Por Herbert Mujica Rojas
La corrupción, es decir aquella enmarañada y sucia red de trapisondas que infesta, desde siempre, todos los ámbitos del Perú, nos acompaña desde tiempo atrás, muy atrás. Su nefasta influencia tiñe de color oscuro el devenir nacional y hasta podríase aventurar una opinión polémica: no hay acto moral o decente en el país, sobre todo en la cosa pública.
Fundamental decir que la corrupción no es espontánea u ocurre por arte de birlibirloque. Existe porque está permitida por la autoridad que vive y cobra de ella; por el juez, el policía, el legiferante, el burócrata, el periodista que se alinea a materias crematísticas y no informativas, la amplia franja de quienes tienen que ver con una fiscalización que no se ejerce y a todos une la oprobiosa miopía selectiva.
¿Partidos políticos? Aquí no existen. Hay clubes electorales fautores de asaltantes del dinero de los contribuyentes una vez ingresados a la cosa pública. Lo que se llamó partidos-escuela lo son pero en el perfeccionamiento de robar al Estado. En aquellos no existe moralidad o ética, decencia o bien colectivo.
A no pocos la corrupción se les antoja como un cáncer invencible y la reputa como “mal necesario porque mal con ella, peor sin ésta”. Lo cual denota una putrefacción mental que designa a un anti-valor –la corrupción- como materia permisible y de uso lícito: “roba, pero hace obra”.
Cuando el padre no corrige o enmienda las vivezas de sus hijos que hacen trampa en los exámenes o en sus comportamientos, se alimenta el vivero de la corrupción. Sin referentes o límites muy bien establecidos, el adolescente discurrirá por caminos aviesos, torcidos y claramente sucios apenas arribe al Estado o a la empresa privada. El hogar debiera ser una gran herramienta contra la corrupción.
¿Cuántas fortunas se han hecho gracias a la corrupción y a sus leyes con nombre y apellido en nuestra luenga y accidentada historia nacional? No pocas. Y hay dinastías de tatarabuelos a tataranietos que fabricaron su prestigio y bonanza merced a estos dineros exaccionados a los contribuyentes.
¿Hay, en los días presentes, lucha contra la corrupción? Sólo examinar el comportamiento de varios grupos legislativos en el Congreso, nos lleva a la tortuosa conclusión que eso no existe. El parlamentario cree ser un iluminado e intocable vía la muy susodicha inmunidad. En lo que va de vigencia de este Parlamento mediocrísimo, son múltiples los escenarios de vergüenza y asco los que han protagonizado estos aventureros cuasi iletrados.
El relevo generacional es una necesidad irrebatible. Perú debe cancelar a los veteranos que han hecho del robo su divisa y del abuso de su posición de dominio, una forma de amasar riqueza innoble y deshonesta. ¿Están los más jóvenes convictos y confesos de que les llegó el turno? He allí una pregunta urticante.
La gigantesca corrupción exige respuestas con esa misma característica de valentía y convicción.
Bien decía González Prada: rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz.
03.06.2019