Por Wilfredo Pérez Ruiz (*)
El 28 de julio, Pedro Pablo Kuczynski Godard juramentó como jefe de estado para el período 2016–2021. El nuevo inquilino de Palacio de Gobierno es un personaje —proveniente de un médico alemán y una maestra franco-suiza— con estudios en filosofía, economía, composición y con exitosa experiencia laboral.
Después de muchos años contamos con un mandatario con cualidades de estadista, sensibilidad hacia la cultura y caracterizado por su habilidad de negociador, semblante sereno y afán conciliador. Es un compatriota de probado prestigio internacional e íntegras credenciales académicas, profesionales y personales. Tiene mundo y, además, una visión realista del Perú.
En tal sentido, era de esperarse gestos destinados a marcar la diferencia. En las celebraciones oficiales hemos podido apreciar interesantes y llamativos detalles inherentes a su original personalidad. Todo parece presumir que establecerá una relación fluida y cálida con el pueblo. Deseo enfatizar, principalmente, lo acontecido en la sede del Poder Legislativo.
Para comenzar, los infaltables asambleístas se aproximaron a saludar a los jefes de gobiernos extranjeros y al rey emérito Juan Carlos I de España y aprovecharon para tomarse fotografías. Debemos declinar acostumbrarnos, como sucede en “perulandia”, a los desatinos protagonizados por nuestros representantes. Están urgidos de criterio, sensatez y cordura.
Enterneció que alguien habituado a evitar exteriorizar sus emociones, se haya conmovido mientras leía el texto de juramento a su alto cargo. También, entiendo como un gesto de indiscutible reconocimiento a Fernando Belaúnde Terry, dos veces presidente constitucional, evocar su recuerdo y legado. Nuestro mandatario ha integrado sus dos regímenes y, probablemente, su genuina honestidad, transparencia y decencia marquen su destino como gobernante.
Más allá de errores y omisiones al mencionar a las autoridades invitadas, de acuerdo al ceremonial, y a las reiteradas e innecesarias pausas al leer su discurso —que motivaron desmedidas interrupciones de aplausos— su exposición fue concordante con su austeridad en el verbo y carencia de locuacidad. Por cierto, ello no implica un detrimento intelectual. Demostró consistencia y una secuencia lógica de ideas y propuestas.
Su mensaje estuvo colmado de esperanza, sencillez y de la presentación general de su percepción del país, así como de los objetivos que anhela alcanzar coincidiendo con el bicentenario de nuestra independencia. Sus vocablos iniciales: “…Si a la paz, si a la unión, no al enfrentamiento, no a la división”, aludieron a la obligación de tender puentes de acercamiento con la oposición.
Seguramente, impulsado por el entusiasmo cometió la torpeza de dirigirse a su futuro titular de Economía y Finanzas y, en referencia a la reducción del Impuesto General a las Ventas, decir: “…Le pido al ministro de Economía designado que se levante y se trague ese uno por ciento del IGV que vamos a bajar”. Al parecer, olvidó que estaba en un acto de elevada solemnidad en el que el uso del lenguaje debe ser el más atinado. Eso me trajo a la memoria el término “chorreo”, acuñado por Alejandro Toledo Manrique en una disertación en el parlamento o cuando Alberto Fujimori Fujimori —quien maltrató y ofendió la dignidad presidencial al huir del Perú y renunciar por fax desde el Japón— al concluir la frase: “Así hemos derrotado a la hiperinflación”, arrogó cuantiosos billetes en el recinto congresal.
Existe un largo historial de desatinadas alusiones en los discursos inaugurales de toma de posesión. Por ejemplo, el 28 de julio de 2011, Ollanta Humala Tasso dijo: “…Quiero agradecer a mi familia, a mi madre Elena, a mi padre Isaac, muchas gracias por haberme formado. A mi esposa Nadine, a mis hijas aquí presente y a mi hijo Samín, que se encuentra allí descansando, que ojalá no lo hayamos despertado, sino se va a poner a llorar”. Ahora PPK en un momento aseveró: “…Sueño, para mis hijos, para mi esposa, que cumplió ayer 20 años de aniversario de matrimonio un saludo, sueño para todos nuestros hijos esta nación moderna de mil valles dentro de un sólo país”. Sería conveniente que las referencias familiares guarden coherencia con el contexto.
