo, el registro de las llamadas recibidas a mi celular, incluida la de tal ministro Valakivi. Me apenan los números de teléfonos que he perdido.
De haber tenido la cita, supongo que este inesperado interlocutor habría venido con cámara y micrófono ocultos para disponer del íntegro de nuestra conversación. Es que así actúan estos seres que algún día se apoltronan en el poder político. Recuerden lo de Montesinos Torres. Por eso tomé mis precauciones cuando recibí las frecuentes visitas del actual abogado, William Paco Castillo Dávila, de Alberto Fujimori Fujimori, en mi oficina y en mi domicilio.
Ya sabrán los que acaso me lean, que pueden ser muchos miles, que en el Congreso de la República se ha pedido su censura, cuya aprobación supongo que viene como por un tubo, atendiendo a las tenebrosas circunstancias que aquejaban al tal ministro Valakivi. De nada valen sus rimbombantes pergaminos, si es que no intenta y logra ser decente, sabiendo respetar la dignidad ajena. Celebro, pues, que sea bien censurado.
08.'7.2016
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