Su recorrido a la Casa de Pizarro se caracterizó por una actitud jovial y espontánea. Aunque en algunos pormenores el líder de Peruanos por el Kambio debe recibir la orientación de la Dirección General de Protocolo y Ceremonial del
Estado. El protocolo no debiera entenderse como una “camisa de fuerza” encaminada a distanciar al gobernante de la población. Es una disciplina predestinada a estipular las formas bajo las que se realiza una actividad humana importante. Son patrones para desarrollar un evento específico y se diferencian de las normas jurídicas porque su mal uso no significa el incumplimiento de un deber sancionable.
Al juramentar a sus ministros se percibió la ausencia de exhibicionismo en su esposa Nancy Ann Lange -quien lució sobria y elegante en todas las actividades- a diferencia de la anterior primera dama, que solía alterar la línea de precedencia instituida al situarse como aparente integrante del equipo ministerial. Su cónyuge mostró similar pertinencia en el desfile patrio al encabezar una tribuna diferente acompañada de los parientes de los altos funcionarios e invitados. De esta manera, retornamos a la correcta aplicación de las formalidades en la que cada uno ocupa su respectivo espacio. Vale decir, estamos presenciando la “desbeatificación” del risible lema “pareja presidencial”.
Otra circunstancia conmovedora se produjo en la juramentación al responsable de la cartera de Trabajo y Promoción del Empleo. Rememoró al emblemático Alfonso Grados Bertorini, con quien integró el primer gabinete de la segunda administración del fundador de Acción Popular con estas palabras: “Ciudadano Alfonso Grados Carraro, hijo del ministro de Trabajo con el cual juré en este mismo sitio hace 36 años…”.
Un detalle afable y original fue animarse a interpretar con una flauta “El cóndor pasa”, con la Orquesta Sinfónica Juvenil del colegio “Virgen del Rosario” de Manchay y, una vez más, revelar su elevada sensibilidad musical. Así como simular danzar un huayno en la parada militar y al finalizar coger de la mano a su consorte para caminar recibiendo la aclamación de los concurrentes. Esta simpática muestra de regocijo y unión conyugal contrastó con el inmutable aspecto distante, adusto y hasta poco estético —como el proceder reprochable, intolerante y ramplón de su bancada en el hemiciclo al iniciar y concluir la sesión de investidura— de la presidenta del Congreso de la República, Luz Salgado Rubianes.
Como acotación final, recomiendo a los congresistas, ministros, dirigentes partidarios y allegados al primer mandatario abstenerse en sus intervenciones públicas de referirse nombrando PPK o Pedro Pablo. Incluso hemos oído a los dos vicepresidentes, a lo largo de estas semanas, expresarse así en los medios de comunicación. Se deben utilizar los tratamientos honoríficos establecidos para la máxima autoridad de la nación.
De otro lado, los periodistas parecen olvidar con quien están alternando. En estas festividades innumerables reporteros se dirigieron diciéndole: “Pedro Pablo un bailecito”. Sería aconsejable ofrecerles unos tips elementales de las prácticas y costumbres protocolares. Escuché a un locutor mencionar en televisión: “…Aquí viene el señor presidente de la república con el fajín presidencial”. Por lo visto, confundió la “banda presidencial”, con el “fajín ministerial” empleado por los encargados de los portafolios ministeriales.
En este instante decisivo en la vida de todos los peruanos me sumo con entusiasmo, júbilo y expectativa a sus nobles y legítimos empeños: “Un pueblo educado no se equivoca. Un país de ciudadanos defiende sus libertades, tiene oportunidades, respeta al otro y busca la paz”…“Tenemos que comprometernos con la patria y con el sueño de sus fundadores. Una sola república, firme y feliz por la unión”.
(*) Docente, consultor en organización de eventos, protocolo, imagen profesional y etiqueta social. http://wperezruiz.blogspot.com/